"El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza… a un poco de levadura”
Mt 13, 31-35
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL HOMBRE ES VERDADERAMENTE TAL SI SE ADHIERE A DIOS
Nuestro tiempo, que contempla el predominio del “hombre económico”, está escandido por el
ritmo frenético e implacable de la eficiencia, de una productividad que debe ser eficaz a
cualquier precio. Parece imposible sustraerse a esta lógica.
La Palabra del Señor nos propone una lógica diferente para leer al hombre y su vida terrena:
Dios está presente en el corazón de la realidad, puesto que es su Creador. San Pablo dirá que
ni quien planta ni quien riega es determinante para el resultado final; sólo lo es Dios, que da el
desarrollo y el crecimiento a la semilla y, más tarde, a la planta (cf. 1 Cor 3,7).
Dios, lejos de invitarnos a una inactividad fatalista, nos proporciona el criterio del compromiso,
exhortándonos a la confianza en él y a la esperanza. El hombre es verdaderamente tal si se
adhiere a Dios, si responde con todo su ser al amor de Dios.
La dignidad, el valor del hombre para Dios, se basa en el ser y no en el tener o el hacer. ¿Y
para nosotros? ¿No nos arriesgamos muchas veces a dejarnos deslumbrar por las luces del
éxito mundano y aturdir por la publicidad sistemática, por la que nos dejamos arrastrar aquí o
allá, lejos de nosotros mismos y de Dios, tras aquel que hace más ruido?
La Palabra de Dios, su incidencia en la historia, parece destinada al fracaso; el testimonio de
los cristianos se presenta como un fenómeno de una minoría ilusa. Es el momento de renovar
nuestra fe en el poder del Espíritu Santo y nuestro compromiso en la adhesión a su inspiración.
ORACION
La fiebre del protagonismo hace presa en todos, oh Señor. Tampoco yo, en mi pequeñez, me
siento inmune a ella. Te agradezco que me hagas comprender que soy, ciertamente, necesario,
pero no indispensable. A veces, las mismas circunstancias de la vida me obligan a tomar
conciencia de ello, pero yo me agito, me rebelo, me siento también ofendido, porque no veo
reconocido mi valor, que, a menudo, considero superior al de los otros...
Te doy gracias por repetirme que sólo en comunión contigo, oh fuerza mía, lo puedo todo (c f.
Flp 4,13) y participo en el milagro de producir resultados grandiosos, diferentes a los que
podemos leer en los balances industriales de final de ejercicio, pero cuyos frutos nutren el ser
de manera profunda. Necesito que me lo recuerden, para aprender esa verdadera sabiduría
que me hace vivir como si todo dependiera de mí y, al mismo tiempo, como si todo dependiera
de ti.