Fiesta. La Transfiguración del Señor (6 de agosto)
La Transfiguración del Señor: la Cruz es camino de la Gloria,
también para nosotros
“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió
con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos.
Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no
puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se le aparecieron Elías y
Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le
dijo a Jesús: -Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres
chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban
asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió
y salió una voz de la nube: -Esté es mi Hijo amado; escuchadlo. De
pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo
con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No
contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre
resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían
qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos” (Marcos
9,1-9).
1. La fiesta de hoy con la nube y la voz celestial, la presencia de
Moisés y de Elías, evoca la presencia de Dios en el Sinaí. Jesús, te vemos
como el "nuevo Moisés", en ti llegan a su cumplimiento las
esperanzas, la alianza y la ley, y nos preparas la nueva alianza, la
del amor infinito . En ti, Cristo, se nos revela el rostro divino de Dios, del
mismo Dios que salva a Israel de Egipto por medio de Moisés (Ex 19), Elías
de la muerte (1R 19) y el pueblo de los Santos de la persecución helenística
(cf Dn 7).
La transfiguración de tu rostro, Jesús, las vestiduras blancas, evocan
al Hijo del Hombre del profeta Daniel, glorioso y vencedor, y parecen ser un
anticipo de tu resurrección, como leemos en la primera lectura. La cruz
esconde la gloria . En la vida de fe de cada uno hay ciertas
transfiguraciones... Hay personas que notan estas pistas que nos da Dios a
lo largo de la vida. Pero es necesario estar atento para descubrirlas.
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan,
subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de
ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como
no puede dejarlos ningún batanero del mundo ”. Es muy bonito el
detalle del blanco de los vestidos queremos entrar en este misterio, que
nos habla de lo que será el cuerpo glorioso, para que nos sirva de estímulo
y esperanza, para morir a nosotros mismos y vivir hacia Dios y hacia los
hermanos.
Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús ”. El
encuentro de Jesús con los profetas muestra la unión de la Antigua y nueva
alianza, que “toda la Escritura divina forma un solo libro, y ese único libro
es Cristo, ya que toda la Escritura divina habla de Cristo y toda ella se
realiza en Cristo” (Hugo de San Víctor). Un encuentro milagroso, que enlaza
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con los dos Testamentos escritos, por tanto no podemos olvidarnos de los
antiguos libros. Pues, “si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de
Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el
poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es
ignorar a Cristo” (S. Jerónimo).
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: -Maestro.
¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que
decía ”. Señor, querría poder decirte «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!»
sobre todo después de ir a comulgar. El prefacio de la misa de hoy nos dice:
« Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los
discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo
también la Ley y los profetas como testigos, les hizo comprender
que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la resurrección ».
Esta revelación nos muestra, como decía san Juan de la Cruz, que en
la Biblia nos habla el Señor de una sola palabra, Cristo. Atanasio el Sinaíta
escribe que « Él se había revestido con nuestra miserable túnica de
piel, hoy se ha puesto el vestido divino, y la luz le ha envuelto como
un manto ».
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-Esté es mi Hijo amado; escuchadlo”. Escuchar significa hacer su
voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos,
tomar nuestra cruz y seguirlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a
Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les
mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del
Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y
discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los
muertos ”. Jesús, ¿por qué no quieres que lo difundan hasta después de tu
resurrección?,
Queremos nosotros también, como Pedro, verte, Señor, y
llevar tu amor a los demás. Te pido que te muestres en mi camino,
que hagas luz ante tanta tiniebla que hay en el mundo, que tu poder
vaya en defensa del pobre y oprimido. Bienaventurado el que se sabe
en tus manos, Señor, dormirá tranquilo y vivirá en paz, seguro.
2. Daniel (7,9-10.13-14) en su visión nos muestra cuatro bestias y el
"hijo del hombre", la escena del juicio divino. Según la concepción mítica, el
océano del que surgen las bestias es morada de potencias hostiles a la
divinidad. Y de esta concepción mítica se hace eco la Biblia para
presentarnos el mar como algo hostil, caótico... del que surgen las cuatro
bestias que representan cuatro imperios. El león alado es Nabucodonosor,
monarca de Babilonia: cortadas las alas de su soberbia puede razonar,
comportarse como hombre. El oso, medio erguido, representa a Media,
animal feroz siempre dispuesto a atacar y nunca satisfecho. El leopardo o
pantera, con cuatro cabezas y cuatro alas, simboliza al imperio persa con su
gran agilidad para apoderarse de todo el mundo. La cuarta fiera no es
identificable, pero es más feroz que las demás. Los dientes de hierro
pueden hacer alusión a Alejando Magno y al imperio griego; los diez
cuernos aludirían a los sucesores de Alejandro y el cuerno más pequeño
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sería el perverso Antíoco, quien vence a los otros tres cuernos para hacerse
con el poder.
El Anciano establece un juicio para castigar los malos, y es cuando
aparece "como un hombre"; su reino no tendrá fin. (A. Gil Modrego).
Representa al “pueblo de los santos del Altísimo” (7,27), el Israel fiel. Hijo
del hombre que fue entendido como Mesías persona en el judaísmo en
tiempo de Jesús ( Libro de las parábolas de Henoc) ; pero tal título sólo se
une a los sufrimientos del Mesías y a su resurrección de entre los muertos
cuando Jesús se lo aplica a Sí mismo (Biblia de Navarra): “Jesús acogió la
confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la
próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16,23). Reveló el auténtico
contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del
Hombre "que ha bajado del cielo" a la vez que en su misión redentora como
Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,28; cf Is 53,10-12).
Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha
manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf Jn 19,19-22; Lc
23,39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica
podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con
certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este
Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2,36)” (Catecismo 440). Y
la Iglesia cuando proclama que Cristo se sentó a la derecha del Padre
confiesa que fue a Cristo a quien se dio el imperio: “Sentarse a la derecha
del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la
visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio
imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.
Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será
destruido jamás" (Dn 7,14). A partir de este momento, los apóstoles se
convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-
Constantinopla)” (Catecismo 664).
La grandeza de Dios es proclamada en el salmo: " ¡Yahveh es
rey!"... "¡Señor de la tierra!" "Altísimo sobre toda la tierra!"...
"¡Santísimo! " Se canta la teofanía, como en el Sinaí. En el padrenuestro
proclamamos " Venga tu Reino, así en la tierra como en el cielo ". Jesús
no suele proclamar más que el reino interior, pero también dijo: " Veréis
venir al Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo " (Mt 26,64; Ap 1,7).
San Pablo dirá que la Encarnación es como una entronización real,
pero sobre todo la segunda venida: " Cuando venga glorioso, sobre su
trono de gloria, todas las naciones estarán reunidas ante El... Como
el relámpago que se ve brillar de Oriente a Occidente, así será la
venida del Hijo del Hombre ... (Mt 24,27-31). Entonces, los "justos" se
asociarán a este triunfo como lo dice el salmo.
3. La 2 carta de san Pedro (1,16-19) recuerda cuando subieron con
Jesús el día de hoy: "habíamos sido testigos oculares de su
grandeza (...). Esta voz del cielo la oímos nosotros, estando con él
en la montaña sagrada" . " Hemos contemplado su gloria ", dirá
también san Juan (Jn 1,14); " lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon
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nuestras manos: la Palabra de la Vida " (1 Jn 1,1). Que por la
intercesión de Santa María el Padre nos conceda el don de descubrir y
contemplar la claridad de su rostro glorioso y vivificante en el rostro
humilde y tan humano del Hijo del hombre, del hombre de dolores. Que nos
conceda el don de escuchar su palabra de vida y seguir su camino, incluso
cubiertos por la oscuridad de la nube. " Contempladlo y quedaréis
radiantes " (Sal 33, 6).
La liturgia de la Transfiguración, como sugiere la espiritualidad de la
Iglesia de Oriente, presenta en los apóstoles Pedro, Santiago y Juan una
«tríada» humana que contempla la Trinidad divina. Como los tres jóvenes
del horno de fuego ardiente del libro de Daniel (cf Dn 3,51-90), la liturgia
«bendice a Dios Padre creador, canta al Verbo que bajó en su ayuda y
cambia el fuego en rocío, y exalta al Espíritu que da a todos la vida por los
siglos» («Matutino de la fiesta de la Transfiguración»).
También nosotros oremos ahora al Cristo transfigurado con las
palabras del «Canon de san Juan Damasceno»: «Me has seducido con el
deseo de ti, oh Cristo, y me has transformado con tu divino amor. Quema
mis pecados con el fuego inmaterial y dígnate colmarme de tu dulzura, para
que, lleno de alegría, exalte tus manifestaciones” (“Eucaristía 1978”).
Llucià Pou Sabaté
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