DOMINGO 19 ORDINARIO
Lecturas: 1R 19,4-8; S 33; Ef 4,30-5,2; Jn 6,41-
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Homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano,
S.J.
Su carne
para la vida del mundo
Sigue este evangelio con la promesa de la
Eucaristía en Cafarnaúm al día siguiente del milagro de
la multiplicación de los panes y peces. Jesús ha pedido
fe y les ha dicho que el Padre les quiere dar otro pan,
que viene del cielo, que da vida y es Él mismo. Así
nadie tendría ya hambre ni sed.
El texto da ahora un pequeño salto que contiene
una reafirmación de esta necesidad de fe. Fe que es
una gracia del Padre, que envió a su Hijo para que
quien crea en Él obtenga la vida eterna.
Prosigue ahora el evangelio con el texto que
ustedes han escuchado. A los “judíos” –nota Juan– les
ha sonado mal eso de que “Yo soy el pan vivo, que he
bajado del cielo” y lo condenan por lo bajo. Hago notar
que Juan llama “judíos” a los fariseos, saduceos,
escribas y doctores de la ley, que aparecen en los
sinópticos como adversarios y críticos sistemáticos de
todo lo que hace y dice Jesús. Tal vez sea porque Juan
escribe hacia final de siglo, cuando Jerusalén y el
templo han sido destruidos en el año 70 por los
romanos, ha desaparecido el estado judío y muchos de
sus habitantes han dejado Palestina. Los que quedan
se unen muy estrechamente para conservar y defender
su fe y costumbres con mucha intransigencia. Son los
herederos ideológicos de los antiguos enemigos de
Jesús, los más judíos entre los judíos. No admiten
opiniones ni costumbres distintas, y menos contactos
con los judíos convertidos a la fe cristiana. Estos son
como renegados y no connacionales. El rechazo de los
judíos “de verdad” al mensaje de Cristo es cerrado. De
aquí que Juan llame “judíos” a los adversarios de Jesús
durante su vida pública. Usa el término con este
sentido hasta 60 veces.
“Criticaban los judíos a Jesús porque había dicho
«yo soy el pan bajado del cielo» y decían: ¿No es éste
Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a
su madre? ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”.
Este verso indica cómo Jesús, hasta su bautismo por
Juan Bautista, había vivido en su familia como una
persona más sin nada que lo señalase como
extraordinario. La mención de los padres tiene un
sentido de desprecio; no destacaban por nada. Pero lo
que más les indignaba de las palabras de Jesús, es la
afirmación de que había “bajado del cielo”. ¿Entendían
que se llamaba a sí mismo Hijo de Dios? Desde luego
en el Antiguo Testamento de nadie, ni siquiera de
Abrahán o Moisés se decía que “hubiera bajado del
cielo”.
La respuesta de Jesús explica que para poder
creer lo que ha dicho, a lo que llama “ir a Él” –“nadie
puede venir a mí”–, es necesario que “lo traiga el
Padre –es decir Dios Padre– que me ha enviado”.
Necesario que lo traiga el Padre. La fe no es el
resultado del esfuerzo intelectual del hombre. Previa al
acto del hombre es la llamada de Dios al hombre. En el
acto de fe, con el que el hombre “va a Dios”, se
necesita que Dios venga antes al encuentro del
hombre y llame a su corazón; por eso la fe es una
gracia; Dios viene al encuentro, encuentro al que nada
ni nadie le puede obligar –por eso es gracia–, y el que
será creyente lo acoge.
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Jesús señala expresamente que esa gracia viene
del “Padre, que me ha enviado”. Es muy claro que
Jesús habla aquí de Dios y que manifiesta que Él es su
Hijo. Y prosigue afirmando que al que acepte esa
invitación del Padre, Jesús “le resucitará en el último
día”, que para un creyente judío es claro que es el día
del juicio final.
Vuelve a repetir la idea de la fe y su gratuidad,
añadiendo otra idea que enriquece y completa lo dicho
de una forma muy propia de Juan: “Todo el que
escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a Mí. No
es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene
de Dios: Ése ha visto al Padre”. Repite la idea de que
Él es el Hijo de Dios, que tanto rechazan ellos, y añade
otra cosa: “En verdad, en verdad les digo: el que cree
tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida”. Jesús
habla dando a sus palabras el mayor acento de verdad
que puede: “Los padres de ustedes comieron en el
desierto el maná y murieron: éste es –es decir Yo soy–
el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de
él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre”.
Repite lo dicho y añade todavía: “ Y el pan que yo
daré es mi carne para la vida del mundo ”.
Resumiendo: Con una fuerza inusitada, que no
ha puesto hasta ahora Jesús a ninguna de sus
palabras, Jesús, después de haber preparado a sus
oyentes con el milagro de la multiplicación de panes y
peces, ha afirmado la realidad de que Él es el pan que
viene del cielo, que Él es el Hijo de Dios, que ha visto
al Padre, que el Padre lo ha enviado para que dé la
vida eterna a quien lo coma, que quien coma de ese
pan vivirá siempre y que ese pan es su carne, es decir
toda su persona con toda su riqueza de hombre
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verdadero y de Dios, el Hijo, engendrado y nacido de
una mujer, María.
Todo esto se va a realizar un día. Nadie sabe
entonces cómo. El cómo se desvelará un año más
tarde en la Última cena. El misterio se desvela ahora
en nuestra Eucaristía. La Eucaristía provoca nuestra
fe: éste es el misterio de nuestra fe. Con el don de la
fe que nos atrae, los creyentes tenemos la alegría de
tener a Jesús a nuestro alcance, de meterlo en nuestro
interior más hondo, para que con nuestro amor y
nuestra fe entremos en lo más profundo de su Corazón
y nos transformemos más y más radicalmente en hijos
de Dios a imagen de Jesús. ¿Nos va a extrañar que en
nosotros se repitan sus milagros?: ¿Que sus manos,
que sanaban, nos sanen a nosotros? ¿Que su voz, que
resucitaba muertos y expulsaba demonios, nos dé vida
y fuerza? ¿Que en nuestra intimidad con Él, cuando
nos explique las Escrituras, conmovidos tengamos que
reconocer que “nadie habla como Él”?
“Cuando Jesús está presente, todo es bueno y
no parece cosa difícil… Si Jesús habla una sola palabra,
gran consolación se siente… Estar sin Jesús es grave
infierno; estar con Jesús es dulce paraíso… El que halla
a Jesús, halla un buen tesoro. Y el que pierde a Jesús,
pierde muy mucho y más que todo el mundo” (Kempis,
Imit. de Cristo, l. 2, c. 8).
Véase:
<http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.co
m>
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