XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Trabajemos con gran ilusión en la viña del Señor.
Meditación de MC. 6, 7-11. 30-34 y de JN. 6, 1-15 .
Meditación de MC. 6, 7-11. 30-34.
Estimados hermanos y amigos:
Hoy empezamos a meditar el capítulo seis del Evangelio de San Juan. Nuestra
reflexión se prolongará durante los próximos cuatro Domingos, durante los que
intentaremos constatar cómo Jesús sirve a Nuestro Santo Padre cubriendo las
necesidades espirituales y materiales de sus seguidores, y cómo nos insta a
imitarlo, siguiendo el gran ejemplo que nos dejó, por medio de sus discursos, obras
de amor y oraciones fervorosas.
1. ¿Debemos los cristianos servir a Dios con la esperanza de obtener
ganancias por ello?
Recordemos la humildad que Jesús les exigió a los Apóstoles, pues, a la hora de
imitar a Nuestro Maestro, en vez de buscar la forma de destacar como líderes
poderosos, debían ser reconocidos por la forma en que servían a los pobres,
enfermos, ancianos y solitarios.
"Después llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos; y les dio
autoridad sobre los espíritus inmundos" (MC. 6, 7).
Si los Apóstoles marchaban solos a predicar, no tendrían ninguna protección, ni
cuando fueran maltratados por quienes los rechazaran, ni cuando el desánimo se
apoderara de ellos, pero, si iban de dos en dos, además de brindarse protección,
podían cumplir el siguiente precepto legal:
"No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni
en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el
testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación" (DT. 19, 15).
La autoridad que los Apóstoles recibieron sobre los espíritus inmundos, significa
que, conforme más aumentaran su fe, y se formaran mejor en el conocimiento del
designio divino, estarían más capacitados para vencer las fuerzas del mal, y
cristianizar a quienes más se negaran a aceptar a Nuestro Padre común.
"Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente bordón; ni
alforja, ni pan, ni dinero en el cinto, sino que calzasen sandalias, y no vistiesen dos
túnicas" (MC. 6, 8-9).
Teniendo en cuenta que Jesús envió a sus amigos a que llevaran a cabo una
misión que se prolongó durante poco tiempo, los tales no debían ampararse en las
seguridades humanas que caracterizan a quienes viajan, pues debían confiarse a la
misericordia de Dios, y a la hospitalidad de quienes acogieran el mensaje que les
predicaban.
Los predicadores de la Palabra de Dios, independientemente del rango que
tengan en las diversas denominaciones a que pertenecen, si siguen al pie de la letra
las instrucciones de Jesús, deben vivir de la predicación si se dedican a ello, pero no
deben desear tener una posición superior a la de quienes les anuncian la Palabra de
Dios, pues, como veremos seguidamente, deben unirse a sus oyentes, y convivir
con ellos para que los tales aprendan a ser buenos cristianos siguiendo su buen
ejemplo, tal como hizo Jesús con sus Apóstoles.
Los Apóstoles no debían preocuparse nada más que de cumplir las instrucciones
de Jesús y vivir de la misericordia de Dios y la caridad de sus oyentes. Recordemos
que ello era posible que se hiciera porque, según la Biblia, el pueblo hebreo
destacaba por su hospitalidad.
"Y les dijo: Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis
de aquel lugar. Y si en algún lugar no os recibieren ni os oyeren, salid de allí, y
sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para testimonio a ellos. De cierto
os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para los de Sodoma y
Gomorra, que para aquella ciudad" (MC. 6, 10-11).
Los Apóstoles no debían buscar la vivienda en que mejor les atendieran en cada
pueblo o ciudad en que se hospedaran para predicar el Evangelio, pues debían
procurar ser acogidos por gente de buena reputación, y mantenerse en la misma
vivienda, hasta que terminara su actividad evangelizadora, y se marcharan a otro
lugar, pues no fueron enviados a buscar riqueza, poder y prestigio para sí mismos,
sino para predicar el perdón de los pecados.
2. Revisemos nuestra actividad en la viña del Señor, y dejemos que Jesús
nos acompañe en el desierto de nuestros padecimientos.
"Entonces los apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían
hecho, y lo que habían enseñado. El les dijo: Venid vosotros aparte a un lugar
desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de
manera que ni aun tenían tiempo para comer" (MC. 6, 30-31).
Jesús programó un retiro espiritual para analizar la actividad llevada a cabo por
sus amigos, para motivarlos a servir más y mejor a Dios, y, tal como recordamos
en el estudio que os envié el Domingo XV Ordinario, para intentar superar la
cruel muerte de Juan el Bautista.
Es curioso constatar cómo Jesús se llevó a sus amigos a un lugar desierto, pues
los hebreos, por cuestión de seguridad, intentaban vivir en lugares poblados. Jesús
se llevó a sus amigos al desierto, porque ellos eran la simiente -o semilla- del
mundo nuevo, del Reino cuya plena instauración aguardamos con el corazón
rebosante de fe viva. Recordemos cómo Moisés llegó a Madián atravesando el
desierto después de asesinar a un capataz egipcio, cómo Elías fue consolado por
Dios en el desierto, y cómo el Mesías superó su triple tentación también en el
desierto.
Nosotros también experimentamos el desierto en nuestra vida, cuando escasea el
dinero y no encontramos trabajo, enfermamos, nos sentimos desamparados...
Aprovechemos nuestra vivencia del desierto para fortalecer la fe que tenemos, en el
Dios que jamás nos desamparará, pues, Nuestro Santo Padre, nos dice las
siguientes palabras, que Moisés le dijo a Josué:
"Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará"
(DT. 31, 8).
3. ¿Somos buenos servidores del Señor?
Jesús y sus amigos necesitaban descansar, porque la gente les hacía agotar todas
sus fuerzas en su servicio.
¿Saben nuestros familiares y amigos que pueden recurrir a nosotros para que les
fortalezcamos cuando necesiten ser consolados?
¿Saben quienes viven en nuestro entorno que somos cristianos, y que pueden
contar con nuestra ayuda en muchos aspectos?
4. Ejercitémonos en la práctica constante de la oración.
"Y se fueron solos en una barca a un lugar desierto" (MC. 6, 32).
¿Nos aislamos del mundo y nos unimos al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, por
medio de la oración?
¿Hemos aprendido que tenemos que buscar el tiempo que necesitamos para
fortalecer la fe que nos caracteriza, con tal de poder iluminar las dificultades a que
tenemos que sobrevivir, para que las tales no nos impidan creer en Dios, y con ello
desaparezca nuestra identidad de cristianos?
¿Hemos aprendido que el desierto al que nos conduce Jesús no es otro que el de
nuestra vida?
¿Creemos que mediante el estudio de la Palabra de Dios y la práctica constante
de la oración podemos ver nuestros problemas tal como los ve Dios, y por ello
encontraremos la forma de solucionarlos o de sobrellevarlos durante mucho tiempo,
si ello contribuye a nuestras purificación y santificación?
5. ¿Se nos conoce en el medio en que vivimos por la forma de hacer el
bien que nos caracteriza?
"Pero muchos los vieron ir, y le reconocieron; y muchos fueron allá a pie desde
las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él" (MC. 6, 33).
¿Le confiamos nuestra vida al Señor plenamente?
Dado que los seguidores de Jesús llegaron al lugar en que el Señor pensó
retirarse con sus amigos antes que el Mesías y sus compañeros, quizá pensamos
que Jesús debería haber caminado junto a sus seguidores, pero el prefirió ir a aquel
lugar navegando con los Doce, para así poder hablar con ellos, instarlos a ser
buenos servidores, y consolarlos, porque, como sabemos, algunos de ellos, habían
sido discípulos de San Juan el Bautista.
Recordemos que los hebreos, cuando salieron de Egipto, pasaron cuarenta años
en el desierto, porque necesitaban ese tiempo para purificarse, y entrar en la tierra
prometida. Nosotros no comprendemos perfectamente cómo actúa el Señor en
nuestra vida, pero, dado que sabemos que todo lo que hace repercute en nuestro
beneficio, aunque a veces no nos percatamos de ello, debemos confiar plenamente
en El.
La multitud conoció a Jesús, calculó dónde iba a reunirse con sus amigos, y fue a
buscar al Señor. He aquí otra oportunidad que se nos ofrece, para pensar sobre la
calidad y calidez, que tiene nuestra actividad, en la viña del Señor.
6. Seamos compasivos, a imitación de Jesús.
"Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran
como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas" (MC. 6,
34).
Jesús tuvo compasión de la multitud. Ello significa que el Señor compartió el
padecimiento de sus seguidores, porque estaban desorientados dado que no
recibían ningún tipo de consuelo por parte de los saduceos ni de los fariseos, y
vagaban como ovejas sin pastor, -es decir, no tenían el apoyo moral de ningún líder
religioso ni político, que comprendiera su situación, y se prestara a proporcionarles
alivio alguno-.
¿Cómo es nuestro servicio a quienes sufren por cualquier causa?
¿Somos capaces de compartir la alegría de quienes son felices y de llorar con
quienes sufren inmensamente?
Ciertamente, los problemas deben ser solucionados, pero, quienes sufren,
necesitan amor, comprensión y aceptación. De aquí surge la necesidad de llorar con
los que lloran, si ello alivia los síntomas de su tristeza.
7. Jesús nos pide que prediquemos el Evangelio.
Antes de alimentar a la multitud, Jesús empezó a enseñarles muchas cosas. Es
fácil percatarnos de que hay muchos millones de personas pasando hambre en el
mundo, pero no es tan fácil darnos cuenta de la desorientación que padece mucha
gente, porque no ha depositado su confianza en Dios, en unos casos, porque no
saben que existe, y, en otros, porque, el comportamiento de muchos creyentes, no
hace suponer que dios sea, precisamente, un Padre bueno y confiable.
8. Jesús nos sana las heridas del alma.
San Mateo completa la información que nos da San Marcos en el texto que
estamos considerando, en los siguientes términos:
"Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los
que de ellos estaban enfermos" (MT. 14, 14).
¿Sentimos cómo nos sana Jesús cuando oramos, haciéndonos más soportables
las tribulaciones que vivimos?
Meditación de JN. 6, 1-15.
1. Permanezcamos unidos a Jesús.
"Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias" (JN. 6,
1).
Jesús fue rechazado por sus opositores en Jerusalén, -según constatamos esta
realidad en el capítulo cinco del cuarto Evangelio-, y multiplicó el pan y predicó su
discurso eucarístico en Galilea, permaneciendo apartado de sus enemigos, teniendo
junto a Sí a quienes no estaban de acuerdo con el orden establecido por los
saduceos y fariseos. Este hecho me sugiere el pensamiento de que Jesús nos insta
a conocer el Evangelio, para que así podamos cumplir la voluntad de Nuestro Santo
Padre, no adoptando los elementos de nuestra religión que nos interesan, sino
convirtiéndonos en excelentes imitadores del Mesías.
2. ¿Por qué creemos en Jesús?
"Y le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos"
(JN. 6, 2).
La gente buscaba a Jesús porque quería ser beneficiada, y el Señor se valía de las
necesidades de la multitud, para predicarles el Evangelio a sus oyentes, antes de
concederles lo que querían. También nosotros debemos pensar si creemos en Dios
porque le amamos, porque no concebimos nuestra vida sin El al habernos
acostumbrado a sentir su presencia, o porque queremos que resuelva los
problemas que tenemos, para olvidarnos de El, una vez hayamos conseguido lo que
deseamos.
3. La Pascua de Jesús y la pascua de los judíos.
"Entonces subió Jesús a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba
cerca la pascua, la fiesta de los judíos" (JN. 6, 3-4).
San Juan habla en su Evangelio de la pascua de los judíos. Tales judíos no eran
todos los hermanos de raza de Jesús, sino los opositores del Mesías, quienes
adaptaron la religiosidad a la consecución de sus intereses personales, sin
importarles el padecimiento que les causaron a quienes no pertenecían a su status
social, y por ello eran marginados, hasta el punto de no ser considerados dignos, de
ser receptores de la Palabra de Dios.
Para nosotros, la Pascua de Jesús, es la Resurrección del Señor, el paso del
Salvador de la humanidad por nuestra vida. Jesús les hablaba a las multitudes,
pero sus mensajes iban dirigidos a todos sus oyentes individualmente.
Aprovechemos el paso de Jesús por nuestra vida que conocemos por medio del
estudio de su Palabra, la práctica de la oración, las celebraciones litúrgicas y la
predicación de quienes son llamados a trabajar por la santificación de las almas,
para crecer espiritualmente, y evangelizar a quienes viven en nuestro entorno, y
estén dispuestos a aceptar a Nuestro Dios y Padre.
4. ¿Ejercitamos la caridad con quienes necesitan dádivas espirituales y/o
materiales?
"Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a
Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero esto decía para
probarle; porque él sabía lo que había de hacer. Felipe le respondió: Doscientos
denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco.
Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un
muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto
para tantos?" (JN. 6, 5-9).
Jesús nos pone a prueba, tal como también lo hizo con Felipe, cuando, en nuestro
entorno, y a través de los medios de comunicación a que tenemos acceso, nos da a
conocer la miseria, que padece la mayor parte de la humanidad.
Tanto Felipe como Andrés, estuvieron de acuerdo en que les era imposible saciar
el hambre de la multitud.
Veamos cómo describe San Lucas en su primera obra, la cita evangélica, que
estamos considerando:
"Pero el día comenzaba a declinar; y acercándose los doce, le dijeron: Despide a
la gente, para que vayan a las aldeas y campos de alrededor, y se alojen y
encuentren alimentos; porque aquí estamos en lugar desierto. El les dijo: Dadles
vosotros de comer. Y dijeron ellos: No tenemos más que cinco panes y dos
pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta
multitud" (LC. 9, 12-13).
Cuando Jesús les pidió a sus amigos que alimentaran a la multitud, ellos le
contestaron que carecían de medios para ello, por lo que era conveniente que la
gente buscara alimentos por su propio medio. Esto es lo que sucede cuando nos
surge la oportunidad de ayudar a quienes tienen carencias espirituales y materiales,
unas veces porque no queremos hacerlo, y otras por carecer de medios, son
muchos los millones de personas, que viven desatendidas, y sin esperanza alguna,
de que su situación mejore.
Jesús sabía que sus compañeros carecían de comida para alimentar a la multitud,
y, aun así, los presionó para que cumplieran con el trascendental deber de su raza,
de alimentar a sus seguidores. Nosotros también somos interpelados por la Palabra
de Dios a hacer el bien, en cada ocasión que tenemos la oportunidad de dar un
donativo, llamar por teléfono a algún enfermo, enviarle un e-mail a alguien que
sabemos que vive aislado... El hecho de que no podemos extinguir el sufrimiento
del mundo totalmente, no nos autoriza a desentendernos de quienes necesitan de
nuestras dádivas espirituales y materiales, para alegrarse de tener la oportunidad
de vivir sin ser despreciados.
5. La bendición divina y el milagro de compartir los bienes.
"Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel
lugar; y se recostaron como en número de cinco mil varones. Y tomó Jesús aquellos
panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos
entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando
se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para
que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que
de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido" (JN. 6, 10-13).
Si entre todos quisiéramos alimentar a quienes carecen de comida, no nos sería
necesario empobrecernos para lograr nuestro propósito, y si quisiéramos vivir en
un mundo de hermanos, más que los bienes materiales, tendría que importarnos el
hecho de amar y ser amados.
6. No pretendamos utilizar a Jesús para que nos conceda lo que
deseamos, para olvidarnos de El después de ver cumplidos nuestros
deseos.
"Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este
verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero entendiendo Jesús
que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él
solo" (JN. 6, 14-15).
La multitud quiso hacer de Jesús su rey, para asegurarse la consecución de lo que
deseaban. No es negativo el hecho de que queramos que Dios nos ayude a ver
cumplidos nuestros deseos, pero sí lo es la intención de que cumpla nuestras
aspiraciones, sin que correspondamos a su amor.
¿Comprendemos lo que significa la entrega de Jesús a sus fieles seguidores, y
que tenemos la dicha de imitar la conducta de Nuestro Salvador?
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com