“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido”
San Mateo 13, 44-46
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA ALEGRÍA DEL ENCUENTRO CON ÉL
Hay dos tonalidades en las lecturas que hoy nos ofrece la liturgia. Está la alegría
de quien ha encontrado el sentido de su vida en una palabra, la de Dios, que le
ha abierto el corazón, y por la que no vacila en comprometer toda su vida
renunciando a todo lo demás, y esta la desolación de quien siente la inutilidad
de su vivir, el fracaso de sus esfuerzos, aunque sean sinceros. Con frecuencia
coloreamos la vida con una u otra escala cromática. Tal vez empleamos con
mayor frecuencia la segunda.
El Señor nos dice algo importante: la alegría del encuentro con él, saboreada en
un momento preciso que ha iluminado nuestra existencia, constituye el
fundamento que debemos redescubrir de continuo. Es la memoria que nos
garantiza lo esencial: la certeza de que el Señor está vivo y presente junto a
nosotros. La pesadez del vivir, la constatación de haber fracasado, son
experiencias dolorosas y lancinantes, que desgarran por dentro, que estallan en
un grito: «¡Basta!». Volver a encontrar la alegría del momento del
descubrimiento, o bien desear proseguir la búsqueda si todavía no hemos
encontrado, es la verdadera aventura de la vida, es su sentido más profundo.
Vale la pena entregarlo todo por esto.
Dejémonos atraer por el Señor, que, como hizo con el profeta, nos dice hoy a
nosotros: “Si vuelves a mí, haré que vuelvas y estés a mi servicio” (Jr 15,19).
ORACION
Tengo necesidad de ti, Señor, de tu presencia, que da vigor a mis fuerzas e
impulso a mi corazón. Necesito saborear la dulzura de tu amistad, dejarme
deslumbrar por el esplendor de tu belleza. Tengo necesidad de apasionarme por
tus cosas y de descubrir que sólo perteneciéndote soy de verdad yo mismo.
No es fácil encontrar a precio de saldo el coraje de arriesgar. Y -me doy cuenta
de ello- no es el resultado de una operación lógica. El coraje necesario para
apostarlo todo, toda la existencia, por ti, Señor, apoyados en tu Palabra, es algo
que pertenece al orden del corazón, y es posible si acepto dejarme abrasar
interiormente por el fuego del Espíritu, por tu amor creador. Que yo también
pueda saborear, Señor, tu bondad y tu dulzura... Así, lo menos que podré hacer
será dejarlo todo por ti y gritarte una vez más: “¡Aquí estoy, Señor!”