XVI Semana del Tiempo Ordinario (Par)
Miercoles
La Palabra de Dios sigue fecundando el mundo, en una siembra que
continúa con nuestra colaboración
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se
reunió junto a él tal multitud que hubo que subir a sentarse en una
barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a
hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el
sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al
camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en
terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no
ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no
tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la
sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una
parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos,
que oiga» (Mateo 13,1-9).
1. Empezamos hoy (hasta el viernes de la semana que viene) el capítulo de
las parábolas de Jesús: el sembrador y su semilla, el grano de mostaza, la
levadura, el tesoro y la perla escondidos, la red que recoge peces buenos y
malos. Las parábolas son relatos que en labios de Jesús contienen una
lección para enseñar las líneas-fuerza del Reino, con comparaciones llenas
de expresividad.
Jesús, no es la primera vez que enseñas desde la barca, para que puedan
oírte bien desde la orilla, de manera que puedan también verte, comienzas
hoy diciendo: “- He aquí que salió el sembrador a sembrar”.. .
La siembra divina continúa hoy, como también en época de san Pablo
incluso cuando estaba desanimado, porque los habitantes de Corinto, la
ciudad pagana, no le hacían mucho caso, y escucha la voz de Cristo que le
dice: « No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy
contigo... yo tengo un pueblo numeroso en esta ciudad » (Hch l 8,9- l
0). Y, en efecto, Pablo se quedó en Corinto año y medio, «enseñando entre
ellos la Palabra de Dios» o sea, sembrando en abundancia.
La comunidad cristiana -los pastores y todos los demás fieles- hemos
recibido el encargo de que el mensaje de Cristo llegue a todos, «siembra»
divina en el lenguaje de hoy, como recientemente se ha preparado el
Catecismo para jóvenes, así lo importante es sembrar, porque la Palabra de
Dios tiene una fuerza interior que germina y da fruto también en terrenos
hostiles.
Con esperanza y confianza en Dios, somos instrumentos de la
iniciativa de Dios, que es quien hace fructificar nuestros esfuerzos .
Nosotros tenemos que sembrar sin tacañería y sin desanimarnos fácilmente
por la aparente falta de frutos (J. Aldazábal).
El pobre "sembrador" de la parábola de hoy no tiene buena suerte, en
apariencia: los pájaros comen las semillas, antes de que germinen..., luego
la plantita es quemada por el sol, antes que pudiera crecer..., por fin la
planta que había logrado desarrollarse es sofocada por las malas hierbas...
¿Por qué nos cuentas, Jesús, esta serie de fracasos? Podría pensarse,
cuando se llega a este punto de la parábola, que el trabajo del sembrador
ha sido completamente inútil. Pues bien, todo ello es imagen del "Reino de
Dios"...
A menudo tenemos nosotros la impresión de estar perdiendo el tiempo al
tratar de vivir y proclamar el evangelio, y no ver ningún resultado. ¡Señor,
contéstanos! ¡Señor, ilumínanos!
-“ Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto; unos ciento;
otros, sesenta; otros treinta”. He aquí un éxito sorprendente. El fracaso
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anterior es muy ampliamente compensado. Sí, a pesar de las apariencias
contrarias, la cosecha divina será un hecho. Al fin de cuentas el Sembrador
no quedará decepcionado: el Reino de Dios tiene asegurado el éxito final...
¡la Palabra de Dios no puede fallar porque Dios es Dios!
«La tierra era buena, el sembrador el mismo, y las simientes las mismas; y
sin embargo, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra treinta? Aquí
la diferencia depende también del que recibe, pues aun donde la
tierra es buena, hay mucha diferencia de una parcela a otra. Ya veis
que no tiene la culpa el labrador ni la semilla, sino la tierra que la
recibe; y no es por causa de la naturaleza, sino de la disposición de
la voluntad » (San Juan Crisóstomo).
«La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla.
La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere
servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor
todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino
mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del
mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil,
al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo,
santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado» (J.
Escrivá, Es Cristo que pasa 150).
-“ ¡Quien tenga oídos, que oiga!” A menudo, sí, somos sordos y nuestros
corazones están cerrados; no sabemos percibir suficientemente los signos
del Reino de Dios, los signos que Dios trabaja en su obra, que la "mies
crece" y que "la cosecha 100 por 1" está preparándose... a pesar de las
apariencias contrarias. Señor, danos tu modo de ver. Señor, llévanos
contigo para sembrar el buen grano (Noel Quesson).
2. Jeremías (1,1.4-10) será el profeta que leeremos durante unas tres
semanas. Vivió algo más de un siglo después de los tres profetas
precedentes -Amós, Isaias, Miqueas-. Vivió el drama de la destrucción de
Jerusalén por Nabucodonosor, precedida de varias deportaciones. Sin
embargo, más fuerte es la llamada de Dios:
-“ El Señor me dirigió la palabra y me dijo: «Antes de haberte
formado en el seno materno, te conocía. Antes que nacieses, te
consagré.»” Una palabra íntima, una convicción secreta: Dios se me ha
adelantado, y ha sido el primero en amarme, ¡desde el seno de mi madre...
y antes! Cuando se nos habla de las partículas de la vida, sabemos que no
somos fruto del azar, que éstas, como las demás partículas, las ha puesto
Dios en su creación, que hay un encuentro entre la razón creadora, y la
mente humana que descubre algo de esa creación. Creo, Señor, que he sido
querido por Ti... y que Tú tienes un proyecto sobre mí. No me has suscitado
a la existencia porque sí, sino para una tarea precisa que nadie más que yo
puede cumplir.
-“ Te constituyo profeta de las naciones”. La misión de Jeremías es
"universal", internacional. De hecho, sabemos por la historia que la misión
de Jeremías fracasó viviendo él. Pero después, su influencia fue creciendo
sin cesar: es el padre del judaísmo más puro, que florecerá pasada la
prueba del Exilio. Al poner en evidencia las relaciones íntimas del alma con
Dios, preparó la nueva Alianza en Jesús.
-“ Y dije: «¡Ah, Señor! No sé expresarme. No soy más que un
muchacho.» Jeremías es un tímido. A diferencia de Isaías que se ofrecía
de entrada, él, en cambio, duda, confiesa su debilidad, su incapacidad.
-“ El Señor contestó: «No digas: soy un muchacho. Irás
adondequiera que Yo te envíe, dirás todo lo que te ordenaré. No les
tengas miedo, que estoy contigo para salvarte, palabra del Señor.»
Entonces alargó el Señor su mano, me tocó la boca y me dijo: "De
tal modo, ¡he puesto mis palabras en tu boca!"” Jeremías será,
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verdaderamente, el hombre de la «palabra». Ninguna debilidad cuenta ante
esa llamada: necesitará «recibirlo todo» de Dios para poder decir algo
válido. Señor, toca mis labios, toca mi inteligencia y mi corazón, para que
llegue a saber decir algunas palabras de Ti, a pesar de mi debilidad.
-“ Recuerda que hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y
sobre los reinos, para extirpar y destruir, para abatir y derrocar,
para reconstruir y plantar”. Señor, danos la valentía de arriesgar nuestra
vida por la verdad, por el amor, por una gran causa a la que dedicamos
nuestra vida porque creemos que nos viene de Ti (Noel Quesson).
3. A nosotros nos ha tocado ser cristianos en unos tiempos también difíciles
(¿hay alguno que no lo haya sido?). En muchas regiones, estamos en medio
de una sociedad secularizada y pluralista. No tendremos la misión de influir
en las opciones militares o políticas de nuestro país. Pero sí, la de dar
testimonio de los valores de Dios y del mensaje de Cristo en el ámbito de
nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra parroquia, de nuestra
sociedad.
Nuestra voz profética -hecha más de testimonio vivencial que de palabras-
debería ser valiente, comprometida. Si tenemos dificultades, sentiremos un
gozo especial en recitar el salmo de hoy: « A ti, Señor, me acojo... sé tú
mi roca de refugio, el alcázar donde me salve... / Porque tú, Dios
mío, fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud» ( J.
Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté
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