"Este es mi hijo muy querido, escúchenlo"
Mc 9, 2-10:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
EL ROSTRO DE CRISTO ESTÁ IMPRESO EN EL CORAZÓN DE CADA HOMBRE Y LE
CONSTITUYE EN AMADO DE DIOS DESDE LA ETERNIDAD.
Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por
el deseo de él. Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la
mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un
bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le
constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres
ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable,
trastornados por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro
de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre
las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la
suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando
Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra
habitual ceguera.
La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora
bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a
un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos
alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si
fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante
Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última
palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de YHWH por amor.
Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada.
Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios.
Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de
la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará
vislumbrar en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el
rostro de cada nombre a Dios “todo en todos”, eterna meta de nuestra peregrinación en el
tiempo.
ORACION
Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son
incapaces de reconocer tu belleza en las humildes apariencias de que te revistes.
Purifica, oh Señor, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón has prometido
la visión de Dios. Concédenos la pobreza interior que nos hace atentos a su Presencia en la
vida diaria, capaces de percibir un rayo de tu luz hasta en los lugares donde todo aparece
oscuro e incomprensible. Haznos silenciosos y orantes, porque tú eres la Palabra salida del
silencio que el Padre nos pide que escuchemos. Ayúdanos a ser tus verdaderos discípulos,
dispuestos a perder la vida cada día por ti, por el Evangelio; haz crecer tu amor en nosotros
para ser contigo siervos de los hermanos y ver en cada hombre la luz de tu rostro.