XVII Domingo del Tiempo Ordinario B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Comenzamos la lectura dominical del Evangelio de San Juan sobre la Eucaristía,
Pan de vida para el mundo (Jn. 6, 1-71). Este milagro de la multiplicación debió
causar un impacto profundo en la gente porque es el único portento relatado por
los cuatro evangelistas, con seis narraciones de un hecho único.
Lecturas
a.- 2 Re. 4,42-44: Comerán y sobrará
La primera lectura nos habla del milagro de la multiplicación de los panes de
cebada por parte del profeta Eliseo. La situación que describe la lectura presenta
los casos límite en la Escritura, con el fin de resaltar el poder de Dios. Algunas
veces, serán mujeres estériles llamadas a ser madres, otras hombres inexpertos o
débiles de carácter llamados por Dios para ser líderes con un ministerio que los
desborda completamente. En otras ocasiones, son la juventud de un pastor
enfrentado a un gran guerrero, una viuda enfrentada a un militar, como Judith y
Holofernes. En todos estos casos, el denominador es la desproporción entre los
medios humanos y los propósitos a conseguir. La desproporción se resalta para que
precisamente ahí, deslumbre con toda su fuerza el poder de Dios. Aquí está el
profeta Eliseo con veinte panes para cien hombres, el Evangelio nos hablará de una
desproporción será mayor, cinco panes para cinco mil hombres (cfr. Mt.14, 13-21).
En el trasfondo tenemos que con este milagro de la multiplicación de los panes de
cebada se está queriendo combatir el sincretismo religioso del momento: no es
Baal, sino Yahvé, quien proporciona el pan, el agua, el trigo, el vino, y el aceite. El
pueblo no reconocía que era Yahvé quien le proporcionaba su alimento, este
milagro ayuda a sostener su fe en su poder creador.
b.- Ef. 4, 1-6: Un solo cuerpo, un solo Señor, una fe, un bautismo.
Comienza el aspecto moral de la epístola y comienza el apóstol diciendo que está
prisionero por Cristo (v.1; 3,1), está en cadenas, por defender la causa de Dios y
del Evangelio. Contempla a los fieles como asamblea, miembros de un organismo
espiritual, que es la Iglesia. Insiste el apóstol en las virtudes sociales, para
mantener la unidad de la comunidad. Les da una poderosa razón: comportarse de
una “manera digan de la vocación que han recibido” (v.1). Las virtudes a tener en
cuenta son la humildad, mansedumbre, longanimidad, paciencia y caridad,
soportarse mutuamente por amor (v. 2). Fruto de la práctica de estas virtudes, los
efesios podrán conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz (v.3),
es decir, la concordia de doctrina y de anhelos en el pensamiento y la voluntad,
unidos por el suave vínculo, en que consiste en la paz. Esta mutua unidad entre los
fieles y la Iglesia, Cuerpo de Cristo, lo exige la misma esencia de la Iglesia, pues la
vida cristiana, ha de ser expresión fiel, del gran misterio de la Iglesia como Esposa
de Cristo. Esa unidad de la Iglesia, el apóstol la expresa en términos muy
significativos: un solo Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (vv.4.12; 2,16; 5,30); un solo
Espíritu, principio vital de ese Cuerpo (v.4; cfr.; 1, 13-14; 2,18); una sola es la
esperanza, o fin de nuestra vocación (v.4; cfr. 1,14; Rom. 8,18-25; 1 Cor.15,9); un
solo Señor, a quien obedecer y servir (v.5; cfr.1 Cor.8,6); una fe, o contenidos de
fe en Cristo (v.5; cfr.1Cor.1,13); un solo bautismo, como rito de incorporación a
ello (v.5; Rom. 6,11-13; 1 Cor.1,13; 12,13; Gál.3,27); un solo Dios y Padre, origen
del plan de salvación que está sobre todos, con autoridad soberana y trascendente,
que actúa y obra en todos, como algo inminente a nosotros por su presencia y
acción (vv.5-6; cfr. 1,3-14; 3,15; Gál.4,4-7; Rom. 11,36; 1 Cor.12,6). Como
vemos la unidad de la Iglesia se vive, se ora, se practica, porque es parte esencial
del ser de la Iglesia y nuestro ser y estar en ella nuestro modo de vida dado por el
Espíritu.
c.- Jn. 6, 1-15: Repartió a los que estaban todo lo que quisieron.
Juan evangelista, nos narra la multiplicación de los panes de cebada y los dos
peces. La ambientación pascual, le da una connotación especial a este signo, era
primavera, por eso había mucha hierba, alusión a la Pascua, en que Jesús va a ser
sacrificado como Cordero pascual. Juan no habla de milagros, sino de signos,
comprendiendo que Jesús, es el gran Signo del Padre. Este signo de la
multiplicación de los panes, es el gran signo de la revelación de Jesús, en Juan
evangelista. Jesús es un nuevo Moisés que alimento a su pueblo (cfr. Ex. 16,15ss).
Del pan material, deja claro Jesús más tarde, que ÉL es el pan de Vida bajado del
cielo, Pan eucarístico, Carne y Sangre, que da vida eterna a quien lo recibe. Este
prodigio está en la línea de los otros milagros realizados por Jesús, que anuncian el
Reino de Dios, y la llegada de los tiempos mesiánicos. La reacción del pueblo que
quiere proclamarlo rey, alude al carácter profético y mesiánico que hay en el
trasfondo de este signo, hasta que advierten: “Este es verdaderamente el profeta
que iba a venir al mundo” (v.14). Era una clara alusión a Moisés, que alimentó al
pueblo israelita con el maná en el desierto, aunque como dijo, Jesús, fue su Padre,
el que alimentó a su pueblo en el desierto. Tampoco éste se había olvidado lo que
había hecho Eliseo y su multiplicación de los panes de cebada (cfr.2 Re. 4,2-44),
que de con veinte panes alimentó a cien personas. Jesús es más, porque alimentó a
cinco mil, sólo con cinco panes y dos peces. La dimensión eucarística, la
encontramos en los gestos, llevados a cabo en la multiplicación de estos panes, que
son idénticos a los de la última cena y la cena con los discípulos de Emaús (v.11).
El detalle de mandar recoger las sobras, para que no se desperdicie nada, habla a
las claras, como la primitiva comunidad cristiana relacionó este signo con la
Eucaristía y la caridad con los pobres. Lo eclesial que encontramos en este signo de
los panes, nos habla de nuestra condición de itinerantes, Iglesia peregrina, como el
antiguo Israel. Si el maná fue su alimento en el desierto, ahora el Pan de Vida, que
es Jesús, será el que sacie el hambre y la sed de los cristianos que forman la
Iglesia, su Cuerpo, del que es también su Cabeza. Repartir el Pan de Vida en la
celebración eucarística, que nos alimenta, nos debe también llevar a repartir el pan
material, que hoy tiene muchas formas de necesidad, y podemos saciar en la
medida de nuestras posibilidades. Multiplicar el pan o cubrir las necesidades del
otro, supone amar hasta el final, como Jesús, Pan sabroso que el Padre nos regala
para saciarnos y saciar al prójimo.
Teresa de Jesús nos enseña a pedir en el Padre Nuestro: el Pan nuestro dánosle
hoy. “Pues visto el buen Jesús la necesidad, buscó un medio admirable adonde nos
mostró el extremo de amor que nos tiene, y en su nombre y en el de sus
hermanos, pidió esta petición: «El pan nuestro de cada día, dánosle hoy, Señor».
Entendamos, hermanas, por amor de Dios, esto que pide nuestro buen Maestro,
que nos va la vida en no pasar de corrida por ello, y tened en muy poco lo que
habéis dado, pues tanto habéis de recibir.” (Camino de Perfección 33,1).