DOMINGO 16 ORDINARIO (B)
Lecturas: Jer 23,1-6; S.22,1-6; Ef 2,13-18; Mc
6,30-34
Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano,
S.J.
Mis ovejas escuchan mi voz
Como ya les indiqué, tras el fracaso de la visita
a Nazaret Jesús se dedica de modo especial a la
preparación personal de sus discípulos. Durará este
periodo algo más de un año. Este evangelio sucede
cuando los discípulos han regresado de la misión que
han realizado por parejas en diversas zonas. La
comentamos el pasado domingo. El Espíritu del Señor
les ha acompañado y vienen cansados pero eufóricos.
Son ellos los primeros sorprendidos por lo que han
hecho: enfermos que curan, personas que creen,
gente abandonada que cambia su vida, los que
preguntan queriendo saber más y más, endemoniados
que son liberados. Jamás lo hubieran pensado; todos
los doce tienen muchas cosas que contar y muchas
ganas de hablar. Pero están cansados y Jesús se da
cuenta, y les invita a un sitio tranquilo donde
descansar y gozar de la experiencia con paz. Porque
“no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en
barca a un sitio tranquilo y apartado”.
No faltarán entre ustedes quienes se encuentren
a veces en situación parecida. Habrá quienes,
obligados por la edad o los achaques, no estén ya para
esfuerzos semejantes; pero también cuántos padres y
madres de familia, sacerdotes, incluso personas
jóvenes absorbidas por sus estudios y otras
obligaciones, cuántos son los que no encuentran
tiempo para hablar con tranquilidad con sus familias,
saborear el cariño de la esposa y de los hijos, tener un
poco de reposo para compartir con sus amigos, para
leer un libro, para reflexionar sin prisa sobre lo que
más les importa, para escuchar, agradecer y hablar
con Dios.
Y ocurrió que la gente adivinó a dónde iban
Jesús y los discípulos, y corriendo se adelantaron de
modo que al llegar estaba ya esperando un buen
grupo. Se frustraron los planes. ¡Pobres! ¡Qué interés
por escucharle! Dice Pedro, que fue testigo (el
evangelio de Marcos es el de Pedro, recuerden), que a
Jesús “le dieron lástima”; en rigor el término de Pedro
es más expresivo; dice que a Jesús “se le conmovieron
las entrañas porque andaban como ovejas sin pastor”.
Aquella gente necesitaba una palabra de esperanza.
Porque el hombre de todos los tiempos necesita saber
“por qué vive, por qué trabaja, por qué sufre, por qué
muere”, como ensea el Vaticano II (G.S.). Y
concluye: “Y se puso a ensearles con calma”. El deber
más urgente del buen pastor es proporcionarles
buenos pastos. Y “no slo de pan vive el hombre sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
La importancia de los buenos pastores se ve ya
en el Antiguo Testamento. Dios condena a los malos.
Ya le hemos oído la amenaza. “¡Ay de los pastores que
dispersan y dejan perecer a las ovejas! Yo les tomaré
cuentas por la maldad de sus acciones”. Y asegura que
acabará con la situación por las buenas o las malas por
medio del Mesías prometido: “Yo mismo reuniré el
resto, lo que quede de mis ovejas, y les pondré
pastores que las pastoreen. Suscitaré a David un
vástago legítimo, reinará como rey prudente. En sus
días se salvará Judá, Israel habitará seguro”. Esta
profecía de Jeremías la cumple hoy Jesús: “Yo soy el
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buen Pastor”. Con plena verdad le canta el salmo, y
también nosotros: “El seor es mi pastor. Nada me
falta. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis
fuerzas. Me guía por el sendero justo. Preparas una
mesa ante mí. Tu bondad y tu misericordia me
acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la
casa del Seor por aos sin término” (S. 22).
Son palabras que recuerdan otras entrañables
de Jesús a la vuelta triunfante de otra experiencia
apostólica, esta vez de 72 discípulos, símbolos en su
Iglesia de cualquiera de ustedes, pues todos en la
Iglesia estamos y están llamados a dar testimonio:
“Lleno de gozo por la acción del Espíritu Santo,
exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a
los prudentes y las has revelado a los pequeos”.
Alégrense, hermanos, los pequeños, los que no han
tenido tiempo para grandes estudios teológicos, pero
tienen gran amor a Jesucristo y quieren que sea más y
más amado. “Bendígote, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y
prudentes y se las revelado a los pequeños. Sí, Padre,
pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido dado
por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni
quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo
quiera revelar. Vengan a mí todos los que están
apenados y sobrecargados y yo les aliviaré. Carguen
con mi yugo y aprendan de Mí, que soy manso y
humilde de corazón, y encontrarán alivio para sus
almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 25-
30).
Si ustedes recurren a la Palabra en penas y
alegrías, para dar gracias y pedir perdón, para
encontrar luz y fuerza, para conversar con su Dios de
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corazón a corazón verán que no les defrauda. Desde el
principio, antes que ninguna cosa existiese, existía la
Palabra y la Palabra estaba en lo más íntimo de Dios y
la Palabra era Dios. Vino al mundo, está en el mundo,
la guarda y proclama la Iglesia. Y cuantos la reciben,
se convierten en hijos de Dios y de su plenitud van
creciendo de gracia en gracia (v. Jn 1,1-18). Por eso
es fundamental que la Palabra, la Palabra de Dios al
hombre, llegue a todos.
Por eso, cuando la hayan gustado, denla a otros,
porque es la primera necesidad y derecho de cada
hombre. Conocer la Palabra, escucharla, gustarla en la
intimidad de la oración, iluminar con ella el momento
que vivo, valorar mi conducta con su medida, dejarme
meter por ella en lo íntimo del Corazón de Dios, sentir
en el mío su pálpito, llorar mis pecados, sentir la
caricia del perdón y la fuerza vital de la vida de Jesús
en mi alma para poner mis pisadas en sus huellas
cargando con mi cruz. La grandeza de la palabra la
conoce sólo el que la acoge.
Oren la palabra. La intimidad con Jesús nos irá
abriendo la puerta de su Corazón y nos hará día a día
mejores discípulos. La palabra orada nos dará la gracia
de amar a Jesús cada día con más entusiasmo, de
hacer lo posible para sea más conocido y más amado.
Es la palabra de quien es el camino, la verdad y la
vida. Y recuerden: “Mi madre y mis hermanos son los
que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc
8,21). Que así sea.
Nota.- Para más información:
http://formaciónpastoralparalaicos.blogsp
ot.com
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