DOMINGO 16. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 6, 30-34
Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho
y lo que habían enseñado. Él entonces, les dice:
"Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un
poco."
Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para
comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario.
Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá
corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al
desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban
como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
CUENTO: EL TIEMPO DEL CARACOL
Los animales se reunieron en asamblea y comenzaron a quejarse de que los
humanos no hacían más que quitarles cosas. “Se llevan mi leche”, dijo la
vaca. “Se llevan mis huevos”, dijo la gallina. “Se llevan mi carne”, dijo el
cerdo. “Me persiguen para llevarse mi grasa”, dijo la ballena. Y así
sucesivamente. Por fin habló el caracol: “Yo tengo algo que les gustaría
tener más que cualquier otra cosa: TIEMPO”.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Es quizá la queja de todo el mundo en esta sociedad de las prisas: “No
tengo tiempo, no me da el tiempo, no hay tiempo para nada”. ¿Qué nos
está pasando? Porque lo curioso es que tenemos tiempo para lo que
queremos y nos importa. Pero no tenemos tiempo muchas veces para lo
más importante: la familia, los amigos, Dios. Eso siempre lo relegamos para
más tarde, para otro día. Ni siquiera tenemos tiempo para nosotros
mismos. Y cuando llegan las vacaciones o el fin de semana seguimos
ocupados, muchas veces hasta por el mismo trabajo que no sabemos sacar
de nuestras mentes. Y así vivimos la vida corriendo, nunca viviendo el
presente, pensando siempre en el mañana, en el qué haré, qué pasará, sin
disfrutar del hoy, de quienes nos rodean. Y vivimos como exiliados de
nosotros mismos, como fuera de nuestro corazón, a merced del viento del
momento, de la moda, de la apariencia, de qué dirán, del cómo vestiré, del
cuánto peso o qué coche nuevo me compraré, olvidándonos muchas veces
de cómo trato a mi familia, cuánto tiempo de calidad dedico a mis amigos,
qué momentos de silencio, reflexión y tranquilidad me dedico a mí mismo. Y
sin eso, dejo de preocuparme de los demás, no me importan los problemas,
“paso” de rollos solidarios, no me mueve a compasión ningún drama
humano por cercano que esté.
Por eso, el evangelio de hoy es más actual que nunca. Parece que ya en los
tiempos de Jesús existía la misma tentación del activismo, incluso entre sus
mismos apóstoles. Y por eso los invita a descansar, a reposarse, a renovar
fuerzas, a hacer silencio, a alejarse de la multitud. Pero no para olvidarse
de los problemas de la gente; al contrario, para poder ayudar con más
profundidad y generosidad. No es “perder el tiempo”, es ganar fuerzas,
recuperar energías, aprender a mirar con mirada de compasión, que es
mucho más que mirada sensiblera del momento. Compadecerse es tener
“empatía” con el sufrimiento del otro, ponerse en el lugar del otro, para
acoger su dolor y hacerlo propio. Y eso sólo surge de un corazón en paz
consigo mismo, de un amor más profundo que se aquilata en el silencio y
en la escucha de Dios y de los otros.
Oración y compasión, silencio y escucha, contemplación y acción. ¡Qué
bueno este tiempo de vacaciones para relajarnos también por dentro, no
sólo por fuera!. Tiempo parta escucharnos, para escuchar al que está cerca,
para hacernos cercanos y compasivos con los problemas de los demás.
Tiempo para escuchar el dolor del mundo, dolor de los que sufren en tantos
lugares de la tierra a causa de nuevas injusticias. Ahí siguen las matanzas
diarias en Irak y Afganistán: ahí crece el drama de los inmigrantes a la
deriva sin que nadie los quiera acoger; ahí perdura el escándalo de los
millones de seres humanos que mueren de hambre o de los que siguen
indefensos ante las fuerzas de la naturaleza. Vacaciones es también tiempo
de ponerse al día de todo esto, no sólo de aislarse egoístamente para
disfrutar de un bienestar al que también tienen derecho otros.
Ojalá escuchemos el ejemplo del caracol del cuento y utilicemos mejor el
tiempo, en especial el tiempo que dedicamos a crecer como personas por
dentro, a escuchar y acoger el corazón de los que están más cerca, el
tiempo para sentir compasión solidaria con quienes sufren cerca o lejos de
nosotros.
Dejemos que resuene en la profanidad de nuestras vidas esta llamada de
Jesús del Evangelio de hoy, llamada a la oración y a la compasión.
¡OS DESEO UNA FELIZ, DESCANSADA Y COMPASIVA SEMANA!.