XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas
a.- Ex. 16, 2-4. 12-15: Yo haré llover pan del cielo.
Este texto nos narra la carencia de alimentos que experimentó el pueblo de Dios a
su salida de Egipto y los cuarenta años hasta llegar a la tierra prometida. Estamos
en la primera etapa, donde la falta de alimentos y agua, y conflictos con otros
pueblos nómades de la región. Tenemos la crítica de los israelitas contra Moisés y
Aarón, por falta de carne y pan; Yahvé les mandará codornices y pan. El autor
sagrado deja en claro el paso de la opresión a la libertad, pero en su protesta el
pueblo encuentra que su vida estaba en Egipto, en que había alimentos, el
propósito de la marcha para ellos, es muerte. El pueblo recibirá pan según lo
anuncia Yahvé, sustento inesperado y gratuito, pero que será un don y una prueba
de fe. El mandato de recoger el pan del día, es para apreciar la calidad del don cada
jornada, obediencia y fe, el don de Dios no se apropia nadie, sólo hay que esperar
el día siguiente para obtenerlo. El pueblo experimentará la gloria de Dios y que ÉL
es quien sustenta a su pueblo, su manifestación consistirá en conocer que “Yo soy
Yahvé, vuestro Dios” (v.12). El desierto más que un lugar, es una condición de
prueba del hombre sobre el sentido de la presencia de Yahvé en su vida, prueba de
la fidelidad de Yahvé que su presencia ha despertado en la existencia del creyente.
Las codornices alimentaron a Israel y una resina comestible de un tipo de
tamarisco son los elementos naturales que posiblemente comieron en su travesía,
pero el relato esto último no lo menciona. El maná, que traducido significa “¿qué es
esto?” (v.15), la interrogante ya manifiesta en sí la maravilla que suscita, su
naturaleza se encuentra en la respuesta que da el relato: “Este es el pan que Yahvé
os da de comer” (v.15), don maravilloso (cfr. Ex.16, 31; Num.11, 7-9; Dt. 8, 3.16).
b.- Ef. 4, 17. 20-24: Vestíos de la nueva condición humana, creada a
imagen de Dios.
Luego de exhortar a la unidad en la comunidad de los efesios, hace el apóstol
recomendaciones para sus vidas sean pura trasparencia de la vida de Dios. Les
recuerda la vaciedad de vida que llevaban cuando eran paganos, lo que sintetiza en
la frase despojaos del hombre viejo, revestíos del hombre nuevo (vv.17-18). Son
expresiones inspiradas en el rito de inmersión y de emersión del bautismo (vv.20-
24; cfr. Rom.1, 18-32), lo que señala el paso de la muerte a la vida, del pecado a
la resurrección nuestra, la nueva vida dada por Cristo (cfr. Rom. 6.3-11). El
hombre viejo es el que esclavo del pecado, viciado por la concupiscencia, en
cambio, el hombre nuevo, es regenerado por Cristo, no ya dominado por el pecado
ni la concupiscencia. Pablo habla incluso de nueva criatura, lo que Juan presenta
como renacimiento en Cristo (v.24; cfr. Ef. 2, 10; Jn. 3, 3-5). Si bien el cristiano,
ha sido despojado del hombre viejo, tiene que trabajar la salvación que le ha sido
dada porque la concupiscencia sigue presente en su vida, pero la novedad está en
que ahora posee las armas para vencerla: la gracia de Dios su amor divino que la
purifica y une a su querer. La lucha debe ser continua para ir liberándose poco a
poco de los efectos malignos del pecado (v.22; Rom.6, 12-14; 8,5-8). Esto exige
una renovación de la mente, es decir, cambiar los pensamientos y la manera de ver
las cosas (cfr. Rom. 8,2; 1Cor. 2, 15), de modo que alcance la altura de hombre
nuevo, creado en justicia y santidad verdaderas (v. 24). Justicia y santidad,
designan al hombre recto y santo, como lo quiere Dios (cfr. 1,4; Rom. 3, 26).
c.- Jn. 6, 24-35: El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no
pasará nunca sed.
El pasaje de hoy del evangelio, es la introducción al discurso sobre el Pan de vida
en la sinagoga de Cafarnaún. La misma gente que se hartó con el pan multiplicado,
ahora lo escucha a Jesús, en la sinagoga. Aprovecha esta ocasión, sin embargo,
para introducirlos en su discurso sobre el Pan de Vida eterna, que dará Aquel que
está sellado por Dios, con su Espíritu (vv. 27-29). Ellos entienden por las obras, las
que mandaba la Ley de Moisés, es decir, oraciones, ayunos, limosnas, ritos,
purificaciones, etc. Lo que Dios quiere es que crean a su enviado, a su Hijo, al
Mesías. De esta forma, Jesús enseña que la fe es don de Dios Padre, pero que es
responsabilidad del hombre, el vivirla. (vv. 30-33). Fue Dios Padre, no Moisés,
quien alimentó a su pueblo con el maná en el desierto, enseña Jesús. Ahora quiere
darles el verdadero Pan que baja del cielo, y da la vida al mundo (vv. 34-35). Como
la Samaritana pidió el agua de la vida (cfr. Jn. 4,15), el pueblo pide ese Pan de
vida. Dios Padre sigue alimentado, ahora a la Iglesia, con el Pan vivo bajado del
cielo, su Hijo, Cristo el Señor. Jesús es el Pan de vida, confirmado por su Padre, con
la palabra y su divinidad, más aún entregado al hombre. La respuesta de éste, es la
fe a la iniciativa y gratuidad amorosa de Dios; el trabajo y la obra que el Padre Dios
quiere, es que creamos en su Hijo, su Enviado. De esta forma, trabajamos por el
alimento que perdura, y no sólo por el pan material. Pablo nos ha dicho que
evitemos la vaciedad en nuestros criterios, es decir, si nos consideramos discípulos
de Cristo, no podemos vivir con los criterios de la sociedad, que sabemos, van en
contra del Evangelio, sino como nuevas criaturas, hechos a imagen de Dios,
renacidos en justicia y santidad verdaderas, dejando que el Espíritu Santo renueve
nuestra inteligencia, memoria y voluntad, purifique y transforme por medio de las
virtudes teologales nuestras facultades. Hoy el tener y bienestar, el consumismo,
son el criterio de vida de muchos, lo que lleva al egoísmo. Los ídolos, opacan la fe
en Dios en el alma del creyente, si no está atento y apunta a lo verdadero, al
hambre existencial del hombre. El Pan de vida que es Cristo, nos abre al amor
auténtico y comprometido con el prójimo, vivir en libertad, la de los hijos de Dios,
no entregada a las cosas materiales sino a las virtudes y valores importantes de lo
humano y cristiano. Sólo así se hará realidad que si comemos del Pan de vida en el
banquete eucarístico, no tendremos hambre ni sed de cosas vanas, sino de lo que
verdaderamente alimenta y nutre para siempre.
Teresa de Jesús, ve en la Humanidad de Jesucristo, el mayor don que nos pudo
hacer el Padre, porque es Dios entre nosotros, es decir, en carne nuestra. Por lo
mismo, la Eucaristía nunca la habríamos podido tener ni conocer, si el Verbo, la
segunda Persona de la Trinidad, no se hubiera hecho hombre. “Su Majestad nos le
dio como he dicho este mantenimiento y maná de la humanidad; que le hallamos
como queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que
de todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en el Santísimo
Sacramento sabor y consolación. No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no
sea fácil de pasar si comenzamos a gustar de los suyos.” (Camino de Perfección
34,2).