XIV D OMINGO DEL T IEMPO O RDINARIO
(Ez 2, 2-5; Sal 122; 2 Co 12, 7b-10; Mc 6, 1-6)
L A P ALABRA
Para que no tenga soberbia, me han
metido una espina en la carne: un
ángel de Satanás que me apalea,
para que no sea soberbio. Tres veces
he pedido al Señor verme libre de él;
y me ha respondido: «Te basta mi
gracia; la fuerza se realiza en la
debilidad.»
Por eso, muy a gusto presumo de
mis debilidades, porque así residirá
en mí la fuerza de Cristo.
M EDITACIÓN
¡Cuántas veces, en la propia experiencia de debilidad, la confesión de san Pablo es
bálsamo en la herida!
¡Cuántas veces necesitamos oír de los santos que se han sentido frágiles y no
obstante han permanecido fieles!
¡Cuántas veces en el secreto del corazón, se sorben las palabras que suenan a
propia carne, a la experiencia más íntima, sin la envoltura del discurso evasivo!
La debilidad no es contraria al evangelio, pues Jesús ha venido a llamar a los
pequeños, a los pobres, a los débiles, a los pecadores, y se ha compadecido de los
huérfanos, de las viudas, de los enfermos, de los extranjeros, de los proscritos.
El orgullo, la soberbia, la vanidad, el afán dominador y pretencioso, la
emancipación narcisista y egocéntrica, el protagonismo, el afán de poder, la autoestima
intrascendente son los verdaderos enemigos del evangelio.
“¡Te basta mi gracia!” La providencia divina permite que lleguemos al límite de
nuestras fuerzas, para ver si desde ahí damos el salto al abandono en sus manos, en vez
de sumirnos en la tristeza y en la desesperanza.
Cuando se experimenta la debilidad es el momento de la gracia. Cuando se
resquebraja el endurecimiento del corazón, cabe la ternura y la escucha del ofrecimiento
liberador: “Venid a mí los cansados, los agobiados, los sedientos, los pecadores, los
exilados, los marginados.” “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que
están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: “Misericordia quiero, que no
sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9, 12-13).
O RACIÓN
“Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios; nuestra
alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los
orgullosos”.