“No teman”
Mt 10, 24-33
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
“AQUÍ ESTOY YO, ENVÍAME”.
La sociedad del «tener más» margina cada vez más a Dios mediante una serie de
mecanismos que tienen que ver con el placer a cualquier precio, por cualquier medio.
Ropa, dinero, servicios, experiencias: todo se ofrece en el gran supermercado del mundo.
Sin embargo, el hombre, antes que perseguir la paz del corazón, experimenta un gran
vacío, amplificado precisamente por estar abrumado por bienes de fortuna. Si no quiere
morir de asfixia espiritual, ha llegado el tiempo de invertir por completo su marcha.
«Buscad a Dios y viviréis», advierte el profeta Amós. Y los ángeles de la natividad cantan:
«Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor». Lo que el
corazón (mucho más que la mente) debe comprender es el hecho de que, si busco la
gloria del Señor en mi obrar, si mi ojo interior se abre a contemplarle, a querer obrar por
amor a él, llego también a la paz. Si, en cambio, busco mi paz adhiriéndome a este
mercado de propuestas consumistas apoyadas por el psicologismo, me pierdo en
callejones sin salida, donde se encuentran dispuestos a sofocarme miedos cada vez más
insurrectos.
Ahora bien, para que busque yo la gloria del Señor y sepa descubrirla por doquier -en la
flor apenas entreabierta, en el cielo poblado de estrellas, en el rostro amigo, en el día
alegre y en el cansado- necesito dejarme purificar. El Señor sabe de quién y de qué
servirse para que yo no esté bajo el dominio del egoísmo, sino de la gloria de Dios. El
otro elemento fundamental es que reciba el repetido: «No tengáis miedo». En un mundo
profundamente turbado, absorber el «no tengáis miedo» en los ámbitos más profundos
del ser me hace adquirir confianza, solidez, soltura, incluso en orden al apostolado. Diré
con Isaías: «Aquí estoy yo, envíame».
ORACION
Señor, sabes que me atrae el placer y que tiendo a cambiarlo por la alegría y por la paz
que necesito. Te suplico, en medio de la corrupción del gran mercado en que vivo, que
me hagas dejarme purificar por ti no sólo los labios, como Isaías, sino en lo profundo del
corazón.
Ayúdame a aceptar aquello de que tú quieres servirte para realizar esta necesaria
purificación. Espabílame en el combate espiritual contra las pasiones, para que desee y
anhele, en todo, tu gloria y no las mezquinas satisfacciones de mi egoísmo. Y que tu «no
tengáis miedo» sostenga esta voluntad mía un día tras otro.
Si tú me persuades de que buscar tu gloria significa obtener asimismo la paz del corazón,
viviré mejor estos mis breves días y los viviré en plenitud: no replegado en mí mismo, sino
entregado al anuncio de esta paz, de esta alegría, también a mis hermanos. Purifícame,
Señor, fortifícame y, después... “aquí estoy yo, envíame”.