XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Seguimos con el tema eucarístico de San Juan evangelista (Jn. 6). Elías camina
sin rumbo por el desierto para salvar su vida hasta el monte del Señor; Pablo nos
invita a ser imitadores de Cristo que vivió en el amor y Juan, el discípulo amado nos
presenta a Jesús como el Pan bajado del cielo.
Lecturas
a.- 1 Re.19, 4-8: Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte de
Dios.
La huida de Elías por salvar su vida, se convierte en una verdadera peregrinación
de fe, en la existencia del profeta hacia el Monte Horeb. “Ajab refiri a Jezabel
cuanto había hecho Elías y cómo había pasado a cuchillo a todos los profetas. Envió
Jezabel un mensajero a Elías diciendo: «Que los dioses me hagan esto y me añaden
esto otro si mañana a estas horas no he puesto tu alma igual que el alma de uno
de ellos.» El tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de
Judá y dej allí a su criado.” (1Re.19, 1-3). Su viaje es un regreso a las fuentes de
la fe yahvista, porque fue en ese monte donde Yahvé se reveló a Abraham, Isaac y
Jacob (cfr. Ex. 3; 6). Es el lugar de los encuentros de Yahvé y Moisés, (cfr. Ex.
33,18-34,9) y donde éste último recibió las tablas de la Ley (cfr. Ex.19-24). A lo
largo del camino Elías pasó del miedo a la desesperación, hasta que fortalecido con
el alimento de pan y agua, y las palabras del ángel del Señor, se decide seguir
hasta el encuentro con Yahvé en el monte de las revelaciones. Moisés y Elías
aparecerán más tarde en el monte de la transfiguración. Esta marcha es un símbolo
de nuestro propio caminar en fe, altibajos, que se reflejan en actitudes y
sentimientos: miedo, tedio, hambre, desesperación, conciencia de culpabilidad,
para que al final, fortalecido por la oración decide continuar el camino hacia el
monte de Dios, donde le espera para mostrarse.
b.- Ef. 4, 30; 5,1-2: Vivid en el amor como Cristo.
El apóstol invita a la comunidad a vivir la nueva moral del Evangelio, después de la
renuncia al pasado pagano. A las virtudes teologales, como la fe, hay que agregar
las virtudes comunitarias como la bondad, el perdón, la comprensión, etc. Pero
pone como modelo la actitud de Jesucristo: “Sed más bien buenos entre vosotros,
entraables, perdonándoos mutuamente como os perdon Dios en Cristo… Sed,
pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os
am y se entreg por nosotros como oblacin y víctima de suave aroma.” (Ef. 4,
32; 5,1-2). El apóstol ha dado una serie de consejos, para evita los pecados que
van contra la caridad, que los cristianos miembros del Cuerpo de Cristo, deben
evitar como: la mentira, la ira, el robo, malas palabras (Ef. 4,25.26. 27. 28.29; cfr.
2Cor. 9,8; Hch. 20,35). “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el fuisteis
sellados para el día de la redencin” (v.30), viene a hablar de la función unificadora
y vivificadora del Espíritu dentro del Cuerpo de Cristo (cfr. 4,4; 1 Tes.4,8; Hch.5,3).
Toda lesión a la unidad del único Cuerpo de Cristo, entristece al único vínculo de
unidad que posee, el mismo Espíritu Santo (cfr.1 Cor.12, 13). Sellados por el
Espíritu para el día de la redención, nos habla de la condición bautismal, en el día
del Juicio final, cuando se alcanzará la consumación de la obra redentora de Cristo
y Dios premiará reconociendo a los suyos, y rechazará a los extraños (cfr.Ef.1,14;
Rom.8,23; Mt.25,31-46). Al finalizar vuelve a reiterar el apóstol a sus lectores, que
eviten una serie de actitudes, sentimientos del hombre viejo que dañan al Cuerpo
místico; a todo eso, el hombre nuevo debe responder con el ejercicio de las
virtudes, perdonándose mutuamente, como Dios Padre nos ha perdonado en Cristo
Jesús (v.31-32; cfr. Rm.5,8-10; Col.3,13; Mt.6,12). En el nuevo capítulo (c.5), el
apóstol sigue exhortando a los efesios, a dejar los pecados de la carne, muy
conocidos entre los paganos, y que el cristiano debe evitar (cfr. Rm.1, 24-27; 1Cor.
5,10). Por ello, fija la mirada en la caridad de Dios, lo que ya Jesucristo había
exigido, imitar al Padre de los Cielos (v.1; cfr. Mt.5, 48), para luego, exhortar a los
fieles a vivir en el amor de Jesucristo, que para demostrarnos su caridad, se ofreció
a Dios en sacrificio de suave olor (v.2; cfr. Rm.8, 32-39; 2 Cor. 5,14; Gál.2, 20;
Jn.15,13). Directa alusión al sacrificio cruento de la Cruz, en el cual Jesucristo, es
Víctima y Sacerdote, (cfr. Hb.10,5-14), holocausto de suave olor, es decir, acepta a
Dios, como incienso que sube hasta su presencia divina (cfr. Gn.8,21; Lev.1,9).
c.- Jn. 6, 41-51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
El evangelio, nos narra la primera parte del discurso del Pan de vida. La
presentación que hace de sí mismo Jesús, provoca escándalo, porque había dicho
de sí mismo que era “el pan vivo bajado del cielo” (v.41). Conocían su origen,
sabían quienes eran sus padres, por lo tanto, sus palabras sonaban a arrogancia
insana. Su murmuración, es eco de la murmuración del pueblo de Israel contra Dios
en el desierto, es decir, falta de fe, voluntad de no creer (cfr. Ex. 16,2; 17,3; Nm.
11,1; 14,27; 1Cor.10,10). Lo que los judíos no entienden, es el misterio de la
Encarnación, Dios hecho hombre entre los hombres. Sin embargo, Jesús los
exhorta: “Jesús les respondi: «No murmuréis entre vosotros. «Nadie puede venir a
mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha
al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel
que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que
cree, tiene vida eterna.” (vv. 43-47). Las palabras de Jesús para ser comprendidas,
necesitan de la fe, que se ha alimentado de la escucha atenta de las palabras de
Aquel, que Dios Padre ha enviado. Creer es ya tener vida eterna hoy, es la
escatología presente y futura, de saber que vamos a resucitar en el último día.
Jesús, se halla testimoniado en la Escritura, y es por ese medio como Dios Padre
atrae al hombre a tomar una decisión ante su palabra. Él es el camino para que
todos vayan al Padre, y vengan a Jesús. Llegaron a Cristo todos los que
comprendieron rectamente la Escritura, los que escuchan al Padre, y se dejan
enseñar (cfr. Is. 54,13). La enseñanza de Dios viene externamente por Jesús,
también Dios actúa en el corazón y la vida del que atraído, cree en Dios. “Yo soy el
pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este
es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo,
bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le
voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.” (vv. 48-51). La vida nos viene por
Jesucristo, pero no basta con venir y creer a ÉL, es necesario ahora comer el Pan
de Vida, porque sólo ÉL, cumple con su palabra y la realidad que contiene. Ese es el
Pan de Dios, que verdaderamente ha bajado del cielo. Es antídoto contra la muerte,
cosa que el maná no pudo realizar. Sólo este Pan, no el maná, viene del cielo y
comunica la vida eterna. Se introduce por primera vez la palabra comer, donde se
vislumbran las primeras alusiones a la Eucaristía. La vida del cristiano es un
continuo caminar hacia Dios, atravesando el desierto del cansancio de la fe, donde
la increencia del ambiente, el silencio de Dios y su vista se pierden en el horizonte,
nos sucede como al Profeta Elías. Pero impulsados por el Espíritu, como el profeta,
encontraremos nuevamente en ese desierto, el alimento de escuchar a Dios,
creemos a Jesús, su enviado, Palabra del Padre y Pan de vida presente y eterna.
San Juan de la Cruz, lo diría así: “Aquella eterna fonte está escondida/ en este vivo
pan para darnos vida, aunque es de noche” (Cantar del alma que se huelga de
conocer a Dios por la fe).