Domingo 18 del Tiempo Ordianrio B
“Señor, danos siempre tu Pan, que nos da la Vida”
El tema central es el discurso de Jesús acerca del “Pan de Vida”, que es el centro hoy y lo será
por tres domingos consecutivos en la liturgia dominical. Después de la multiplicación de los
panes, este discurso aborda dos grandes temas que son centrales en la vida de la iglesia: la fe
y la Eucaristía. Este domingo el discurso del pan de vida va precedido por el relato del libro del
Éxodo 16, 2-4.12-15 en el cual el Pueblo de Israel, viéndose privado de agua y alimento,
murmura contra el Señor y culpa a su siervo Moisés por haberlos sacado de Egipto, donde si
bien eran esclavos tenían carne y pan y comían hasta hartarse. Dios desoyendo las
murmuraciones -pero apiadándose de su pueblo- les hace llover cada maana el “maná” y
cada tarde las “codornices” para que tuvieran el pan y la carne que tanto añoraban.
Sucedió ayer entre los judíos y así sucede hoy entre todos nosotros: frente a cualquier
dificultad, murmuramos en contra de Dios, nos lamentamos de su falta de cuidado,
olvidándonos de su Providencia. Tenemos una gran vaciedad de criterios de fe, siempre
echamos de menos las cosas temporales y nos olvidamos de mirar al Dios Providente que
cuida de sus criaturas y no les deja faltar lo necesario e indispensable. Aunque para Dios no
sea lo indispensable solamente el bien terrenal.
Jesús en el Evangelio (Jn. 6, 24-35) reprocha a la turba que le seguía y les dice: “ustedes me
siguen, no por los signos sino porque comieron hasta saciarse. Trabajen no por el alimento que
perece, sino por el alimento que perdura, dando la vida eterna” (Jn. 6,26). Jesús nos quiere
enseñar que Dios no descuida a sus hijos, pero que sus hijos no lo deben buscar solamente
por los bienes temporales con que Él quiera bendecirlos, sino a Él mismo, porque ha mostrado
signos de ser el Hijo de Dios, quien todo lo puede y que es mucho más importante que los
bienes temporales. Pero esta búsqueda de Jesús supone la fe. Es por eso que en el debate de
Jesús con los judíos insiste sobre este punto: “esto es lo que Dios quiere: que crean en Aquél
que Él ha enviado” (Jn. 6,29). Dios quiere que los hombres miremos y reflexionemos en lo que
Él hace por nosotros en la persona de Cristo Jesús. Solamente quien cree que Jesús es el
Salvador, va a Él con confianza, abandonándose completamente a su ser y a su providencia.
Los judíos, que no tienen esa fe, quieren de Jesús signos semejantes a los que Dios hizo en el
desierto, como la caída del maná del cielo. Jesús queriendo elevarlos a pensamientos más
espirituales, les dice: “No fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien les
da el verdadero pan del cielo: porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al
mundo” (Ib. 32). La respuesta de los judíos no es una respuesta de fe. Ellos están pensando
todavía en el pan material. Lo mismo que la Samaritana, quien responde a Jesús: “dame
siempre de esa agua” (Jn. 4,15). Pero Jesús golpea en la fe frente a la respuesta tanto de los
judíos como de la Samaritana al afirmar: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará
más hambre y el que cree en mí no tendrá más sed” (Ib. 35).
Ya no hay duda, Jesús irrumpe en la fe y en el sentido de la Eucaristía: quien cree en Él, va
hacia la Eucaristía y hacia su Palabra y se alimenta de ellas y tiene la vida eterna. La Palabra y
la Eucaristía son para el hombre el alimento que no perece, que nos lleva a Dios, quien cuida
de nosotros, aquí en la tierra y nos prepara para la vida eterna. Es la comida y la bebida de la
esperanza y de la conformidad con la voluntad de Dios, que no permitirá nunca que
perezcamos.
Quienes vivimos de la Palabra y la Eucaristía contraemos el compromiso de convertirnos en
colaboradores de Dios para la providencia de los hombres, como lo hizo aquel hombre que
alcanzó los panes al profeta Eliseo para que los multiplique y sacie el hambre de quienes lo
rodeaban, o como el joven que alcanz a Jesús los cinco panes y los dos peces: “les dio de
comer y sobr”. Dios no quiere obrar solo, se hace alimento en la Eucaristía y la Palabra para
fortalecer nuestro espíritu y corazón, para que vivamos en Él para el amor de los demás, para
la solidaridad vivida desde la fe. Así se realiza y así quiere Dios que se realice su providencia
en el mundo.
Que María Santísima nos llene de fe y amor a Dios, que ella nos acerque en la fe y nos haga
testigos del amor de Dios para con los demás.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú