DÉMOSLE LO QUE MERECE
Padre Javier Leoz
1.- En la vida las cosas no se hacen “porque sí” ni se dejan de hacer “porque no” El
evangelio de hoy nos trae a la memoria, aquellos hombres que realizaban ciertos
gestos cultuales o que practicaban cientos de preceptos “porque sí” pero, en el
fondo, habían olvidado el sentido que los generó: EL AMOR A DIOS…O EL AMOR AL
PROJIMO.
Siempre que leo este evangelio me acuerdo de aquella anécdota donde la abuela de
un hogar, por disimular un agujero que existía en medio de la casa, ingenió un gran
arcón donde todo el mundo tropezaba. Lo cierto es que servía para que nadie
cayera por el inmenso orificio situado en el centro del pasillo.
Con los años la vivienda se derribó y se levantó de nuevo. Y los familiares -otra vez
y sin pensarlo- decidieron instalar en mitad del pasillo la famosa arca donde,
visitantes y allegados, tropezaban una y otra vez.
Un día llegó un familiar más joven y preguntó: ¿Por qué habéis puesto el arca en
mitad del pasillo si ya no existe el agujero? Ellos siguieron en sus trece: ¡Siempre
había sido así! No hay porqué cambiar las costumbres.
Nosotros somos esa gran familia y, el joven, es Jesús. Un Jesús que –más allá de
los preceptos y de las normas- quiere que nuestro seguimiento hacia Él sea
consciente (no mecánico), ilusionado (no mortecino), renovado (no entelarañado).
Por eso debiéramos de hacernos un examen de conciencia:
-Cuando cantamos en nuestras celebraciones ¿Lo hacemos sabedores que, también
el canto, es alabanza y no simple entretenimiento?
-Cuando respondemos al celebrante, nos levantamos, arrodillamos o sentamos,
¿somos conscientes de lo qué decimos y por qué lo hacemos?
-¿Nos esforzarnos por entender y vivir a tope cada signo, símbolo y gesto –por
ejemplo- de la Eucaristía?
2.- Dios no quiere que “pongamos el piloto automático” a la hora de optar por el
camino de la fe. Si somos creyentes, nuestras palabras deberán de ser sinceras;
nuestras obras indicativas de que estamos en comunión con El; nuestros gestos y
celebraciones culmen de lo que vivimos y sentimos por dentro.
Nosotros no creemos porque nuestros antepasados han creído (aunque nos han
dado testimonio de su fe); creemos porque hemos descubierto a Jesús. Un Jesús
que lo sentimos vivo en cada sacramento; presente en el prójimo y operativo a
través de nuestra vida cristiana.
No somos animales de costumbres. No hagamos como aquel católico que, tan
escrupulosamente cumplidor y devoto, pasó por delante de un escaparate y al
observar que había un cáliz en su interior, se arrodilló.
3.- La fe, como decía al principio, debe de ser consciente, tributando a Dios un
culto lleno de vida y de verdad. En definitiva, poniendo en los labios que rezan, el
corazón que ama y que siente que, de verdad, Dios vive en nosotros.
No seamos como aquel constructor que, por poner tanto afán en el montaje de
andamios, se olvidó de levantar el edificio y de dar vida, con personas, a su
interior.
4.- NO ME OLVIDE, SEÑOR
De darte gloria, no solamente con mis palabras, sino también con mis obras
De darte alabanza, no porque la necesites,
sino para saber y recordar que Tú existes
NO ME OLVIDE, SEÑOR
Que no son mis actos los que me salvan
sino tu misericordia que sale a mi encuentro
De llenar mi oración de alegría y de confianza
para que, nunca el vacío, reine en lo que hago y digo
De tus mandamientos, oh Señor,
pero sobre todo de lo que ellos me alertan e indican
QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De que mis labios vayan en consonancia
con aquellos sentimientos que mi corazón inspira
Que mi fe, además de decir que creo,
me empuje a vivir como auténtico cristiano
Que mi palabra, sea débil o fuerte,
ha de estar en armonía con las huellas de mi vida
QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De darte el culto que Tú mereces
De ofrecerte las ofrendas que más agradeces
De llevarte una vida santa y dichosa
transparente y purificada por tu gracia
QUE NO ME OLVIDE, SEÑOR
De acogerte y bendecir tu nombre
De darte gloria y alabanza
llevándote, hoy y siempre, allá por donde avance
Amén.