Domingo 19 Tiempo Ordinario B
“Padre danos a comer el Pan de Vida, Jesús Eucaristía”
La liturgia hoy nos lleva a considerar un aspecto fundamental de nuestra fe. Como dice el
Concilio Vaticano II la eucaristía es la fuente y cima de la vida cristiana (Lumen Gentium 11).
La Eucaristía es Jesús hecho comida para dar vida al mundo y vida en abundancia, para
sostener al hombre en su camino cotidiano, en sus búsquedas y en sus luchas.
El Primer Libro de los Reyes nos presenta la escena del profeta Elías, escapando de la furia de
la reina Jetzabel. Elías huye al desierto y cansado, se recuesta debajo de un arbusto y gime
diciendo: “basta Seor, quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres” (1Re. 19, 4-8). El
profeta, que luchó con todas sus fuerzas para mantener el culto al Dios verdadero, experimenta
que es un hombre débil como los demás y se acuesta deseando la muerte. Pero siente que le
despiertan: “levántate y come” (Ib. 5). Es un ángel del Seor que ha puesto a su lado una
hogaza de pan y agua. Elías se levantó, comió y bebió y con la fuerza de aquel escaso
alimento camin cuarenta días y noches hasta “el Horeb, el monte de Dios” (Ib. 8).
El abatimiento del profeta refleja la experiencia, del que habiendo realizado grandes empresas
-aun apostólicas- y habiendo creído tener las fuerzas suficientes para tal misión, cuanto menos
lo espera se ve por tierra y sin fuerza alguna. Allí experimenta que él no puede solo y que
necesita de la presencia y de la ayuda del Señor. Y Dios llega en su auxilio a través de un
pobre trozo de pan y un poco de agua que le permiten llegar a destino para cumplir su misión,
dándole las fuerzas necesarias para resistir la larga travesía hasta el Horeb. Este pasaje de la
Escritura es figura de la Eucaristía, alimento del cristiano que le permite caminar hacia la
eternidad. De este alimento habla el evangelio de hoy (Jn. 6, 41-52), retomando el evangelio
del domingo anterior.
Los judíos murmuran porque Jesús ha afirmado que es el Pan vivo bajado del cielo. ¿Es que
puede el pan tomar figura de hombre? Y ese hombre acaso ¿no es Jesús el hijo de José y de
María? Los judíos no tienen fe y entonces no pueden leer lo que Jesús quiere decir. Es que sin
fe nada podemos hacer. La fe es un don de Dios: “nadie puede venir a mí si mi Padre no lo
atrae”, dice Jesús (Ib. 44). Pero la fe es también una tarea y una accin, fruto del ejercicio de la
libertad. El Padre atrae, pero el hombre debe dejarse llevar y enseñar por Él. Por eso Jesús
afirma: “todo el que escucha lo que dice mi Padre y viene a mí” (Ib. 45). El pecado de los judíos
es el de endurecer obstinadamente su corazón a la Palabra de Dios, que le llega por medio de
Cristo. Y Cristo es el sacramento del Padre. Quien lo rechaza no puede ir al Padre ni tener la
vida eterna: “slo el que cree tiene la vida eterna” (Ib. 47). Duele este rechazo de los
contemporáneos de Jesús que han oído sus palabras y han visto sus milagros.
Hoy ocurre algo similar. ¿Cuántos hombres creen en Jesús y en la Eucaristía? ¿Cuánta fe hay
en el mundo? ¿Acaso nos animamos a decir con sinceridad: “ten paz, alma mía, porque el
Seor Eucarístico caminará contigo”? Sería importante preguntarnos si como cristianos de hoy
nos interesa la vida eterna. ¿Qué le diremos al Señor cuando estemos frente a Él? ¿Cuántos
creemos que al final de nuestro camino daremos cuentas de las acciones realizadas durante
nuestra vida? Los atractivos de la vida y del mundo o la importancia que hoy se da al dinero o
al poder hacen que Cristo sea menos importante en la conciencia y la vida de las personas. A
veces estas cosas son causa de que se pierda la fe. Es por eso que el Señor antes de anunciar
tan grande misterio de la Eucaristía, insiste en la necesidad de la fe. Para el que cree las
palabras del Señor no ofrecen margen de duda: “Yo soy el Pan de Vida, que ha bajado del
cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo les daré es mi carne para la
vida del mundo” (Ib. 51).
Elías comiendo de la comida de Dios tuvo fuerzas para seguir caminando y subir hasta el
monte santo del Horeb, en donde el Señor se le manifestó en una misteriosa teofanía.
Asimismo, el cristiano que come la carne de Cristo vivirá para siempre y tendrá la fuerza
necesaria para caminar y vencer los obstáculos que se le presenten, para asumir el dolor y los
avatares que la vida le vaya presentando. Pero sobre todas las cosas tendrá la capacidad de
amar como Cristo nos amó y vivir con los demás como en una familia de hermanos marcados
por el amor de Dios y vivir en la fe para poder ver un día a Dios, cara a cara, tal como Él es.
Que María, nuestra Madre, nos ayude a vivir con fe el misterio de Jesús Eucaristía.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú