Cuando la cercanía se convierte en obstáculo
Homilía para el Domingo XIV del Tiempo Ordinario (ciclo B)
La testarudez y la obstinación de los israelitas experimentada por los
profetas (cf Ez 2,2-5) es, igualmente, vivida por Jesús. No es la primera vez
que el Señor se ve rechazado. Ya se habían opuesto a Él los endemoniados
– “¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno?” ( Mc 1,24) - y las
autoridades religiosas – “¿Por qué habla este así? Blasfema” ( Mc 2,7) - .
Incluso los habitantes de una ciudad no judía le rogaron “que se alejase de
su región” ( Mc 5,17). Pero nunca, hasta el momento, había sido rechazado
en su ciudad natal, en Nazaret, en su tierra, entre sus parientes y en su
casa (cf Mc 6,1-6).
Los más próximos deberían ser, en principio, quienes se mostrasen más
propicios a la hora de acoger su mensaje. Máxime si, al oírlo hablar en la
sinagoga, se asombraban de su sabiduría y de los milagros que brotaban de
sus manos. Sin embargo, “desconfiaban de él”, a pesar de que lo habían
visto nacer y de que conocían a su madre y a sus familiares cercanos.
¿Cuál es la causa de esta hostilidad? Explicando las parábolas el Señor
había advertido que “los que están fuera”, los incrédulos, miran y no ven;
oyen y no entienden (cf Mc 4,11-12). Miran las obras de Jesús, sus
milagros, pero no llegan a la fe, sino que las atribuyen al poder de Satanás
y no a la fuerza de Dios. Oyen la predicación, pero no la entienden y
confunden con una blasfemia la proclamación de la misericordia de Dios.
Lo que escandaliza de Jesús es su cercanía; la proximidad inaudita de Dios.
Lo que escandaliza es la realidad de la Encarnación por la que el Hijo de
Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre. Resulta más soportable, para
quien quiere obstinarse en no creer, un Dios lejano que renuncia a hacerse
presente en nuestras vidas con la novedad de su palabra y con la eficacia
de sus acciones. Ante Jesús no se cohíbe “el sarcasmo de los satisfechos” y
el “desprecio de los orgullosos” (cf Sal 122).
Jesús se extrañó de la falta de fe de sus convecinos y no pudo hacer allí
ningún milagro. Pese a todo, curó a algunos enfermos imponiéndoles las
manos. Incluso en medio de un ambiente contrario, de resistencia a creer,
Jesús sigue desplegando la potencia de su misericordia.
La actitud de los habitantes de Nazaret puede ser la nuestra. Resulta
sorprendente comprobar como muchos, incluso personas que se dicen
cristianas, no tienen reparo a la hora de acudir a supuestas vías de
salvación que llaman la atención por su exotismo: la astrología, el
esoterismo, el ocultismo o el chamanismo. Sin embargo, esas mismas
personas se muestran indiferentes ante la humildad de los medios de
salvación que Dios nos ofrece: la lectura de la Palabra de Dios, la oración
cristiana y los sacramentos instituidos por Jesucristo. Se busca así fuera de
la Iglesia lo que en realidad solo se puede encontrar en ella.
Pero también la experiencia de rechazo que vive Jesús puede ser nuestra
experiencia. Muchas veces la incomprensión por ser cristianos, por profesar
e intentar vivir nuestra fe, viene de los que están muy cerca; incluso en la
propia familia y en la propia casa. Debemos aceptar con paciencia esa
prueba, como aceptó Jesús el deshonor de sus paisanos. En los momentos
de dificultad hemos de levantar hacia Él nuestros ojos, esperando su
misericordia.
Guillermo Juan Morado.