“Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos
rigurosamente que ustedes”
San Mateo 11, 20-24:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA FE ENSANCHA EL HORIZONTE MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS Y PERMITE
RECONOCER LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO, QUE GUÍA AL HOMBRE HACIA LA
PLENA REVELACIÓN DEL PADRE EN CRISTO.
Estamos inmersos en la historia que vivimos y no podemos evitar hacer lo que podamos
para obtener los resultados más ventajosos para nosotros en ella. A buen seguro, no
tiene sentido que esperemos ayudas de lo alto que suplan la inhibición y nuestro
carácter inoperante. Con todo, no raras veces nos sentimos impelidos hacia dos
actitudes extremas: el pragmatismo, completamente escéptico o indiferente respecto al
carácter incisivo de la fe en la historia, y el espiritualismo, que invoca a Dios para que
resuelva problemas prácticos. Ninguna de las dos posiciones toma en serio a Dios en su
verdad de Señor del tiempo y de la historia, y en su opción de confiar al hombre -como
«virrey» de lo creado- la suerte de la creación (cf. Gn 1,28; 2,15).
La fe no suprime la perspicacia del análisis de lo que acaece; más aún, permite ver con
detenimiento y captar las consecuencias últimas de los fenómenos políticos, sociales,
familiares... La fe no nos impide adquirir la necesaria competencia para tratar las
cuestiones contingentes; es más, la anima con la confianza de que nada se ha de perder,
ni siquiera las derrotas y los fracasos, dado que Dios es el salvador de todo lo que
existe.
La fe ensancha el horizonte más allá de las apariencias y permite reconocer la obra del
Espíritu Santo, que guía al hombre hacia la plena revelación del Padre en Cristo. Abrirse
a este reconocimiento es abrirse a la alegría, aun en medio de las dificultades y los
sufrimientos que presenta la historia: alegría por la seguridad de que, incluso en la
adversidad, el Señor está con nosotros, con tal de que nosotros no nos cerremos a los
signos que revelan su presencia.
ORACION
Perdona, Señor, mi dureza de corazón. No es tanto la de quien elige pasar de ti, sino el
polémico carácter refractario de quien te quiere distinto: o con una potencia más
evidente, o menos embarazoso. Perdóname, Padre, por sentirme escandalizado por tu
modo de revelarte en la vida de Jesús y por aceptar darte a conocer hoy a través de la
vida de la Iglesia, de los cristianos, es decir, también a través de la mía: una vida llena
con frecuencia de contradicciones, de incoherencias, de fragilidad y de infidelidad.
Necesito hacerme sencillo y humilde para comprender algo de tu modo de manifestarte
o, por lo menos, para acoger con fe y respeto los signos de tu presencia, esos que tú
mismo nos has indicado -el pan, la Palabra, el hermano- y los tejidos en la trama de la
historia. ¡Ven, Espíritu Santo, padre de los pobres, luz de los corazones!