“Tranquilícense, soy yo; no teman”
Mt 14, 22-36:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
JESÚS SIGNIFICA «DIOS SALVA».
Él, el Hijo de Dios, proclama y realiza la voluntad del Padre: que todos los hombres se
salven. La salvación que Dios nos ofrece es una salvación concreta, histórica, comienzo de
la vida eterna que será la comunión con él, la experiencia inexpresable del amor, de la
alegría, de la fiesta sin fin. Esto nos hace invulnerables contra los distintos tipos de
sufrimientos que marcan la vida humana, en virtud de su naturaleza limitada y frágil y, por
estar herida por el pecado, amenazada por la angustia.
La presencia de Dios junto a nosotros, en nuestro acontecer terreno, aparece
frecuentemente más como una ausencia o, en cualquier caso, no parece ser eficaz. Ante
nuestros ojos, empañados por el miedo a vivir, su imagen se confunde con la imagen de los
numerosos mercaderes de soluciones fáciles e inmediatas para salir de la angustia. A
veces, se interponen entre nosotros y él ritos convencionales y tradiciones de los antiguos.
Estamos tan acostumbrados a los sucedáneos de Dios que ya no sabemos reconocerle a él
mismo. Más aún, Dios nos desorienta porque no le conocemos como él se da a conocer.
Nos espanta porque fácilmente queremos verlo según nuestra imaginación y no tal como él
se muestra a nosotros.
En medio del remolino que supone la imposibilidad que sentimos para encontrar vías de
escape por nosotros mismos, podemos hacer nuestro el grito de Pedro: «¡Señor, sálvame!»,
y tener la esperanza cierta de oírnos repetir lo que somos: gente de poca fe, siempre
dispuesta a dudar. Con nuestra débil fe podemos reconocer que Jesús es el salvador, sólo
él, y nadie más. Todo instante es el momento oportuno para el encuentro decisivo con él, en
lo íntimo y en lo profundo de nuestro ser.
ORACION
¿Por qué dudo? Porque tu presencia, Jesús, me resulta en ocasiones incomprensible, tu
venida a mi encuentro no pasa por los senderos de mis lógicas y no te veo allí donde tú
estás. Te quisiera a mi medida, quisiera que fueras alguien que resuelve mis desgracias, un
antídoto contra los infortunios y las posibles calamidades.
¿Por qué dudo? Porque tu salvación abarca mi humanidad y la transfigura a tu semejanza
divina, y me produce vértigo. Si sigues apoyándome, Señor, también yo con mi titubeo
dubitativo podré confiarme a tu mano. Que pase junto a ti, a través de las oleadas del
tiempo, a la dulcísima quietud de la eternidad