EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Juan 6,1-1.
Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.
Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe:
"¿Dónde compraremos pan para darles de comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera
comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es
esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se
sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo
mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los
pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco
panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es,
verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez
solo a la montaña.
Comentario del Evangelio por
San Efrén (v. 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Comentario al Evangelio concordante, 12, 1-4; SC 121
La multiplicación de los panes
En el desierto, nuestro Señor multiplicó el pan, y en Caná convirtió el agua en
vino. Acostumbró el paladar de sus discípulos a su pan y a su vino, hasta el
momento en que les daría su cuerpo y su sangre. Les hizo probar un pan y un vino
transitorios para excitar en ellos el deseo de su cuerpo y de su sangre vivificante.
Les dio estas pequeñas cosas generosamente, para que supieran que su don
supremo sería gratuito.
Se los dio gratuitamente, aunque habrían podido comprárselos, con el fin de
que supieran que no pagaban una cosa inestimable: ya que, si podían pagar el
precio del pan y del vino, sin embargo no podrían pagar su cuerpo y su sangre. No
sólo nos colmó gratuitamente de con sus dones, sino que además nos trató con
afecto. Nos dio estos dones gratuitamente para atraernos, con el fin de que
vayamos a él y recibamos gratuitamente este bien por muy grande que sea la
eucaristía.
Estas pequeñas porciones de pan y de vino que nos dio, eran dulces a la boca,
pero el don de su cuerpo y de su sangre es útil para el espíritu. Nos atrajo con
estos alimentos agradables hacia el palacio, con el fin de acercarnos hacia lo que da
vida a nuestras almas... La obra del Señor alcanza todo: en un santiamén,
multiplicó un poco de pan. Lo que los hombres hacen y transforman en diez meses
de trabajo, sus diez dedos lo hicieron en un instante... De una pequeña cantidad de
pan surgió una multitud de panes; fue como en el momento de la primera
bendición: "Sed fecundos, multiplicaos, cubrid la tierra" (Gn 1,28).
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