“La buena semilla es La Palabra”
Mt 13, 24-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¿QUÉ HAGO YO PARA DESARROLLAR EL BIEN?
El mal es tan evidente y sus consecuencias nefastas nos afectan del tal modo que nace
en nosotros de una manera espontánea la rebelión. Constatar la imposibilidad de
defendernos de él nos hace gritar: ¿no podría Dios erradicar el mal de una vez por
todas, eliminando el sufrimiento provocado por las enfermedades, y también por la
prepotencia, por el egoísmo de tantos...? ¿No podría morir el que hace tanto daño y
siembra dolor, evitando la muerte injusta de tantos? Estas preguntas brotan del dolor y
del sentido de impotencia que nos hace experimentar el mal. Dios no parece responder,
del mismo modo que tampoco dio una respuesta inmediata al grito de Jesús crucificado,
sino «tres días después» con la resurrección. El misterio del mal nos hace reflexionar
sobre la paciencia de Dios, una paciencia incómoda asimismo para el que padece
viendo sufrir a sus hijos, aunque tampoco puede disminuir el don más grande que nos
ha hecho: la libertad.
Por nuestra parte, hemos de preguntarnos cómo usamos esa libertad: si la ponemos al
servicio del bien o del mal. No es posible llegar a un compromiso, y cuando llegue el
momento de encontrarnos cara a cara con Dios se hará manifiesto a todos la opción que
hayamos tomado. No ha de servirnos de máscara una religiosidad que se limita a
prácticas exteriores, pero sin que el corazón se implique en ella. La pregunta que más
tiene que ver con nosotros, entonces, no es tanto: “¿Por qué existe el mal?”; sino: “¿Qué
hago yo para desarrollar el bien?”.
ORACION
Tu paciencia, Dios mío, tiene algo de escandaloso. Me resulta incomprensible. Va contra
tus mismos intereses, en especial cuando tolera que el mal marque a tu Iglesia de
manera llamativa: ¿acaso no la has constituido para que sea testigo de tu santidad? Con
el corazón siempre dispuesto a señalar la viga en el ojo ajeno, aunque incapaz de
aceptar tener que quitar la paja del propio, no comprendo tu modo de actuar, tal vez
porque intuyo, y con razón, que me propones hacer lo mismo. Estoy aquí, hoy,
rezándote, porque sé que no soy capaz, instintivamente, de tener esta paciencia si no te
pido lo que dijiste que nunca negarías: el Espíritu Santo, uno de cuyos frutos es
precisamente la paciencia.
Haz, Señor, por medio de tu Espíritu, que yo comprenda lo que cuenta de verdad, a
saber: que el bien se difunda, crezca, se vigorice. Hazme comprender que el mal no se
arranca a fuerza de juicios, que, en el fondo, no me cuesta nada pronunciar, sino
empezando yo mismo a no darle cobijo en mi corazón. “Hacer el bien” es algo más que
una intención piadosa: ayúdame, Señor, a mejorar la calidad de mis relaciones con los
otros, a hacer transparentes mis acciones y sincera mi profesión de fe. Junto a ti, Señor,
que yo te alabe con mi misma vida.