Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Ciclo B, Tiempo Ordinario,
Domingo de la Semana No. 13
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo *
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado. * Vuestra abundancia remedia la falta
que tienen los hermanos pobres * Contigo hablo, niña, levántate
Textos para este día:
Sabiduría 1,13-15;2,23-24:
Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo creó para que
subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de
muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al
hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte
entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella.
Salmo 29:
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado / y no has dejado que mis enemigos se
rían de mí. / Señor, sacaste mi vida del abismo, / me hiciste revivir cuando bajaba
a la fosa. R.
Tañed para el Señor, fieles suyos, / dad gracias a su nombre santo; / su cólera
dura un instante; / su bondad, de por vida; / al atardecer nos visita el llanto; / por
la mañana, el júbilo. R.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí; / Señor, socórreme. / Cambiaste mi luto en
danzas. / Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R.
2 Corintios 8,7.9.13-15:
Hermanos: Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento,
en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra
generosidad. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo
rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata
de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el
momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la
abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad. Es lo que dice la
Escritura: "Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le
faltaba."
Mc 5,21-43:
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió
mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la
sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con
insistencia: "Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se
cure y viva." Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos
médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en
eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de
Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que
con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus
hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido
fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: "¿Quién me
ha tocado el manto?" Los discípulos le contestaron: "Ves como te apretuja la gente
y preguntas "¿Quién me ha tocado?"" Él seguía mirando alrededor, para ver quién
había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había
pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: "Hija, tu fe te ha curado.
Vete en paz y con salud."
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para
decirle: "Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?" Jesús alcanzó
a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas; basta que tengas
fe." No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el
hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto
de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: "¿Qué estrépito y qué
lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida." Se reían de él. Pero él los
echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró
donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo: "Talitha qumi" (que significa:
"Contigo hablo, niña, levántate"). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a
andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se
enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Homilía
Temas de las lecturas: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo *
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado. * Vuestra abundancia remedia la falta
que tienen los hermanos pobres * Contigo hablo, niña, levántate
1. Parte de la bondad de lo bueno es durar
1.1 Enseña la teología clásica que las nociones trascendentales terminan siendo
equivalentes. El ejemplo más fácil de entender es la verdad y la bondad. Nadie que
aspire seriamente ha ser verdadero y honesto en todas sus cosas dejará de ser al
final una persona buena. Y lo contrario: nadie que quiera ser genuinamente bueno
podrá pactar con mentiras o trampas.
1.2 Esto viene a cuento porque la muerte, si lo pensamos bien, es como una intrusa
que arruina la bondad de nuestros sueños. La muerte está siempre ahí, lista para
burlarse de lo que amamos; lista para decirnos con dejo de ironía: "nada vale la
pena;" o también: "no te esfuerces; no construyas; concéntrate en gozar hoy y
nada más." Es fácil entender que la muerte es nuestra enemiga, como es enemiga
de Dios.
1.3 Por eso la primera lectura explica el origen de la muerte en "la envidia del
diablo." En efecto, la decisión satánica de no servir a Dios implica apartarse de la
fuente de la vida, es decir, degustar la muerte. El que sigue ese camino encuentra
el mismo sabor. La vida sabe a muerte, lejos de Dios.
1.4 Lo otro que sucede es que nuestros actos tienen consecuencias también más
allá de ellos mismos. Una Humanidad sin el pecado original seguramente habría
sido una Humanidad llena de luz, de meditación y de conformidad entre la mente y
el cuerpo. En esa clase de vida lo material estaría subordinado en pacífica armonía
a lo espiritual de modo que aquellos seres tratarían la vejez y la enfermedad de
modos radicalmente distintos.
1.5 Todo esto, por supuesto, es especulación y nunca los sabremos con absoluta
certeza. Lo que sí sabemos es que, allí donde sentimos que la voz de nuestra
conciencia hace eco a la voz de Dios, nuestra alma se rebela y rechaza la muerte.
2. Una fuerza de vida
2.1 En el evangelio vemos a Jesús restaurando la vida, en dos momentos distintos:
en una persona enferma, primero, y en una niña ya difunta, después. Llama la
atención que él se sabe y siente dueño de esa fuerza de vida, y que sabe cuándo ha
"salido" de él, como se nota por la historia de la mujer que quiso "sacarle" un
milagro a escondidas.
2.2 Es decir: Jesús es propiamente Señor de la vida. No sólo la tiene y la concede,
sino que sabe el don que ofrece y a quién lo da. Este "saber" es importante porque
marca la diferencia entre un depósito de medicinas y un médico. Del depósito yo
podría sacar lo que yo quisiera pero es sólo el médico quien conoce qué es lo que
puede hacerme mayor bien y en qué dosis.
2.3 Miremos, por último, la escena cargada de fuerza y de ternura en la que el
Señor Jesús levanta con su mano y con su voz a la niña muerta. Esa palabra no va
hacia un muerto sino a crear de nuevo la vida. Y esa mano extendida tiene su
sentido espiritual también. La Ley de Moisés prohibía tocar cadáveres, y quien los
tocara quedaba "inmundo" por siete días (Números 19,11). Pero Jesús no se
ensucia al tocar a la niña sino que la limpia de las sombras de la muerte.
Fr. Nelson Medina, O.P.