XX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
VIERNES
Lecturas
a.- Ez. 37,1-14: Visión de los huesos secos
b.- Mt. 22, 34-40: Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo.
El evangelio nos presenta unos de los tantos encuentros entre Jesús y los fariseos.
Para los escribas, todos los mandamientos tienen el mismo valor, con la misma
dignidad y obligatoriedad, porque vienen de Yahvé y de Moisés. Había unos
mandamientos graves y leves, unos exigían un esfuerzo mayor que otros. Entonces
adquiere sentido la pregunta del doctor de la ley. ¿Cuál es el mandamiento
principal de la ley? La pregunta, tiene sentido si pensamos en los 613 preceptos
(248 mandamientos y 365 prohibiciones) que todo judío piadoso, debía tener
presente a la hora de relacionarse con Dios y su prójimo. Todo esto, fruto de las
escuelas rabínicas y la aplicación, en el tiempo, de los mandamientos divinos. Se
pregunta a Jesús, sobre el mandamiento mayor, por ello responde con textos
bíblicos bien conocidos de todos, como el Shemá (Dt. 6,4-7) y el otro pasaje, es del
libro del Levítico (19, 18). Lo novedoso de esta respuesta de Jesús, es
relacionarlos, y equipararlos entre sí, para ÉL es el mandamiento mayor de la Ley.
Agrega una formulación teológica: “De estos dos mandamientos penden toda la ley
y los profetas” (v.40), lo que viene a significar, que la voluntad de Dios se ha
expresado por ellos. Jesús apunta a un texto que manifieste la voluntad de Dios,
que abarque a todas los demás mandamientos en sí, reúna a todas las demás
prescripciones. Estas palabras de Jesús, establecen un nuevo precepto o ley: en el
mandamiento de amor a Dios y al prójimo están contenidos todos los
mandamientos. Toda la aspiración moral del hombre, hunde su raíz en el amor: el
hombre no sólo fue creado por Dios para obedecer, sino para amarle como a Padre.
La obediencia se expresa por medio del amor a Dios, lo que hace hijos de Dios
libres y no esclavos. El amor al prójimo, también tiene su raíz en el amor, Jesús
entiende todo ser humano necesitado, y no sólo los propios judíos, como enseñaba
este libro sagrado. ¿Dónde está la novedad? En que Jesús, pone el acento en lo
esencial, el amor a Dios y al prójimo, como centro de la Ley, algo olvidado por los
maestros judíos, metidos siempre en discusiones sutiles e inútiles, para la vida
religiosa de Israel. Más tarde, agregará S. Pablo, que amar es cumplir la Ley entera
(cfr. Rm.13, 8ss). La esencia de la Ley, la da el amor a Dios y al prójimo. El amor
del prójimo no encuentra barreras, su modelo es su Padre que ama a todos, buenos
y malos, justos y los que no lo son (Mt.5,4). Con todo podemos afirmar, entonces,
que el cristianismo y el seguimiento de Cristo, se fundamentan en el amor a Dios y
en el encuentro con el prójimo, en clave de fraternidad. Sólo el amor, da sentido y
valor al cumplimiento de los mandamientos, y las bienaventuranzas interiorizadas,
por la acción del Espíritu Santo. El Señor Jesús, centra toda la nueva economía del
Evangelio de la gracia, en el amor sin medida. Esta es la nueva Ley de Cristo, la ley
moral cristiana, centrada en el amor, realidad que siempre puede crecer más y
más, hasta el grado heroico de servicio al prójimo, respetando eso sí, los derechos
del otro. No se trata de separar el amor de Dios y del prójimo, la visión vertical de
aquella horizontal, porque entonces volveríamos a la casuística judía, sino que el
amor une ambas realidades, que Jesús hizo indisolubles. Amar a Dios y olvidar al
prójimo, es pura hipocresía, una mentira enorme, porque Dios se hizo hombre en
Cristo Jesús, y en el prójimo, lo encontramos todo entero (cfr. 1 Jn. 4, 20-21). Una
filantropía, es decir, amar al hombre sin referencia a Dios, es una visión
incompleta, puesto que el amor al prójimo, procede de Dios Padre, fuente de todo
auténtico amor para nosotros cristianos. Eso se puede llamar solidaridad, pero no
caridad cristiana. Amar a Dios y al prójimo, vale más que todos los sacrificios y
holocaustos que podamos ofrecer (cfr. Mc. 12, 33). Jesucristo, en su misterio
pascual, obra la redención del mundo, como amor a todo hombre, en una entrega
amorosa a la voluntad del Padre (cfr. Mt.20,28). El cristianismo, es la religión del
amor, testimoniado en la comunidad eclesial, abierta a la vida, a los derechos
humanos, a la fraternidad universal, venciendo el egoísmo reinante en nuestra
sociedad muy opuesto todo esto a la celebración de la Eucaristía y oración cristiana
hecha de diálogo amoroso con Dios.
Teresa de Jesús procura en sus nuevas fundaciones que se cumpla este precepto
del amor a Dios y al prójimo. “¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que
seamos del todo perfectas, que para ser unos con él y con el Padre, como Su
Majestad le pidió (Jn. 17,22), mirad ¡qué nos falta para llegar a esto! Yo os digo
que lo estoy escribiendo con harta pena de verme tan lejos, y todo por mi culpa;
que no ha menester el Señor hacernos grandes regalos para esto, basta que nos ha
dado en darnos a su Hijo que nos enseñase el camino. No penséis que está la cosa
en si se muere mi padre o hermano, conformarme tanto con la voluntad de Dios
que no lo sienta, y si hay trabajos y enfermedades, sufrirlos con contento. Bueno
es, y a las veces consiste en discreción, porque no podemos más y hacemos de la
necesidad virtud. ¡Cuántas cosas de estas hacían los filósofos, o aunque no sea de
éstas, de otras, de tener mucho saber! Acá solas estas dos nos pide el Señor: amor
a Su Majestad y del prójimo es en lo que hemos de trabajar; guardándolas con
perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con él. Mas ¡qué lejos
estamos de hacer como debemos a tan gran Dios estas dos cosas, como tengo
dicho! Plega a Su Majestad nos dé gracia para que merezcamos llegar a este
estado, que en nuestra mano está, si queremos.” (5 Moradas 3,7).