““No temas, basta que creas””
Mc 5, 21-43
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
FE EN LA PALABRA DEL SEÑOR
Las tres lecturas de hoy presentan como en un díptico la doble actitud del hombre frente a la
revelación de Dios, una revelación que tiene que ver con la Vida, con la Vida que no pasa,
plenitud de la comunión con él. El retrato de los necios/impíos hecho por los dos primeros
capítulos del libro de la Sabiduría goza de una actualidad impresionante. En sus palabras se
refleja plenamente la convicción de los que consideran la vida del hombre como algo absurdo,
como algo que carece de todo sentido: «El hombre aparece echado en medio de la existencia
como un par de dados. Todo en la vida parece obra de la casualidad: he sido elegido por
casualidad, debo comportarme al azar, desapareceré al azar...» (G. Prezzolini). La vida no es
otra cosa que un camino hacia la muerte, la única meta cierta de nuestro humano andar.
Las posibilidades frente al anuncio de que aquí no hay muerte, sino sólo un sueño que espera
la resurrección, parecen ser también sólo dos en el Evangelio, y se manifiestan como dos
movimientos opuestos (uno en dirección a la casa, para salvar; el otro es el de los que intentan
bloquear la venida de Jesús): está la decisión del que tiene fe en la Palabra del Señor y es
admitido a contemplar el milagro de la vida, y está el juicio del que considera esta Palabra
como algo absurdo, quedándose a su vez prisionero de la muerte, de esa muerte para la que
no hay resurrección.
En la carta de Pablo, el apóstol proyecta una luz nueva sobre el tema de la plena participación
en la vida de Dios: el amor compartido en la solidaridad concreta es lo que nos permite
participar en el don de la resurrección.
ORACION
Oh Padre, reconocemos que tú has creado todo para la vida: has puesto en nosotros el germen
divino de tu creación fecunda. A nosotros, los esposos, nos has concedido experimentarlo en el
engendramiento de los hijos; a quienes se consagran a tu amor les has entregado la bendición
para los pobres de la tierra; a los sacerdotes, el poder del cuerpo roto y de la sangre derramada
de tu Hijo. Te pedimos hoy, Señor, que nos hagas una sola cosa en el amor, para que
podamos alimentar en la mesa de la eucaristía todo lo que somos: nuestra mente, con el
recuerdo de tu vida entregada en la cruz; nuestro corazón, dilatado por tu amor por cada
hombre; nuestro cuerpo, consumido por la impaciencia de la caridad activa.
Y, transformados de este modo, día tras día, a la medida de tu Hijo sacrificado, podremos
saborear la bondad infinita de la vida.