EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Jueves de la decimosexta semana del tiempo ordinario
Libro de Jeremías 2,1-3.7-8.12-13.
La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:
Ve a gritar a los oídos de Jerusalén: Así habla el Señor: Recuerdo muy bien la
fidelidad de tu juventud, el amor de tus desposorios, cuando me seguías por el
desierto, por una tierra sin cultivar.
Israel era algo sagrado para el Señor, las primicias de tu cosecha: todos los que
comían de él se hacían culpables, les sobrevenía una desgracia -oráculo del Señor-
Yo los hice entrar en un país de vergeles, para que comieran de sus frutos y sus
bienes; pero ustedes entraron y contaminaron mi país e hicieron de mi herencia
una abominación.
Los sacerdotes no preguntaron: "¿Dónde está el Señor?, los depositarios de la Ley
no me conocieron, los pastores se rebelaron contra mí, los profetas profetizaron en
nombre de Baal y fueron detrás de los que no sirven de nada.
¡Espántense de esto, cielos, horrorícense y queden paralizados! -oráculo del Señor-.
Por que mi pueblo ha cometido dos maldades: me abandonaron a mí, la fuente de
agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua.
Salmo 36(35),6-7ab.8-9.10-11.
Tu misericordia, Señor, llega hasta el cielo,
tu fidelidad hasta las nubes.
Tu justicia es como las altas montañas,
tus juicios, como un océano inmenso.
Tú socorres a los hombres y a las bestias:
¡qué inapreciable es tu misericordia, Señor!
Por eso los hombres se refugian a la sombra de tus alas.
Se sacian con la abundancia de tu casa,
les das de beber del torrente de tus delicias.
En ti está la fuente de la vida,
y por tu luz vemos la luz.
Extiende tu gracia sobre los que te reconocen,
y tu justicia sobre los rectos del corazón.
Evangelio según San Mateo 13,10-17.
Los discípulos se acercaron y le dijeron: "¿Por qué les hablas por medio de
parábolas?".
El les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de
los Cielos, pero a ellos no.
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que
no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no
escuchan ni entienden.
Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no
comprenderán, por más que vean, no conocerán,
Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han
cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no
comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen.
Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo
vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
comentario del Evangelio por
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la
Iglesia
Discurso sobre los Salmos, Sal. 118, n° 20 ; CCL 40, 1730
“Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis”
El profeta dice en un salmo: “Me consumo ansiando tu salvación y espero en
tu palabra” (118,81)... ¿Quién expresa este deseo ardiente si no "la raza escogida,
el sacerdocio real, la nación santa, el pueblo escogido por Dios" (1P 2,9), cada uno
en su época, en todos los que vivieron, que viven y que vivirán, desde el origen del
género humano hasta el fin de este mundo?... Por eso el Señor mismo les dijo a sus
discípulos: "Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis". Es pues
su voz, la que hay que reconocer en este salmo... Este deseo jamás cesó en los
santos y continúa ahora, en "el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia" (Col. 1,18),
hasta que venga "El Deseado de las naciones" (Ag 2,8 tipos de Vulg)...
En los primeros tiempos de la Iglesia, antes de la encarnación en la Virgen,
existían santos que deseaban la llegada de Cristo en la carne; y desde entonces
hasta su Ascensión existían otros santos que desean la manifestación de Cristo para
juzgar a vivos y muertos. Desde el comienzo hasta el final de los tiempos, este
deseo de la Iglesia jamás perdió su ardor, incluso tampoco mientras el Señor vivió
sobre tierra en compañía de sus discípulos.
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