EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Martes de la decimoquinta semana del tiempo ordinario
Libro de Isaías 7,1-9.
En tiempos de Ajaz, hijo de Jotám, hijo de Ozías, rey de Judá, Resín, rey de Arám,
y Pécaj, hijo de Remalías, rey de Israel, subieron contra Jerusalén para atacarla,
pero no la pudieron expugnar.
Cuando se informó a la casa de David: "Arám está acampado en Efraím", se
estremeció su corazón y el corazón de su pueblo, como se estremecen por el viento
los árboles del bosque.
El Señor dijo a Isaías: "Ve al encuentro de Ajaz, tú y tu hijo Sear Iasub, al extremo
del canal del estanque superior, sobre la senda del campo del Tintorero.
Tú le dirás: Manténte alerta y no pierdas la calma; no temas, y que tu corazón no
se intimide ante esos dos cabos de tizones humeantes, ante el furor de Resín de
Arám y del hijo de Remalías.
Porque Arám, Efraím y el hijo de Remalías se han confabulado contra ti, diciendo:
"Subamos contra Judá, hagamos cundir el pánico, sometámosla y pongamos allí
como rey al hijo de Tabel".
Pero así habla el Señor: Eso no se realizará, eso no sucederá.
a Porque la cabeza de Arám es Damasco, y la cabeza de Damasco Resín; la cabeza
de Efraím es Samaría, y la cabeza de Samaría, el hijo de Remalías. Dentro de
sesenta y cinco años, Efraím será destrozado, y no será más un pueblo-.
b Si ustedes no creen, no subsistirán".
Salmo 48(47),2-3a.3b-4.5-6.7-8.
El Señor es grande y digno de alabanza,
en la Ciudad de nuestro Dios.
Su santa Montaña, la altura más hermosa,
es la alegría de toda la tierra.
La Montaña de Sión, la Morada de Dios,
es la Ciudad del gran Rey:
el Señor se manifestó como un baluarte
en medio de sus palacios.
Porque los reyes se aliaron
y avanzaron unidos contra ella;
pero apenas la vieron quedaron pasmados
y huyeron despavoridos.
Allí se apoderó de ellos el terror
y dolores como los del parto,
como cuando el viento del desierto
destroza las naves de Tarsis.
Evangelio según San Mateo 11,20-24.
Entonces Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado
más milagros, porque no se habían convertido.
"¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre
ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían
convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos
rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás
precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran
hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos
rigurosamente que tú".
Comentario del Evangelio por
Catecismo de la Iglesia Católica § 1427-1432
"Desde entonces Jesús empezó a predicar: Convertíos, porque está cerca el
Reino de los cielos" (Mt 4,17)
Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio
del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada
se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el
Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental...
Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de
los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la
Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo
tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la
renovación" (Vaticano II LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra
humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por
la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha
amado primero (cf 1 Jn 4,10)...
El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al
hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una
obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: "Conviértenos,
Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para
comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se
estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios
por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al
que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).
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