Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Madrid al igual que Londres
Las Olimpiadas han vuelto a contagiarnos de los valores más sublimes que poseen la
humanidad. El heroísmo en la lucha, la nobleza, es espíritu de superación, la disciplina y
todas aquellas virtudes que avalan al hombre cabal, han salido a relucir en estas
competiciones. Muy pocos eventos logran el milagro de la unidad mundial por encima de
los nacionalismos o de las diferencias culturales. El deporte, el arte, la religiosidad y la
cultura de cada pueblo nos enriquecen. Son valores capaces de lograr la unidad en la
diversidad.
Me parece que los encuentros mundiales de la juventud convocados por el Papa son
equiparables a los Juegos Olímpicos, pues aquí confluyen millones de jóvenes de todos los
continentes para celebrar su fe en Cristo. Cor unum et anima una. La Eucaristía es quien
ocupa el centro de atracción en estos eventos. Los que estuvieron en Madrid los saben y
próximamente lo volveremos a constatar en Río de Janeiro.
La Eucaristía realiza la unidad de los pueblos desde la fe. Dios se manifestó al mundo a
través del nacimiento de su hijo Jesucristo y se quiso quedar sacramentalmente en la
Eucaristía. Si la Eucaristía fuera un mero símbolo, un montaje, algo ficticio, los satánicos
no la buscarían con tanto empeño para profanarla. ¡Qué ironía! Los demonios no tienen
dudas de fe porque están plenamente convencidos de la presencia divina de Cristo en el pan
consagrado.
Como testimonio actual nos puede iluminar el caso del doctor Ricardo Castañón,
especialista en el cerebro humano, ateo en cuanto a sus creencias religiosas. A este doctor
el Vaticano pidió que verificara unas muestras de un milagro eucarístico acaecido en el año
1992 en la ciudad de Bueno Aires. El hecho se dio cuando una persona recogió del suelo
una hostia consagrada y la devolvió al sacerdote. El padre la puso en un recipiente con agua
limpia para disolverla y la guardó en el tabernáculo. A la semana cuando el sacerdote fue
por ella se dio cuenta de que el agua se había convertido en sangre.
La Iglesia encargó a este científico el análisis del líquido y por los resultados del
laboratorio se dio cuenta que coincidía con el grupo sanguíneo del tejido del miocardio de
la sábana santa y del resto de los milagros eucarísticos reconocidos en diversas partes del
mundo. Este milagro logró la conversión del doctor Castañón.
Este mismo milagro se realiza cada día en todos los altares del mundo donde Cristo nos
ofrece su Cuerpo y su Sangre, “para que el mundo crea y tenga vida” (Jn. 6, 51).
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