En Misa, ni charla ni risa
Domingo 21 ordinario 2012 B
Por poco que te pongas a reflexionar, siempre llegarás a pensar que el hombre es
el ser más extraño e incomprensible de la creación. Y lo refiero a Cristo que ante
una de sus obras más sublimes fue causa de que declinara su popularidad y
estuviera a punto de quedarse sin seguidores. Se trata de la ocasión de la
multiplicación de los panes y los pescados que las gentes querían que Cristo
siguiera dándoles en los días posteriores. Eso hizo que las gentes que habían ido a
buscarlo, se dieran cuenta de que el nuevo pan que Cristo les proponía, fuera sin
duda alguna más importante que el pan que había salido de sus manos. Les
prometió un pan que da la vida eterna y que alcanza por toda la eternidad, pero a
continuación afirmó que ese pan sería su propio cuerpo y la bebida que les daría,
sería su propia sangre. Eso no lo admitieron de ninguna forma, y Cristo no modificó
de ningún momento su oferta ni trató de dar más explicaciones. Sencillamente les
estaba anunciando el misterio de su Eucaristía, todo un Dios que se hace hombre,
que se encarna, que se da en alimento y en bebida como alimento y bebida para el
camino del hombre.
Ese día hizo el gran anuncio de su vida: Se quedaba para siempre con los suyos, y
de la manera más sencilla que a cualquiera de nosotros se nos hubiera ocurrido: en
forma de ese pan a que los hombres aspiran cada día y en forma de bebida que
alegra el corazón del hombre.
Pero ¡Qué mal le fue a Cristo en ese día!
Las gentes no aceptaron y no solo eso, sino que comenzaron a retirarse, e incluso
algunos de discípulos comenzaron también a tomar la retirada. Y llegó un momento
dramático cuando Cristo puso a escoger a aquellos que él había llamado para
instruirlos en los misterios del Reino de Dios: “¿También ustedes quieren
dejarme?”. Fue un momento crucial en el que Cristo pudo haberse quedado solo,
absolutamente solo, pero afortunadamente Pedro salió al frente, haciendo un acto
de fe y de confianza total en su persona, en su misin y en su mesianidad: “Seor,
¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, nosotros creemos y sabemos
que tú eres el Santo de Dios”. Esas palabras de Pedro tendrían que ser clave para
nosotros, pues vamos en el camino y nosotros tenemos que tener segura nuestra fe
en la presencia de Cristo en su Eucaristía, en sus sacramentos y en su Iglesia, pero
yo lo haría considerando las palabras de Josué a la vista de la tierra prometida.
Moisés ya había muerto y él tenía que introducir al pueblo peregrino por muchos
años en la tierra que se les había dado a sus antiguos padres. Él hizo una profesión
de fe en el Señor, en su bondad e invitó al pueblo a que se decidiera a escoger
entre la vanidad de los ídolos, o en el Dios que tantas bondades les había
manifestado en aquél difícil camino del desierto. Y son interesantísimas las palabras
de respuesta del pueblo, que yo quisiera que fuera también nuestra profesión de fe,
nuestra palabra de confianza el Dios que se hace hombre y se hace pan, para que
pasemos de nuestras eucaristías frías, monótonas, de cumplido, de obligación, de
fastidio y al fin y al cabo de hipocresía, a comidas de fraternidad y de fe, donde
lejos de la aburrición que mostramos, sepamos salir de ahí conformados, llenos de
amor, intentando transformar este mundo para hacerlo como Cristo quiere, un
mundo donde el alimento de la tierra alcance sin envidias ni egoísmos para todos
los hombres: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses,
porque el Señor en nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto,
el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió en todo el camino que
recorrimos y en los pueblos por donde pasamos. Así pues, también nosotros
serviremos al Seor, porque él es nuestro Dios”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx