IGLESIA “IDENTIDAD Y DIÁLOGO”
Carta pastoral de Monseñor Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas
Décimo tercer domingo durante el año - 01 de julio de 2012
En este principio de siglo no dudamos en afirmar que somos protagonistas de profundas
transformaciones de todo tipo. A veces nos quedamos perplejos ante el rapidísimo avance
tecnológico, bio-genético, informático... todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos
fundamentales para la existencia humana, como la ética, la economía o la misma cuestión social.
Lamentablemente a veces el pragmatismo lleva a priorizar de hecho el “hacer sin pensar”. No es
raro que a veces se resuelvan y ejecuten cosas sin prever suficientemente las consecuencias.
Priorizamos en nuestras opciones aspectos válidos como la informática, el inglés o el mundo
global en la educación, cuando hay miles de niños que están sumergidos en la desnutrición y son
incapaces para acceder a un aprendizaje normal o bien no tienen útiles escolares básicos. Y
tampoco evaluamos suficientemente los contenidos y valores educativos que los capacitarán como
personas. De hecho priorizamos una especie de “zaping informático” y no nos planteamos “el
sentido de las cosas”. Es cierto que sumergidos en la rapidez de los cambios, si vivimos solo
pragmáticamente, corremos el riesgo de deshumanizarnos y generar una crisis o bien degradación
de la sociedad y la cultura.
Muchas veces nos cuestionamos los cristianos cual puede ser nuestro aporte en este inicio de siglo.
Desde ya que solo podemos servir, ahondando y formándonos en la fe en la que creemos y desde
ahí tener una real apertura y diálogo con nuestro tiempo. Quizá haya dos palabras claves que
debemos tener en cuenta que son: “identidad” y “diálogo”. Creo oportuno recordar un texto que
hemos publicado los obispos argentinos en el año jubilar denominado: “Jesucristo, Señor de la
Historia”. En el mismo hay una referencia explícita a la necesidad de afirmar nuestra identidad en
una época de cambios: “El comienzo del siglo encuentra a la humanidad en un momento muy
significativo. Algunas décadas atrás la Iglesia hablaba del amanecer de una época de la historia
humana caracterizada sobre todo, por profundas transformaciones. Pero ese amanecer no ha
concluido. Más aún, aquellas situaciones nuevas se han vuelto más complejas todavía. Por eso
podemos percibir qué es lo que termina, pero no descubrimos con la misma claridad aquello que
está comenzando. Frente a esta novedad se entrecruzan la perplejidad y fascinación, la
desorientación y el deseo de futuro. En este contexto se plantea, a veces de un modo oculto y
desordenado, preguntas urgentes: ¿Quién soy en realidad? ¿Cuál es nuestro origen y cuál nuestro
destino? ¿qué sentido tiene el esfuerzo y el trabajo, el dolor y el pecado, el mal y la muerte?
Tenemos necesidad de volver sobre estos interrogantes fundamentales. En una época de profundas
transformaciones, la cuestión de la identidad aparece como uno de los grandes desafíos. Y esta
problemática afecta de modo decisivo al crecimiento, a la maduración y a la felicidad de todos. En
este marco, queremos anunciar lo que creemos, porque el Evangelio es una luz para planteos que
nos inquietan” (3).
En el centro de nuestra identidad como cristianos, esta la persona de Jesucristo, Dios hecho
hombre. Es la piedra angular de la creación y de la historia. Es una tarea de cada cristiano
comprender la centralidad de Jesucristo en su vida y asociarse libremente a él. El Evangelio de
este domingo (Mc. 5,21-43), nos presenta la sanación de una mujer y la resurrección de la hija de
Jairo. En ambos casos el Señor resalta la fe como clave de estos milagros que son signos del
Reino. La mujer que hacia doce años padecía hemorragias quedo curada. Lo importante del texto
es aquello que dice el Señor: “Hija tu fe te ha salvado, vete en paz y queda sanada de tu
enfermedad” (Mc.5, 34).
Si realmente como cristianos queremos ser discípulos de Jesús, trataremos de abrir nuestro
corazón a sus enseñanzas. En el poner en práctica la Palabra de Dios, en el ejercicio de la
comunión eclesial, nosotros alimentamos nuestra identidad y discipulado. Cuando entendemos que
este discipulado debemos vivirlo en el mundo, en la familia, trabajo, política, escuela...
comprendemos que la identidad cristiana realmente es un desafío necesario, para que nuestro
aporte sea fecundo en medio de situaciones nuevas y complejas. El intentar vivir con identidad y
coherencia de vida nos permiten entender la exigencia del discipulado que nos pone el Señor. Solo
por la fe podemos comprender esta propuesta del Señor, exigente, difícil de entender y sobre todo
de vivir, en este amanecer aún un tanto oscuro. Pero si somos capaces de asumir esta propuesta
estaremos caminando un camino de esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas