¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?
Mt 17, 22-27
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
“EL HIJO DEL HOMBRE VA A SER ENTREGADO EN MANOS DE LOS
HOMBRES.”
En el primer anuncio de la pasión, Jesús decía que «tenía que» suceder
(16,21); ahora que «va a ser», empieza el camino hacia Jerusalén. El Hijo del
hombre es entregado (por Judas, por los jefes, por el Padre): todos pueden
recoger el don que el Señor hace de sí mismo.
«Ponerse en manos de otro es el acto de confianza y de amor más grande
que alguien pueda realizar. El Hijo se entrega en manos de los hermanos con
el mismo amor con el que se entrega en las del Padre. Esta entrega de sí
mismo que nos hace a nosotros es nuestra salvación. Aunque nosotros lo
rechacemos y le quitemos la vida, él la entrega por nosotros. El gran misterio
de Dios es que él tiene fe en el hombre: se fia de él y se confía a él, hasta
ponerse en sus manos, haga lo que haga» (san Fausto).
Jesús es consciente de lo que va a suceder y no se echa atrás. El es el Hijo
exento, pero acepta pagar el tributo del esclavo. Sabe que de este modo nos
libera de nuestra «extranjería» respecto a Dios, nos hace hijos suyos,
«exentos» también de «deber nada» a nadie, tanto si se trata de una
autoridad religiosa como civil. La nueva situación de libertad en que venimos
a encontrarnos como discípulos del Hijo del hombre no nos aparta de la vida
ni de nuestras obligaciones con los otros. Si debemos sentirnos en cierto
modo deudores es con los deberes de la caridad y en virtud de la misma,
«para que no se escandalicen».
ORACION
Oh Dios, tus juegos son infinitos; sólo quien posee la sutileza de tu Espíritu
puede comprenderlos. Tú provees a tus hijos de lo que tienen necesidad,
desbaratando todos los cálculos humanos. En el pez pescado en el mar,
inesperadamente, hiciste encontrar la moneda, tributo con el que pagar al
templo por tu Hijo y por Pedro, primicia de todo discípulo.
En tu Hijo, pescado del abismo de la muerte, nos has hecho encontrar el
verdadero precio de nuestro rescate. En él, entregado en nuestras manos,
encontramos nuestra verdadera libertad, nos convertimos en tus hijos y
podemos gritarte: tú eres en verdad nuestro único Abbá.