"Yo soy el pan bajado del cielo”
Jn 6, 41-51
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA VIDA VIVIDA EUCARÍSTICAMENTE ES SIEMPRE UNA VIDA DE MISIÓN.
Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas: las guerras despiadadas
que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman
poblaciones enteras, el crimen y la violencia que ponen en peligro la vida de millones
de personas, el cáncer y el sida, el cólera y otras muchas enfermedades que devastan
los cuerpos de incontables personas; terremotos, aluviones y desastres del tráfico... es
la historia de la vida de cada día, que llena los periódicos y las pantallas de los
televisores [...]. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente,
esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una
tarea imposible. ¿Qué puede hacer este reducido grupo de personas que lo han
encontrado por el camino [...] en un mundo tan oscuro y violento? El misterio del amor
de Dios consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos
estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la
intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los
hambrientos, los prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del
peligro y del miedo (H. J. M. Nouwen, La fuerza de su presencia, Brescia 52000, pp.
82ss).
ORACION
Ilumina, Señor, mi mente para que pueda comprender que la eucaristía es “memorial
de la muerte del Señor”. En ese pan has puesto todo deleite, porque en él has
puesto toda tu historia de amor conmigo y con el mundo. Con ese pan quieres
recordarme todo el amor que sientes por mí, un amor que ha llegado a su cumbre
insuperable en la muerte y resurrección de tu Hijo, de suerte que yo no pueda dudar
ya nunca.
Oh Señor, ese pan que recibo con tanta ligereza contiene verdaderamente todo tu
amor por mí, contiene el recuerdo de tus maravillas y la cumbre de las maravillas de tu
amor. Y contiene asimismo el recuerdo de que este amor tuyo te ha costado mucho y
me sugiere que, si deseo amarte a ti y a mis hermanos, no debo reparar en costes.
Refuerza mi pequeño corazón, demasiado pequeño para comprender; ilumínale sobre
los costes del amor, para que no se desanime, para que se reanime, reemprenda el
camino, no se achique y esté seguro de que contigo y por ti vale la pena caminar y
sudar aún un poco, especialmente cuando tenemos que desarrollar tareas delicadas.
¡Todavía un poco, que la meta no está lejos!