Solemnidad. San Pedro y San Pablo, apóstoles (29 de Junio)
Misa de Vigilia
Padre Julio Gonzalez Carretti
Lecturas
a.- Hch. 3,1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a
andar.
Este texto nos presenta la situación de los primeros creyentes, los apóstoles, que
se movían a pesar de la novedad del evangelio, y de su adhesión a Cristo, dentro
de las viejas estructuras mentales, sociales y religiosas que les presentaba el
judaísmo. Pero, por otra parte, los judíos tampoco aceptaban la novedad de la
comunidad cristiana, aunque por lo que presenta este texto, se lograba vivir en una
relativa tranquilidad. En este ambiente se realiza el milagro de la curación de un
paralítico. Los detalles, que proporciona el autor, la hora y lugares precisos, quieren
dar mayor realismo a lo que está por narrar, porque efectivamente corresponde a
lo que históricamente sucedía en la vida ordinaria de los habitantes de Jerusalén. El
culto público judío, se realizaba en el templo por la mañana, desde el alba hasta las
nueve y el otro turno, desde las tres hasta la caída del sol, que coincidía con el
sacrificio diario del cordero. Todos los que podían acudían al templo, como Pedro y
Juan, otros se unían espiritualmente a él. La escena se desarrolla en la puerta
Hermosa o de Nicanor, donde se encuentra el paralítico pidiendo limosna,
oportunidad que tenían los fieles judíos de ejercer la caridad. Los milagros
realizados por los apóstoles en la mentalidad de Lucas, deben ser un claro reflejo
de una nueva era, los tiempos del Mesías, última etapa en que Dios intervendría en
la historia. Este es el tiempo de la salvación. Por otra parte, se cumplía el mandato
dado por Jesús a sus apóstoles, de sanar a los enfermos y anunciarles el evangelio
(cfr. Lc. 9, 2). El milagro en sí, era ocasión para anunciar el evangelio, como en la
vida de Jesús, y ahora en la de los apóstoles (cfr. Lc. 5,17ss; Hch. 14,8). Al hecho
milagroso, sigue la predicación y el conflicto. El mandato de Pedro al enfermo, es el
paso de la muerte a la vida plena, como ser humano, social y religiosamente
hablando. Levantarse en Nombre de Jesús, es invocar la persona, y la autoridad de
Jesús de Nazaret, con lo cual Pedro, está enseñando que actúa con el poder de
Jesús, y que el enfermo debe también dirigirse a El, y en El poner toda su
confianza. Pedro quiere demostrar que ese Jesús que había sanado a muchos
enfermos y que había muerto, está vivo, mantiene su poder, y ha sido constituido
Mesías y Señor por Dios Padre (cfr. Hch. 2,36).
b.- Gál. 1,11-20: Dios me escogió desde el seno de mi madre.
Pablo defiende su misión, ante quienes la quieren destruir por admitir paganos que
se convierten, pero sobre todo, porque no les exige la práctica de la ley de Moisés,
acusándolo de traidor a fe recibida de sus padres. Pablo habla ahora de la absoluta
gratuidad de la salvación, en el proceso de su conversión, su palabra, el Evangelio
no conoce origen humano, como fuerza creadora, que produce lo que anuncia, y su
autor es Dios (cfr. 1 Tes. 1,5). Esta palabra creadora, fuerza profética, no la recibió
Pablo, ni siquiera de los apóstoles, con lo que no quiere decir, que no hay que
escuchar a los apóstoles anteriores a él, porque luego, nos dice que subió a
Jerusalén para rendir cuentas ante Pedro, Santiago y Juan, columnas de la Iglesia
de esa ciudad. Su conversión es obra sólo de Dios, porque le quiso descubrir a él a
su Hijo. En Pablo estaba Cristo oculto, porque sabía de su doctrina, por ello
perseguía a sus discípulos, pero Cristo, no era objeto de fe para él. El surgir de
Cristo en su espíritu, en su interior, hasta llegar al dato de fe, es obra exclusiva de
Dios. En Pablo, se da un modelo de equilibrio, entre la revelación de Dios y la
adhesión al magisterio de la Iglesia, la enseñanza del mensaje catequético del
evangelio es una cosa, el Kerigma, pero la adhesión a ese mensaje de fe, es obra
exclusiva de Dios. Él tiene la iniciativa, por lo tanto, el dato bíblico, que le propone
a Cristo, no hace que el hombre crea en ÉL, sino que es la irrupción misteriosa de la
gracia de Dios en la vida de ese hombre concreto. Es lo que sucedió en la vida de
Pablo.
c.- Jn. 21, 1.15-19: Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.
El evangelio nos presenta nuevamente a Pedro y Juan en una estrecha relación (cfr.
Jn. 21,7), aunque la atención se centra ahora en la figura del primero. Luego de
desayunar, Jesús le exige una triple confesión de amor, asegurándole que
participará de su destino (vv.15-19), con ello, le está pidiendo que se comprometa
a amarlo más, que el resto de sus compañeros. Pedro responde, que el amor que le
profesa, ya lo conoce, por lo cual, Jesús le exige cuide sus ovejas, como lo
establece una relación más fuerte con ÉL, Buen Pastor (cfr. Jn. 10,1-18). La
repetición de la pregunta, la respuesta y el mandato por tres veces, puede
responder a la costumbre de declarar por triplicado, ante testigos cualificados,
antes de hacer un pacto vinculante. Jesús exige la triple confesión de amor, en
relación a la triple negación que hizo durante la pasión (cfr. Jn. 18, 15-18. 25. 27).
A pesar de su debilidad, Pedro ha estado cerca de Jesús, al menos en su círculo de
los más íntimos, junto a Santiago y Juan, durante su ministerio, quizás no ha
comprendido su mesianismo, sucumbió en su triple negación, con los que rompió la
cercanía, y la amistad durante la pasión (cfr. Jn. 1,40-42; 6,67-69; 13,6-10.36-38;
18,15). La subida de Jesús a la Cruz, la fundación de la nueva familia de Dios, y la
entrega del Espíritu por parte del Crucificado, están marcadas por la presencia del
discípulo amado, y la ausencia de Pedro, lo que hay que anotar (cfr. Jn. 19,17-37;
19, 25-27). Así como antes testigos negó a conocer a Jesús, ahora hay que romper
esa situación, cada pregunta de Jesús, busca restablecer la veracidad de la relación
que Pedro tiene ahora con el Resucitado. Las respuestas de Pedro las recibe Jesús,
como manifestación de su amor, y el establecimiento de una nueva amistad, y una
nueva revelación: Jesús Resucitado nombra a Pedro Pastor de su rebaño. ¿Qué es
lo que se le encarga? Apacentar y alimentar a los corderos y las ovejas del rebaño.
El desafío de todo Pastor cristiano, como Pedro, es mantener la relación de Jesús
con su rebaño, más aún, hacer suyas las palabras del Maestro, en lo que se refiere
a la abundancia de vida que ÉL les trajo; el conocimiento mutuo entre Cristo y sus
ovejas; entregar la vida por ellas, y finalmente, asumir que hay otras ovejas, que
no son de su rebaño, pero que están llamadas a serlo, para que exista un solo
rebaño, y sólo Pastor (cfr. Jn. 10,10; 10,14; 10,15; 10, 11. 17. 18; 10,16). La
escena que sigue, se refiere al futuro del apóstol Pedro, donde descubrimos el
fundamento cristológico de su razón de ser Pastor del rebaño como Cristo Jesús. En
el pasado, Pedro mostró su buena voluntad en el seguimiento de Cristo, era joven,
hasta que sucumbió en la negación. Era el tiempo en que Pedro se ceñía solo, e iba
donde quería, ahora superada su negación, y el escándalo de la Cruz, está
comprometido a un amor incondicional a Jesús, Buen Pastor. Llegará, sin embargo,
el tiempo en que cuando sea viejo, Pedro entregará su vida por las ovejas que
Cristo le ha confiado a su solicitud pastoral. Otro le ceñirá y lo conducirá a la Cruz
para entregar la vida por el rebaño de Cristo. Pero esta relación de Pedro con el
Buen Pastor, los une también, en el significado de su muerte: Jesús muere por
hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn. 4, 34; 5, 36; 17, 4), con lo que manifiesta el
amor de Dios al mundo (cfr. Jn. 3,16). Por su muerte Jesús fue glorificado (Jn. 11,
4; 12,23; 13, 31-32; 17,1-5), pero con su entrega, dio gloria al Padre (cfr. Jn. 11,
4. 40; 12, 28; 13, 31-32; 17,1-5), de la misma manera, por medio de la aceptación
incondicional de su rol de Pastor del rebaño de Cristo, Pedro también, glorificará a
Dios, por medio de su entrega a la muerte (v.19). Explicado todo lo que implica ser
Pastor de su rebaño, a Cristo, no le queda otra cosa que pedirle a Pedro que lo siga
por este camino (v.19); seguimiento físico, pero seguirle siendo discípulo el resto
de su vida. Su glorioso martirio la Tradición lo sitúa en la Roma imperial, el año 67,
bajo el reinado de Nerón.