XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Jesucristo, pan de vida
El relato del reparto del pan entre la multitud según el cuarto evangelio (Jn 6,1-15)
escuchado el pasado domingo en nuestra Iglesia es el fundamento del mensaje que
se va a ir profundizando en los próximos domingos. La importancia del mismo en la
comunidad cristiana primitiva queda de manifiesto al ser una narración atestiguada
también en los evangelios sinópticos (Lc 9,12-17), incluso por duplicado en Mateo y
Marcos (Mt 14,15-21; 15,32-39; Mc 6,35-44; 8,1-10). En todas esas versiones
merece la pena destacar, independientemente de su valor histórico, la dimensión
eucarística del gesto realizado por Jesús con los panes disponibles. Ese gesto
consistió en tomar el pan, dar gracias, partirlo y repartirlo entre todos los
presentes, de suerte que la multitud quedó tan saciada que incluso sobraron
pedazos partidos en abundancia. La acción de Jesús no fue multiplicar sino dividir.
Jesús no resolvió el problema de la muchedumbre hambrienta por arte de magia ni
por sí solo, sino implicando a los discípulos en una acción tan humana y posible
como partir y repartir el pan disponible y tan digna de admiración en sus resultados
como que con él empieza la nueva humanidad. Ése es el gesto prodigioso de Jesús,
valorado especialmente por Juan como “señal”. Una señal para sus coetáneos y
para la misión de la iglesia en nuestro mundo actual.
Ante las escalofriantes cifras de la pobreza en nuestro planeta a causa de la
injusticia y de la desigualdad en el reparto de los recursos y bienes de la tierra,
ante la agobiante crisis económica que sumerge progresivamente a la población en
un estado deprimente y en una espiral de desesperanza, esa “señal” del evangelio
se convierte en una especie de parábola sumamente elocuente para desvelar la
mentira de esta sociedad injusta y revelar la verdad de Jesucristo. La normalidad de
los gestos constituidos en señal convierte el relato en un paradigma de lo inédito
viable, y por tanto en un “milagro” a nuestro alcance, cuya verdad ha de proclamar
la Iglesia como anuncio específico del Evangelio en su tarea misionera.
Por tratarse de una señal es preciso buscar su profundo significado. El discurso del
pan de vida que prosigue en el evangelio de Juan ayuda a comprenderlo. Su
comienzo (Jn 6,24-35) nos revela que el pan es la señal de la hora de la entrega de
la vida y su sentido eucarístico es evidente. Jesús mismo es el verdadero pan
partido en la cruz, cuyo sacrificio como víctima de la injusticia humana en la
entrega de su vida por amor, da al mundo la vida definitiva y eterna. Con el pan
entregado y repartido va la fuerza del Espíritu de Jesús para toda persona que vea
la señal y crea en él. Comer este pan vivo implica recibir el don del Espíritu que
permite vivir plenamente la Vida y, al mismo tiempo, entrar en el dinamismo de la
entrega de la vida como un pan que se parte y se reparte, especialmente entre los
pobres y marginados de nuestro mundo. Esta nueva mentalidad es la señal que
hemos de percibir en el signo de la fracción del pan y la obra que realmente Dios
quiere que hagamos en la misión permanente de nuestra Iglesia.
El evangelista Juan contrapone el maná del libro del Éxodo al verdadero pan del
cielo. Éste es Jesús y quien lo come tiene una vida eterna, es decir, una vida que
trasciende la muerte humana y una nueva calidad de vida humana, caracterizada
por estar vinculado a su espíritu. Jesús se presenta en el pan eucarístico como
aquél que es capaz de saciar todo tipo de hambre y de sed, entiéndase, todos los
anhelos de la vida humana. Por eso tener fe en él consiste en ir junto a él en el
mismo dinamismo de entrega de la vida que él enseña a través de esta señal
prodigiosa del reparto de pan entre la multitud.
En la tarea misionera es urgente saber y poder mostrar a Jesucristo como pan de la
vida, de una vida nueva y distinta. La vida que Jesús alimenta es la vida que da la
plenitud a los seres humanos, una vida en la gratuidad, que entiende la vida como
don inmerecido de parte de Dios, es decir, del totalmente Otro, que por amor nos
ha creado y nos ha dado la vida. A esa gratuidad se corresponde con la generosidad
de la donación a los demás. Se trata también de una vida que reconoce la presencia
permanente de la paternidad de Dios, con la consiguiente experiencia del amor
fuerte que protege y sustenta, y de la autoridad que infunde seguridad y fortaleza
en sus hijos. Asimismo es una vida impulsada por el Espíritu de perdón de Dios y
que capacita para perdonar a los otros. Por tanto la Eucaristía como celebración de
Jesús, auténtico pan de nueva vida, alimenta en nosotros la nueva mentalidad de
los hijos de Dios que tiene como nuevos valores de la existencia humana el
reconocimiento y valoración del Otro y de los otros, y las grandes vivencias que de
ello se derivan, a saber, la gratuidad, la paternidad de Dios y la fuerza del perdón
en todos los ámbitos de la vida humana.
La carta a los Efesios invita a romper con la mentalidad del hombre viejo y a
revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y en la dedicación a
la verdad (Ef 4,24). En esto consiste la renovación de la mentalidad por el Espíritu.
Que esta forma de vida nueva en la justicia y en el compartir el pan es no sólo
viable sino plenamente dichosa es algo que se puede experimentar de manera
singular cuando se trabaja en la iglesia comprometida y misionera en cualquier
parte del mundo por la predicación de este Evangelio y trabajando a favor de los
pobres y de los últimos para que todo tipo de hambre, material y espiritual, sea
saciada por Jesucristo, pan de vida.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura.