¡PREMIO PARA TI, VIRGEN Y MADRE!
Padre Javier Leoz
La Asunción de la Virgen, en centenares de ciudades, pueblos y países, es un
motivo de gran alegría: la Madre ha cumplido y, Dios, le aguarda en el cielo. Es un
sentimiento agradable que nos embarga en este día mariano y traspasado por la
mano de Dios. Al fin y al cabo, Él, fue quien la eligió, quien la visitó, quien la guió y
quien –en este día- sentimos que su suerte es vivir junto al Padre en el cielo. Hoy,
los hijos, nos sentimos felices porque vemos que, la Madre, es elevada y coronada
por el mismo Dios.
1.- Un camino con abundantes huellas nos ha dejado la Madre a su paso por
nosotros. ¿Seremos tan hábiles para descubrir la presencia de María en nuestra
vida cristiana? ¡Mejor dicho! ¿Ya intentaremos aprovechar todo ese caudal de fe y
de obediencia, de sencillez y de entrega que se convierte en un gran modelo para
nuestra fe con y por María?
La Solemnidad de la Asunción nos hace levantar los ojos hacia el cielo: ¡allá nos
aguarda el Padre, el Hijo, el Espíritu y con ellos María! La Virgen será grande si,
como en Ella, a Dios también lo hacemos crecer y grande en nosotros. El mejor
tributo y homenaje que podemos hacer a nuestra Patrona –a esa Nazarena que la
llevamos hoy sobre el pavés de cientos de miles de hombros- es precisamente
gustar lo que Ella gustó, seguir lo que Ella siguió, tejer nuestra vida con la
misericordia y la bondad del Señor. María fue colosal (lo decía no hace mucho
tiempo el Papa Benedicto XVI) porque consintió que, en su vida, Dios fuera grande.
Es imposible disociar la figura de María de su obediencia y de su colaboración con el
plan de salvación. Nosotros miramos al Sol (que es Jesús) y, sólo después de
descubrir a Jesús, podemos decir que es inmensa María.
2.- En la fiesta de la Asunción de la Virgen María celebramos lo que aguarda al que
cree y espera por la fe: la gloria de Dios. El mayor gozo, por el cual salta también
María, es el vernos a nosotros sus hijos por la dirección adecuada: recordando las
maravillas del Señor, viviendo según su voluntad, proclamando su santo nombre y
abriendo las ventanas de nuestro vivir para que Dios entre por ellas y sea un gran
vecino en nuestros corazones.
María, desde Nazaret, así lo hizo. Su vida es un canto a la bondad del Señor. Su “sí”
fue desde el principio un ponerse manos a la obra y a lo que Dios mandase. Al
colocarse al lado de Jesús lo hizo desde la humildad y con el silencio. Bien sabía,
María, quién era Dios, qué esperaba Dios y qué tenía que hacer para que Dios
cumpliera en Cristo lo profetizado desde antiguo.
--Hoy, en este día, la vemos triunfante. Sale de este mundo, en cuerpo y alma,
porque sabemos que junto a Dios existe el cuerpo y el alma. Hoy, en esta jornada,
cantamos el esplendor de María y –sobre todo- su inmensa generosidad con todo lo
que el Señor pensó y confió en Ella.
--Hoy, en el cielo, se junta la gran familia trinitaria con Aquella que, desde el
principio, se dejó guiar por ese Misterio. Hoy damos gracias al Padre (porque nos
ama), al Hijo (porque lo vimos nacer del seno de la Virgen), al Espíritu (que nos
comunica tantas gracias) y a la Virgen porque, en el cielo, sigue intercediendo,
insistiendo por cada uno de nuestros avatares y acontecimientos.
3.- Que confiemos a la oración de la Madre que está en el cielo, el progreso de
nuestra fe. Que cuando cerremos los ojos al mundo, como María, también dejemos
detrás de nosotros un sendero por el cual los demás puedan encontrar razones para
creer, esperar y contemplar un día –cara a cara- el rostro de Dios
4.- ¡TE SUBEN, MADRE!
Porque, entre otras cosas, supiste andar sin nunca apartarte
de las sendas de Dios en la tierra.
Porque, de entre todo, tu corazón lo ofreciste como regalo mejor
a Aquel que, en una mañana de Nazaret, te lo pidió.
¡TE SUBEN, MADRE!
De este lugar, donde a Jesús nos diste,
para que Tú ahora lo abraces, lo contemples y por nosotros reces.
De este lugar, donde tu silencio fue palabra,
tu sencillez la mejor lección
tu pobreza, tu mejor riqueza
tu beldad, la vida interna y externa sin tacha
¡TE SUBEN, MADRE!
Porque, flor como Tú, no puede marchitarse debajo de la tierra
porque, Dios, te arranca para que sigas floreciendo en el cielo
porque, Cristo, te espera con los brazos abiertos,
tan apartados como los que Tú le ofreciste en la noche de Belén.
¡TE SUBEN, MADRE!
Para darte gloria y honor, y los ángeles felicitarte
Para ensalzar y cantar tus proezas
Para que, tu cuerpo y tu alma, estén junto al Creador
¡TE SUBEN, MADRE!
Por las veces en que Tú bajaste al valle de nuestras lágrimas
Por los momentos que compartiste de nuestra cruz
Por los instantes en los que dijiste “sí”
Por los momentos de prueba e incertidumbre
Por todo eso, Madre, y por tu fe
¡TE SUBEN, AL CIELO!
No dejes, desde la otra orilla, de acompañar a tu pueblo
De enviarnos destellos de tu Nueva Morada
De iluminar nuestra fe por tu intercesión ante Dios
De hacer más grande nuestra vida con tu presencia alentadora
Haz, oh Madre, desde esa nueva realidad que Tú vives
que también nosotros un día podamos contemplar y vivir
cerca de Aquel que hoy te asciende, te abraza y se goza contigo: DIOS