Embriagarse del Espíritu
La sociedad de consumo ha logrado su objetivo subliminar: Llenarnos de
tantas cosas que olvidemos lo fundamental, el espíritu. Estamos saciados,
hastiados, embrutecidos con este mundo que nos cosifica, nos objetiviza,
nos manipula. El libro de la sabiduría nos plantea un dilema insalvable: O
sabiduría o necedad. Hemos escogido, a despecho de los más entendidos,
la segunda.
El día de Pentecostés, al ver a los Apóstoles hablar con sabiduría ante el
pueblo, los menos convencidos decían que estaban borrachos. ¡Y lo
estaban! Era la embriaguez del Espíritu. Pablo nos lo recuerda hoy. No sólo
lo recuerda, lo manda. Es orden terminante. El Espíritu es la fiesta de la
Trinidad. Y en toda fiesta tiene que haber algo que anime, que levante el
espíritu. Se trata de la fiesta de la vida: Ahí está el Espíritu.
Nuestra vida es celebración. Y en nuestra vida cristiana esto tiene una
connotación profunda. El Dios de nosotros celebra, comparte, acompaña,
anima. Es el fuego inspirador de toda nuestra vida. Sin celebración nos
morimos. Otra cosa es que nuestras celebraciones sean muertas. No hay
derecho a dejarnos morir de ritualismo. Es el Espíritu quien siembra la
iniciativa y contagia en nosotros la novedad. A eso nos invita Pablo.
El evangelio nos comparte la misma exigencia. Si no comen, si no beben de
este Espíritu, se mueren. El Dios de nosotros ha inventado una mesa en
donde podemos saciar nuestra apetencia última, el Pan de eternidad cocido
en calor de amistad extrema donde podemos brindar en la copa de
salvación por nuestra felicidad y la del mundo en memorial renovado y
compartido.
Cochabamba 19.08.12
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com