XVI Domingo del Tiempo Ordinario B
Jr 23, 1-6; Sal 22; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34
«Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo
que habían enseñado. Él entonces, les dice: "Venid también vosotros aparte, a un
lugar solitario, para descansar un poco." Pues los que iban y venían eran muchos, y
no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar
solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá
corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar,
vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no
tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.»
Después de haber escuchado los dos domingos anteriores el sentido del profetismo
y la manera en que Dios a través de nuestro bautismo nos llama a ser profetas,
este domingo se nos presenta una figura importante y esencial para la llamada vida
cristiana, pero que en nuestros días algunos la presentan como innecesaria e,
incluso, tratan de excluirla, esta es la figura del pastor.
El Papa Benedicto XVI dice: La figura del pastor ha acompaado la historia y la
experiencia religiosa del pueblo de Israel. () esta figura se cumple y llega a su
plenitud con Jesucristo. Efectivamente, Él es el Buen Pastor que sale en busca de la
oveja perdida, Él es el camino que nos lleva a la vida, la luz que ilumina el valle
oscuro y elimina nuestros temores. Él es el anfitrión generoso que nos acoge y
pone a salvo preparándonos la mesa de su cuerpo y su sangre. Él es el Pastor-Rey,
manso y misericordioso, entronizado sobre el árbol glorioso de la cruz (Benedicto
XVI, Audiencia General, 5 de octubre de 2011).
La primera lectura, como el evangelio de este día nos presenta de manera
contrapuesta la figura del pastor. En el evangelio vemos a Cristo, que luego de que
sus discípulos regresan de la misión les pide retirarse a un lugar solitario para
descansar, pero al llegar al lugar deseado se encuentran con toda una multitud que
lo buscaba. Mateo dirá expresamente de esta multitud: “... estaban cansados y
agobiados como ovejas sin pastor...”. Por otro lado, en la primera lectura el
profeta Jeremías nos presenta a Dios manifestando que quitará de las manos de los
malos pastores a sus ovejas, porque en vez de apacentar a las ovejas, de cuidar
de ellas, de asistirlas, de llevarlas por el recto camino, debiendo ser ellos mismos
ejemplo y modelo para sus ovejas, las han descarrilado y pervertido. Esa es la
razón por la cual vagan, desamparadas, y Dios, se las quita de sus manos, a los
malos pastores, por su descuido y negligencia.
Este hecho de que Dios quite, como dice el profeta Jeremías, “de las manos de
los malos pastores a sus ovejas”, significa que ser pastor, es una gracia y un don
que Dios concede pero al mismo tiempo puede retirar esta misión. San Agustín
afirma que Dios permite que los pastores que son infieles a su misión sean
escuchados por las ovejas, pero éstas no los siguen. Por ello el sentido de la
expresión que las ovejas son arrancadas de la mano de los pastores. En otras
palabras, se convierten en campanas que repican pero que dentro de sí no
contienen nada, como dirá San Pablo.
El Beato Papa Juan Pablo II nos dice: El presbítero pastor debe ejercer la
autoridad según el modelo de Cristo, buen pastor, que no quiso imponerla mediante
la coacción exterior, sino formando la comunidad mediante la acción interior de su
Espíritu. Cristo trató de transmitir su amor ardiente al grupo de los discípulos y a
todos los que acogían su mensaje, para dar origen a una comunidad de amor que,
a su debido tiempo, constituy también visiblemente como Iglesia (Juan Pablo
II, El Presbítero pastor de la comunidad, Audiencia general, 19 de mayo de 1993).
La figura de este día del pastor, es una llamada misericordiosa de Dios pero, a la
vez, una corrección paterna porque nos invita, de manera particular a los ministros
de la Iglesia, sin distinguir el grado del sacramento del Orden con el que estén
consagrados, a realizar el ministerio como fieles administradores. Nos invita a no
pensar en los fieles encomendados como una pertenencia nuestra, sino a verlos
como parte asignada por gracia de Dios para a través de ellos y con ellos hacer vivo
nuestro ministerio presbiteral. Al mismo tiempo, no sólo debemos ejercer nuestro
ministerio de pastor a la manera de simples administradores, pues ser pastor
significa ser el primero en obedecer a la Iglesia y en servir con la vida
(sentimientos, inteligencia, fuerza, capacidad y afecto) a la grey que se nos ha
encomendado. Por ello San Pablo en la Carta a los Filipenses, refiriéndose a Cristo,
dice: “... no buscando su propio interés (), nada por rivalidad ni por
vanagloria...”. Pues el único interés del pastor elegido por Dios para este ministerio
es vivir con fidelidad la vocación a la cual Dios lo ha llamado, por medio de la cual
lo invita a participar de su Reino. Por eso, el mal pastor ha perdido de vista la vida
trascendente a la cual ha sido llamado y, por consiguiente, es uno que sólo busca
beneficios, poder, prestigio y quizá mejorar su forma de vivir.
San Agustín nos dice al respecto: El pastor de almas es como una lámpara de
barro (s. 46, 5), alimentada con aceite. Ha recibido algo que no es suyo: el fuego
de Dios. Un fuego que debe comunicar a sus hermanos iluminándolos con las
enseñanzas propias de la Palabra de Dios, con la fuerza de los sacramentos, pero
también dando calor y luz con el testimonio de su vida, dando ejemplo de entrega a
los hermanos a imitación de Cristo, dejando que la vida se le consuma, con alegría,
en el ministerio y servicio prestado a los hermanos en favor de la Iglesia (San
Agustín, Comentario al Evangelio de san Juan 23, 3).
En sus últimas líneas el evangelio finaliza con estas palabras: «... y vio a la gente y
tuvo compasión...». En la sociedad actual estas palabras podríamos aplicarlas
erróneamente solo a las situaciones en la vida de los hombres ante las cuales sin
duda Dios se compadece: compasión por la indigencia y miseria en la cual la gente
vive; compasión por la injusticia ante la cual tantas personas se sienten sometidas;
compasión de tantas personas que sufren enfermedades incurables donde la ciencia
médica encuentra sus límites y no puede aliviarles su dolor; la compasión por los
niños que quedan abandonados por sus progenitores, etc. Pero, en la vida del
creyente, esta compasión, a la que hace referencia el evangelista, que pone en los
labios de Cristo, es la compasión de contemplar a la humanidad sin rumbo, que
como fruto y consecuencia del pecado de la rebeldía, ha perdido su condición
original, porque Dios ha creado al hombre, como dice el libro del Génesis: «...a su
imagen y semejanza...»; esta es la compasión que Cristo siente, el hombre al
rechazar a Dios ha perdido el sentido de su vida.
Que el Seor haga eco en nosotros las letras del Salmo 23: el Seor es mi
Pastor, nada me falta. En Cristo el hombre encuentra la plenitud de la vida.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar