“Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”
Mc 6, 1-6a
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL ESCÁNDALO, O EL “ENDURECIMIENTO DEL CORAZÓN” (Cf. Ez 2,4)
La incredulidad de quien ha sido llamado a contemplar la revelación de Dios, constituye el
hilo conductor de las perícopas (párrafos) bíblicas que acabamos de leer. Está provocado
esencialmente por la manifestación del poder de Dios en una forma frágil, débil: el profeta es
rechazado por sus hermanos por ser también un simple “hijo de hombre” (adam); no se da
crédito al apóstol porque se presenta de un modo completamente ordinario, casi sumiso. En el
centro se encuentra el hombre-Jesús, capaz de dar un sentido definitivo a la historia de todos
los pobres de la tierra, con su reafirmación de la necesidad de la lógica de la cruz. Esta es
necesaria porque ha sido querida por Dios, porque le ha complacido manifestarse así: en el
devenir de un pueblo situado en un ínfimo rincón de la tierra y de la historia, en la pobre casa
de una muchachita de un oscuro pueblo de Galilea, a través de la ejecución de una condena a
muerte en un descolorido día de abril, sobre el Gólgota.
En esta historia, casi loca, se produce siempre, no obstante, el mismo milagro: “el Hijo de
hombre”, levantado de la tierra, el Espíritu se manifiesta en la acción irresistible del gesto y
de la palabra de un hombre cualquiera, el sepulcro no se queda cerrado y habitado por la
Muerte, sino que se abre de par en par para dejar salir la “Vida para siempre”, la vida eterna.
Así obra Dios, porque está decidido a salvar al hombre: a todo hombre, a todo el hombre.
ORACION
OH Padre, queremos darte gracias por habernos hecho precisamente así: criaturas frágiles y
mortales, pero salidas de tus manos y portadoras de tu impronta. Frente a tu Palabra que
llama “bienaventurados” a quienes no se escandalizan de ti y de tu Hijo, te entregamos todas
nuestras dudas, nuestra incredulidad, los miedos frente a la manifestación de nuestra
debilidad, que nos recuerda a renglón seguido que estamos hechos de tierra, aunque nuestro
deseo sea infinito.
No queremos encontrarnos entre los que no han podido contemplar tus maravillas por estar
demasiado replegados examinando nuestra propia humanidad, considerando nuestros propios
límites y los de los otros: líbranos del miedo al hombre. Entréganos tu mirada de Padre y de
Madre que ha engendrado su espléndida criatura, tu mirada tranquilizadora y fraterna de
Salvador, solidaria con nosotros por obra del Espíritu, para acoger, en este mismo amor de
perdón y compasión, a nosotros mismos y a cada hombre y mujer como inestimable don tuyo.