“Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”
Mt 9, 32-38
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
PODRÁ SUCEDER TODO, PERO NUESTRA UNIÓN CON EL SEÑOR SERÁ CIERTA Y
SERÁ SALVACIÓN.
Lo que seca el corazón y la vida es no estar centrados y unificados en Dios. Es
relativamente fácil pagar el tributo de prácticas religiosas vividas como hábitos separados
de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, esto se convierte en idolatría. «Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mc 7,6), dice Jesús. Todas las
crisis de fe e incluso las de identidad parten de esta «separación» entre religiosidad (formal)
y vida. Por otra parte, ¿cómo eludir este «peligro»?
No es el voluntarismo lo que nos salva. Si, con todo, debe haber compromiso y método en
la vida espiritual, lo que importa es que todo brote de la conciencia del misterio más grande
y consolador: el Señor se compadece de nuestras situaciones escabrosas, difíciles, de
nuestra «sed» de él, que, con nuestras pobres fuerzas, no llega a su ser fuente. Es muy
necesario que el corazón entre en contacto, a través de la fe, con aquel amor, no sólo
materno, sino tiernísimamente materno de Dios que Jesús expresó en su «sentir
compasión», en su sentirse conmovido por unas «entrañas de misericordia» respecto a
nosotros.
Una vida que sea verdadero camino espiritual parte de una Palabra revelada, apoyo
luminoso de nuestro creer, esperar y amar: «El amor no consiste en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de
nuestros pecados» (1 Jn 4,10). Así las cosas, incluso en los momentos de tentación,
cuando la carrera del activismo o la fascinación del aplauso o la decepción del fracaso nos
turban, la fuerza del Dios-Amor, del Jesús-Presencia en nuestra vivencia nos sostendrá.
Podrá suceder todo, pero nuestra unión con el Señor será cierta y será salvación.
ORACION
Señor, derrama tu Espíritu en mí, para que mi vida, a menudo triturada y con facilidad
idólatra, llegue a ser libre, unificada en ti. Crea en mí un corazón sincero, para que me
relacione contigo no de una manera ritualista y rutinaria, sino con toda la conciencia de que
«tú eres mi dueño, mi único bien; nada hay comparable a ti» (Sal 16,2) y de que «me
enseñarás la senda de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu
derecha» (Sal 16,11).
Concédeme vivir la certeza de que eres la revelación del infinito amor del Padre, que se
inclina hacia mí amándome, hasta compadecer conmigo en tu misterio de pasión-muerte,
para abrirme al poder de la resurrección. Señor Jesús, que yo sufra contigo mis dificultades
y dolgres, y venza contigo todos mis males gracias a tu resurrección. Es dentro de este
ritmo de vida pascual donde te ruego que me hagas partícipe de tu ansia de salvación.
Señor, envíame, envía a tantos otros hermanos mejores que yo al campo del Padre, donde
ya se dora la mies del Reino.