«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»
Mt. 16, 13-23
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
1. ¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?
Al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Qué dice la
gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?
Es en este lugar de Cesárea de Filipo, es el momento cuando Jesús, dirigiéndose a los
discípulos, les hace abiertamente esta pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Jesús no
lo ignoraba por su conocimiento sobrenatural, pero también lo que pensaba la gente de El lo
sabía, como los apóstoles, por el rumor popular. ¿Por qué les pregunta primeramente a
ellos lo que piensan de El las gentes?
El contacto de los apóstoles con las muchedumbres a causa de la predicación y milagros de
Jesús les había hecho recibir toda clase de impresiones en torno a esto. Las que recogieron
eran éstas: Jesús, para unos, era Juan Bautista, sin duda resucitado, como sostenía el
mismo Antipas. Pues esta opinión había cobrado cuerpo entre el pueblo, ya que Lucas
mismo dice que Antipas estaba preocupado con la presencia de Jesús, puesto que algunos
decían que era Juan, que había resucitado de entre los muertos (Lc 9:7).
Para otros, Jesús era Elías. Lucas recoge en otro lugar esta creencia popular. Jesús era,
para diversos grupos, Elías, que había aparecido (Lc 9:8). Según la estimación popular,
Elías no había muerto, y debía venir para manifestar y ungir al Mesías.
Otros piensan que fuese Jeremías (Mateo). El profeta Jeremías era considerado como uno
de los grandes protectores del pueblo judío, sobre todo por influjo del libro II de los
Macabeos (2:1-12). Pero no pasaba por un precursor del Mesías. Mateo ya hizo referencia
a él (2:17). Acaso se lo cita por el simple prestigio que tenía en el judaísmo, y del que se
podrían esperar cosas extraordinarias.
Por último, sin saber a ciencia cierta quién sea, para muchos era algún profeta de los
antiguos, que ha resucitado (Lucas). Era el poder milagroso de Jesús el que los hacía creer
en la resurrección de un muerto (Mt 14:2; Mc 6:14).
No deja de extrañar el que los apóstoles no citen, tomado de la opinión de las gentes, el
que El fuese o pudiese ser el Mesías.
Así fue como ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros,
Jeremías o alguno de los profetas. Y ustedes, les preguntó, ¿quién dice que soy?
2. TÚ ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE DIOS VIVO
Por eso, después de oír lo que las gentes pensaban de El, se dirige a los apóstoles para
preguntarles abiertamente qué es lo que, a estas alturas de su vida y de su contacto de dos
años con El, han captado a través de su doctrina, de su conducta, de sus milagros. Era un
momento sumamente trascendental. Si no fuera que Jesús tenía un conocimiento de todo
por su ciencia sobrenatural, se diría que esperaba impaciente la respuesta de sus
apóstoles.
Los tres sinópticos no dicen la respuesta que hayan podido tener éstos. Sólo recogen la
respuesta que le dirigió Pedro. Todos los detalles se acumulan en la narración de Mateo
para indicar no sólo la precisión que interesa destacar, sino con ella acusar la solemnidad
del momento y la trascendencia del acto.
Mientras Marcos y Lucas presentan sin más a Pedro, Mateo lo precisa ya de antemano
como Simón Pedro. En efecto, Pedro tenía por nombre Simón (Mateo 4:18 y par.). En Juan
se lee que Jesús, al ver por vez primera a Simón, le anunció que será llamado Pedro (Jn
1:42). Ya desde un principio, Jesús puso en Simón la elección para Pedro, para ser piedra
El conservar aquí los dos nombres es sumamente oportuno.
La confesión de Simón Pedro es expresada así: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Aquí se confiesa por Pedro la mesianidad y la divinidad de Jesús. Al decir que es el Mesías,
indica su relación supereminente de autoridad con Dios el Padre que lo envía.
Pedro, desde su primer encuentro con Jesús, deja al descubierto, por una parte, la amistad
no disimulada del Maestro, y por otra, la entrega sin reservas a su servicio o compañía, es
así como Pedro sabe quien es Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios.
3. DICHOSO TÚ, SIMÓN, HIJO DE JUAN!, PORQUE ESO NO TE LO HA
REVELADO NINGÚN MORTAL, SINO MI PADRE QUE ESTÁ EN LOS
CIELOS.
La respuesta de Jesús tiene dos partes bien marcadas: la primera es una felicitación a
Pedro por la revelación tenida. La felicitación de Jesús a Simón es porque esta confesión no
se la reveló ni la carne ni la sangre, con la que se expresa el ser humano. Tal era la
grandeza de este misterio, que su revelación se la hizo su Padre celestial. Se trata, pues,
de un misterio desconocido a Pedro, y un misterio que no podía, sin revelación, ser
alcanzado por la carne y sangre el hombre Entonces, este conocimiento no es por su
capacidad humana, es un don de Dios. En efecto, Pedro alcanzó este conocimiento por la
fe.
Jesús, volviéndose a Simón, le dice: Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia. Y Jesús lo eligió como la roca para construir sobre ella su Iglesia y le
confirió los poderes para llevar a la salvación a todos los hombres. Pedro es la roca, en el
sentido de que la fe y los creyentes no pueden tener otra fe que la de los apóstoles y
profetas, que son los que enseñan esa verdad, que está construida sobre la piedra angular
de Jesús, y así es, como luego dice; y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Es
decir, no podrá vencer a la Iglesia, pues ésta está firme y estable, porque está construida
sobre la roca firme, que es Jesús.
Dice Jesús: Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del
Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra quedará desatado en el cielo. La promesa es que ese atar y desatar
sobre la tierra tendrá su automática ratificación en el cielo. Todo lo relacionado con esta
misión cuanto permita o prohíba en el reino, todo eso será también ratificado en el cielo.
Y eso garantizado por Jesús.
4. DÍA ESPECIAL, PARA REZAR POR EL PAPA
Así, Pedro como Mayordomo de la Casa de Dios, ha recibido el poder para admitir o excluir,
según el Evangelio y de administrar la comunidad, en Pedro recaerán las responsabilidades
de la doctrina y de la moral, el podrá decidir lo que es bueno y licito para su Iglesia y sus
miembros, sentencia que será ratificada Por Dios en lo alto de los cielos.
Así, como Pedro en épocas de la Iglesia naciente, hoy el Papa, su sucesor, es el encargado
de animar la fe en nuestra comunidad creyente, el es en nombre de Jesucristo Pastor y guía
de la Iglesia.
Como Pedro en los orígenes y ahora le ha correspondido a Benedicto XVI, hasta hace unos
años atrás a Juan Pablo II, fundamento visible de la unidad y de la caridad de la Iglesia.
A través del Evangelio, podemos comprender como Jesucristo, nos invita a acoger al
sucesor de Pedro, y a mirarlo con los ojos de la fe.
Este es un día especial, para rezar por el Papa y es una buena ocasión para apoyar su
inmensa obra a favor de la comunidad cristiana y de toda la humanidad. Dios le Bendiga
5. Y LES ORDENÓ A SUS DISCÍPULOS QUE NO DIJERAN A NADIE QUE
ÉL ERA EL MESÍAS.
Los tres sinópticos añadirán, después de esto, que Jesús prohibió a los discípulos que a
nadie dijesen que El era el Mesías, Dada la efervescencia mesiánica que había, y que se
había ya manifestado en orden a Jesús, hasta querer las multitudes arrebatarlo para llevarlo
a Jerusalén y proclamarle, sin duda en el templo, “Rey,” Mesías (Jn 6:15), se imponía no
contribuir a excitar a las gentes ni precipitar los acontecimientos. Había que esperar la hora
de Dios.
A partir de entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén para padecer allí mucho por parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de
los escribas; Este entonces no significa en Mateo una contigüidad inmediata, solo que a
partir de esa época es cuando Jesús comienza a anunciarles su muerte. Era un momento
ya oportuno. Había que corregirles el concepto erróneo del medio ambiente. No era el
Mesías político nacionalista que los judíos y ellos esperaban (Hech 1:6).
Era el Mesías profético del dolor: el “Siervo de Yahvé” de Isaías. Por eso les anuncia: Que
éste es el plan de Dios, para esto ha de ir a Jerusalén: “No puede ser que un profeta muera
fuera de Jerusalén” (Lc 13:33), y que allí será condenado por “los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas” (Mateos), además allí “sufrirá mucho” y será “entregado a la
muerte.” Pero “al tercer día resucitará. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trató de
disuadirlo, diciéndole: No lo permita Dios, Señor; eso no te puede suceder a ti.
6. ¡APÁRTATE DE MÍ, SATANÁS
Pero Jesús se volvió y le dijo a Pedro: « ¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme
tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los
hombres!»
La respuesta de Jesús a Pedro es que no sea para El un Satanás, el gran enemigo del
reino. Por eso, la proposición de Pedro, nacida de ignorancia y de afecto, era para el Señor
un obstáculo de seguirla, para no cumplir el mesianismo de dolor, que era el plan del Padre.
No es de extrañar en Pedro una dificultad para aceptar aquellas profecías de Jesús. Pedro
conocía y confesaba la mesianidad de Jesús, pero algo deformada por los prejuicios
rabínicos que el antes había oído sobre un Mesías triunfador y nacionalista, entonces no le
era fácil aceptar la imagen de un Mesías doliente, humillado y crucificado por los jefes de la
nación. Así es como Jesús le hace ver que habla al modo humano y, que elude el dolor.
Jesús debía padecer y morir, ese era el Plan de Dios, pero ese sufrimiento había de ser la
causa de nuestra salvación.
Como a Pedro, nos sucede lo mismo, el no entendía las cosas de Dios, del mismo modo,
por no situarnos en el Plan del Padre, se nos hace difícil entender sus obras. Tenemos
necesidad de despojarnos de los criterios del hombre y adoptar solo y únicamente el de
Jesucristo.
Cristo Jesús, vivan en nuestros corazones.