“El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi
servidor”
Jn 12, 24-26
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EN SU FRAGILIDAD RESPLANDECIÓ LA FUERZA DE LA FE Y DE LA GRACIA DEL
SEÑOR
Cuando el emperador le ordenó entregar las riquezas de la Iglesia, el diácono Lorenzo
se present al juez con los pobres de Roma, declarando: “¡Aquí están los tesoros de la
Iglesia!”. De inmediato dio la orden de torturarle hasta la muerte. La Passio cuenta que,
invitado aún a sacrificar a los dioses, respondió: «Me ofrezco a Dios como sacrificio de
suave olor, porque un espíritu contrito es un sacrificio a Dios». El papa Dámaso (t 384)
escribió en la inscripción que hizo poner en la basílica dedicada al mártir: «Sólo la fe de
Lorenzo pudo vencer los azotes del verdugo, las llamas, los tormentos, las cadenas. Por
la súplica de Dámaso, colma de dones estos altares, admirando el mérito del glorioso
mártir».
El papa Juan Pablo II, en la memoria jubilar de los mártires del siglo XX, dijo en el
Coliseo comentando el texto de Jn 12,25: “Se trata de una verdad que frecuentemente el
mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del amor hacia sí mismo el
criterio supremo de la existencia. Pero los testigos de la fe, que también esta tarde nos
hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia
supervivencia, como valores más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su
debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza
de la fe y de la gracia del Seor” (Juan Pablo II, Homilía, 7 de mayo de 2000).
ORACION
El Soberano y Señor te ha dado, OH mártir, como ayuda el carbón ardiente: quemado
por él, dejaste pronto la tienda de barro y heredaste la vida y el Reino inmortal les. Por
eso celebramos nosotros, con gozo, tu fiesta, OH bienaventurado Lorenzo coronado.
Resplandeciendo por el Espíritu divino como carbón encendido, Lorenzo victorioso,
archidiácono de Cristo, quemaste la espina del engaño: por eso fuiste ofrecido en
holocausto como incienso racional a aquel que te exaltó, llegando a la perfección con el
fuego. Protege, por tanto, de toda amenaza a cuantos te honran, OH hombre de mente
divina (de un antiguo texto de la Iglesia bizantina).