XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"Alimentas a tu pueblo con comida de ángeles y le has dado pan del cielo"
Pr 9,1-6: "Comed de mi pan y bebed del vino que he mezclado"
Sal 33,2-3.10-11.12-13.14-15: "Gustad y ved qué bueno es el
Señor"
Ef 5,15-20: "Daos cuenta de lo que el Señor quiere"
Jn 6,51-58: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida"
La personificación de la Sabiduría, tan frecuente en los libros sapienciales, invita al
banquete del pan y del vino, signo del banquete escatológico prometido por Yavé.
La Iglesia ha visto siempre aquí una referencia a la Eucaristía.
Nicodemo había pensado en un nacimiento físico; la samaritana creía que el agua
que Cristo le ofrecía era como la del pozo; ahora los judíos entienden el lenguaje de
Cristo en sentido literal. Jesús, a pesar de todo, no ceja en su planteamiento. Su
Palabra no es verdad porque sean muchos los que la acepten; ni es falsa porque
sea rechazada. Alude a la "carne" y a la "sangre", indicio de que a Jesús se le recibe
todo entero en la Eucaristía.
La comunión de vida que se establece entre Jesucristo y quien comulga es el tema
final de la perícopa. Para ello se apela nada menos que a la comunión de vida entre
el Padre y el Hijo. Ahora es cuando queda definitivamente claro que es "el pan de la
vida".
Cuando las verdades se "conquistan" por consenso, hay que pensar que la
expresión misma es errónea. A la verdad no se llega por ese camino. Así sólo se
logra un acuerdo o pacto, un convenio, pero no necesariamente la verdad. Y fuera
de ella la existencia humana acaba oscureciéndose.
— "En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino
que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa
haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de
su pasión: «Tomó pan...», «tomó el cáliz lleno de vino...». Al convertirse
misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino
siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos
gracias al Creador por el pan y el vino, fruto «del trabajo del hombre», pero antes,
«fruto de la tierra» y «de la vid», dones del Creador. La Iglesia ve en el gesto de
Melquisedec, rey y sacerdote, que «ofreció pan y vino» (Gn 14,18) una
prefiguración de su propia ofrenda" (1333; cf. 1334).
— "De cada día". La palabra griega «epiousios» no tiene otro sentido en el Nuevo
Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de
«hoy» para confirmarnos en una confianza «sin reserva». Tomada en un sentido
cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien para
la subsistencia. Tomada al pie de la letra ;obepiousios: «lo más esencial»;cb,
designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, «remedio de
inmortalidad» sin el cual no tenemos la Vida en nosotros. Finalmente, ligado a lo
que precede, el sentido celestial es claro: este «día» es el del Señor, el del Festín
del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por
eso conviene que la liturgia eucarística se celebre «cada día»" (2837).
— "La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento
es la fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus
miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se
encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que
se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación"
(San Agustín, serm 57,7,7) (2837).
"Naciendo, se da como amigo; puesto a la mesa, como alimento; muriendo, se
ofrece como redención; reinando, como premio" (Himno "Verbum supernum").