“Felices los que creen sin haber visto”
Jn 20: 24-29:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
1. LOS DISCÍPULOS SE ENCONTRABAN CON LAS PUERTAS
CERRADAS POR TEMOR A LOS JUDÍOS.
El Evangelio de san Juan, destaca por su gran importancia, las apariciones de Jesús a los
apóstoles. La primera tiene lugar en la tarde del mismo día de la resurrección. Los once
apóstoles están juntos; acaso hubiese con ellos otras gentes que no se citan, como
tampoco se dice en que lugar; creíblemente podría ser en el cenáculo (Act 1:4.13). Los
sucesos de aquellos días, siendo ellos los discípulos del Crucificado, les tenían temerosos.
Por eso les hacía ocultarse y cerrar las puertas, para evitar una intromisión inesperada de
sus enemigos. Pero la entrega de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado
glorioso en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos.
2. “¡ LA PAZ EST CON USTEDES!”
Entonces lleg Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
La paz es un don Dios, la paz viene de Dios, es allí donde debemos buscarla, y en su
morada favorita, en el corazón de los hombres, en ese lugar debe nacer la buena
disposición para vivir en armonía y tranquilidad. Construir la paz, requiere una gran dosis de
amor por la vida y los hombres. En Dios, la paz tiene su origen, y nosotros tenemos que
contribuir a ella. Nuestro Señor, es Dios de la paz, y en nuestras oraciones pidamos
siempre por ella, oremos a Jesús, el nos trajo la paz de Dios a los hombres y es el Príncipe
de la paz.
En efecto, Cristo es nuestra paz, los cristianos expresamos nuestro convencimiento de que
sólo Cristo es "nuestra paz" (Ef 2, 14), reafirmando así que Él mismo es un don de paz
como Padre de toda la humanidad.
Por tanto, oremos por la paz, con el convencimiento de verdaderos cristianos, concientes de
que la justicia y la paz son dos bienes absolutamente inseparables, producto de los
corazones justos y de conciencia de camino en rectitud.
3. “¡HEMOS VISTO AL SEOR!”
En esta aparición del Señor a los apóstoles no estaba el apóstol Tomás, de sobrenombre el
mellizo. Si aparece, por una parte, el hombre de corazón y de arranque que relata san Juan
11:16. En el capitulo 14:5 san Juan lo muestra un tanto escéptico. Entonces se diría que es
lo que va a reflejarse aquí. No solamente no creyó en la resurrección del Señor por el
testimonio de los otros diez apóstoles, y no sólo exigió para ello el verle él mismo, sino el
comprobarlo. Es así como el necesitaba ver las llagas de los clavos en las manos del
Señor, y aún mas, meter su dedo en ellas, lo mismo que su mano en la llaga del costado de
Cristo, la que había sido abierta por el golpe de lanza del centurión. Entonces, sólo a este
precio creerá.
4. “TRAE AQUÍ TU DEDO: AQUÍ ESTÁN MIS MANOS .”
Pero a los ocho días se realizó otra vez la visita del Señor. Estaban los apóstoles juntos,
probablemente en el mismo lugar, y Tomás con ellos. Y vino el Señor otra vez, cerradas las
puertas. San Juan relata esta escena muy sobriamente. Y después de desearles la paz "¡La
paz esté con ustedes!", se dirigió a Tomás y le dijo: Trae aquí tu dedo: aquí están mis
manos y le mandó que cumpliese en su cuerpo la experiencia que él exigía diciéndole:
Acerca tu mano, métela en mi costado. En adelante, no seas incrédulo, sino hombre de fe.
No dice explícitamente el relato si Tomas llegó a introducir el dedo en las llagas para
cerciorarse, al contrario lo exceptúa al decirle Cristo: Ahora crees, porque me has visto. La
evidencia de la presencia de Cristo había de deshacer la obstinación de Tomás.
5. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!
Tomas exclamo: ¡Señor mío y Dios mío! Esta exclamación encierra una riqueza teológica
grandiosa y hermosísima. Esta es un reconocimiento de Cristo, es un afirmación de quién
es El. Es, además, esta enunciación, uno de los pasajes del evangelio de san Juan junto
con el prólogo, en donde explícitamente se proclama la divinidad de Cristo. Dado el lento
proceso de los apóstoles en ir valorando en Cristo su divinidad hasta la gran clarificación de
Pentecostés, sin duda la frase es una explicitación de san Juan a la hora de la composición
de su evangelio. Pero supone el acto de fe de Tomás.
6. ¡FELICES LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO!
Dice el Señor: ¡Felices los que creen sin haber visto! La respuesta de Cristo a esta
confesión de Tomás acusa el contraste, se diría un poco irónico, entre la fe de Tomás y la
visión de Cristo resucitado, para proclamar bienaventurados a los que creen sin ver. No es
censura a los motivos racionales de la fe y la credibilidad, como tampoco lo es a los otros
diez apóstoles, que ocho días antes le vieron y creyeron, pero que no plantearon exigencias
ni condiciones para su fe, ya que ellos no tuvieron la actitud de Tomás, que se negó a creer
a los testigos para admitir la fe si él mismo no veía lo que no sería dable verlo a todos, ni
por razón de la lejanía en el tiempo, ni por haber sido de los elegidos por Dios para ser
testigos de su resurrección (Act 2:32; 10:40-42). Es la bienaventuranza de Cristo a los fieles
futuros, que aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que fueron elegidos por Dios
para ser testigos oficiales de su resurrección y para transmitirla a los demás. Es lo que
Cristo pidió en la Oración Sacerdotal : No ruego sólo por éstos (por los apóstoles), sino por
cuantos crean en mí por su palabra” (Jn 17:20).
7. “AHORA CREES, PORQUE ME HAS VISTO.”
Tomás fue reprochado, no porque el ver para creer sea malo, sino por haber rechazado el
testimonio de los otros apóstoles que vieron. Para creer hay que verlo directamente, como
los apóstoles, o indirectamente, como nosotros, que nos apoyamos en el ver y en la
predicación solemne y pública de los apóstoles.
La fe es un don de Dios, pero tiene también sus bases humanas, como es el estudio y el
testimonio de los testigos.
Este Evangelio nos enseña una lección de fe y, nos invita a no esperar signos visibles para
creer. Pero también es comprensible que Tomás quisiera experimentar por si mismo, del
mismo modo como nos gusta a nosotros experimentar por nosotros mismos, por que a
Cristo se le debe experimentar en primera persona. Es cierto que la ayuda de los amigos
como los consejos de nuestro director espiritual son validos, pero al final solo depende de
nosotros mismos dar ese gran paso a la fe, y entregarnos con toda confianza a los brazos
del Señor.
El Señor permite a Tomás esta experiencia, se aparece a los apóstoles e inmediatamente le
habla, me imagino la emoción de Tomás al verle, tal vez entristecido por haber dudado,
pero al mismo tiempo agradecido por este actitud de Cristo y, así, el hace ese hermoso
reconocimiento a la divinidad de Jesús con esta hermosa oracin de alabanza: “Seor mío y
Dios mío.”
8. ORACIÓN
Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo
lo que me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mi mismo para darme todo a ti.
(S. Nicolás de Flüe,).
Aunque no estoy aún dispuesto para verte y tocarte, ioh Dios mío!, quiero igualmente
acercarme a ti y alcanzar con el deseo lo que ahora no puedo plenamente conseguir. (J. H.
NEWMAN, Matunitá cristiana, pp. 303-304).
Cristo es "nuestra paz" (Ef 2, 14), la Paz de Cristo Resucitado para todos