EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Viernes de la decimoséptima semana del tiempo ordinario
Libro de Jeremías 26,1-9.
Al comienzo del reinado de Joaquím, hijo de Josías, rey de Judá, llegó esta palabra
a Jeremías, de parte del Señor:
Así habla el Señor: Párate en el atrio de la Casa del Señor y di a toda la gente de
las ciudades de Judá que vienen a postrarse en la Casa del Señor todas las palabras
que yo te mandé decirles, sin omitir ni una sola.
Tal vez escuchen y se conviertan de su mal camino; entonces yo me arrepentiré del
mal que pienso hacerles a causa de la maldad de sus acciones.
Tú les dirás: Así habla el Señor: Si ustedes no me escuchan ni caminan según la
Ley que yo les propuse;
si no escuchan las palabras de mis servidores los profetas, que yo les envío
incansablemente y a quienes ustedes no han escuchado,
entonces yo trataré a esta Casa como traté a Silo y haré de esta ciudad una
maldición para todas las naciones de la tierra.
Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías mientras él
pronunciaba estas palabras en la Casa del Señor.
Y apenas Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había ordenado decir al
pueblo, los sacerdotes y los profetas se le echaron encima, diciendo: "¡Vas a morir!
Porque has profetizado en nombre del Señor, diciendo: Esta Casa será como Silo, y
esta ciudad será arrasada y quedará deshabitada". Entonces todo el pueblo se
amontonó alrededor de Jeremías en la Casa del Señor.
Salmo 69(68),5.8-10.14.
Más numerosos que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin motivo;
más fuertes que mis huesos,
los que me atacan sin razón.
¡Y hasta tengo que devolver
lo que yo no he robado!
Por ti he soportado afrentas
y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos,
fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora,
y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
Pero mi oración sube hasta ti, Señor,
en el momento favorable:
respóndeme, Dios mío, por tu gran amor,
sálvame, por tu fidelidad.
Evangelio según San Mateo 13,54-58.
Y, al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera
que todos estaban maravillados. "¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese
poder de hacer milagros?
¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son
hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas?
¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo
esto?".
Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Entonces les dijo: "Un profeta es
despreciado solamente en su pueblo y en su familia".
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.
Comentario del Evangelio por
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
2ª Homilía sobre estas palabras del Evangelio: “El ángel Gabriel fue
enviado”, § 16
“¿No es acaso el hijo del carpintero?”
Hermanos, recordemos al patriarca José..., de quien José, el esposo de María,
no heredó solamente el nombre, sino la castidad, la inocencia y la gracia... El
primero que recibió del cielo la explicación de los sueños (Gn 40; 41); El segundo
que tuvo no sólo el conocimiento de los secretos del cielo sino el honor de poder
participar en ellos. El primero, proveyó la necesidad de todo un pueblo,
abasteciéndoles de trigo en abundancia (Gn 41,55); el segundo ha sido establecido
guardián del pan vivo que debe dar la vida por el mundo entero. (Jn 6,51).
No hay duda de que José, que ha sido desposado con la madre del Salvador,
fuera un hombre bueno y fiel, o más bien un "servidor seguro y solícito" (Mt 25,21)
al que el Señor estableció al cuidado de su familia para ser el consuelo de su
madre, el padre nutricio de su humanidad, el cooperador fiel en su designio sobre el
mundo. De la casa de David..., descendiente de estirpe real y noble por su
nacimiento, pero más noble todavía por su corazón. Sí, él fue verdaderamente hijo
de David, no sólo por la sangre, sino por su fe, por su santidad, por su fidelidad al
servicio de Dios.
En José, el Señor encontró, como en David, "un hombre según su corazón"
(1S 13,14), a quien pudo confiar con toda seguridad, el secreto más grande de su
corazón. Le reveló "los secretos más profundos de su Sabiduría" (Sal. 50,8), le
reveló maravillas que ningún príncipe de este mundo ha conocido; por fin, le otorgó
ver "lo que tantos reyes y profetas desearon ver y no vieron", y oír lo que muchos
desearon "oír y no oyeron" (Lc 10,24). Y no sólo verlo y oírlo, sino que llevarlo en
sus brazos, conducirlo de la mano, estrecharlo sobre su corazón, abrazarlo,
alimentarlo y protegerlo.
"servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”