DomingoXV del Tiempo Ordinario (B)
Y comenzó a enviarlos
Jesús envía en misión a los Doce (cf Mc 6,7-13). La iniciativa de este envío
procede únicamente del Señor. Él, en lugar de hacerlo todo por sí mismo,
quiso contar con la colaboración de los hombres; quiso, por la Encarnación,
compartir nuestra existencia y hacernos partícipes de su misión.
Jesús no desprecia la ayuda de los hombres, sino que les confiere la
dignidad de ser sus enviados, a pesar de conocer sus límites y sus
debilidades. La palabra “apóstol” significa precisamente “enviado”. Jesús
envía a los Doce y les pide, para poder llevar a cabo la misión, una actitud
de desprendimiento. No deben estar, los apóstoles, apegados al dinero o a
las comodidades.
También les advierte de que no siempre recibirán una acogida positiva; más
aun, en ocasiones serán rechazados y perseguidos. Se repetirá en cada uno
de ellos la experiencia del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el
santuario de Betel (cf Am 7,12-15). Amós no fue bien acogido, pero es
consciente de que él no ha elegido su misión de profeta, sino que la ha
recibido del Señor. Tanto si lo aceptan como si lo rechazan, continuará
profetizando.
Los Doce no pueden contentarse con predicar la conversión, con anunciar la
verdad. A la tarea de la predicación deben añadir, según el mandato y el
ejemplo de Jesús, la cura de los enfermos, el servicio de la caridad. La
predicación de la Palabra y la manifestación de la bondad de Dios con
gestos de caridad y de servicio han de ir unidas.
Como enseña el Papa Benedicto XVI en la encíclica “Caritas in veritate”, “se
ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la economía de la caridad,
pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de
la verdad” ( CV 2).
La misión de los Doce es una misión fecunda que, después de la
Resurrección de Jesús, se extendió a todo el mundo. A través de esa
misión, que es la misión de la Iglesia, el amor y el conocimiento de Dios
llega a cada uno de nosotros. Cristo ha adquirido a la Iglesia con su sangre
“y la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvación universal. En
efecto, Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento; por medio
de ella cumple su misión” (Juan Pablo II, Redemptoris missio , 9).
Debemos, pues, sentirnos alegres y agradecidos, bendiciendo a Dios, Padre
de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha destinado en la Persona de Cristo –
por pura iniciativa suya – a ser sus hijos (cf Ef 1,3-14).
La Eucaristía es bendición y alabanza, reconocimiento de Dios y de sus
dones, acción de gracias al Padre por habernos dado a Cristo y por haber
enviado, junto a Cristo, al Espíritu Santo.
Guillermo Juan Morado.