“El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él”
Mt 22, 1-14
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
CORAZÓN NUEVO Y TRAJE DE BODA: TODO HABLA DE NOVEDAD.
La salvación no consiste en reparar lo que está estropeado y ajustar lo que ha
funcionado mal, sino en crear, en hacer nuevo. A YHWH le gusta presentarse en el
Antiguo Testamento a su pueblo como un Dios vivo, dinámico, creativo, que proclama
y lleva a cabo novedades sorprendentes: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está
brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43,19). El Exodo, la alianza, el retorno del exilio: todos
los grandes acontecimientos de la historia de Israel son considerados desde esta
perspectiva. La mayor novedad, la «buena nueva» por excelencia, es, a buen seguro,
lo que ha llevado a cabo por medio de su Hijo, Jesucristo. Sin embargo, las novedades
de Dios no son sólo las registradas en la historia. Dios continúa sorprendiendo al
mundo cada día, hasta transformarlo en unos «cielos nuevos y una tierra nueva» (cf.
Ap 21,1). «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5): este anuncio se
realiza no sólo en los grandes acontecimientos clamorosos, sino también en la
intimidad de cada corazón.
Frente a la novedad de Dios, mantenemos a menudo una actitud ambigua. Por una
parte, deseamos lo nuevo, nos molesta el aburrimiento expresado drásticamente en el
libro del Eclesiastés: «Lo que fue, eso será; lo que se hizo, se hará: nada hay nuevo
bajo el sol» (Ecl 1,9). Por otra parte, sin embargo, tenemos miedo a la novedad.
Resulta más cómodo refugiarse en las antiguas costumbres, permanecer sobre
terreno seguro, conocido. Frente a la invitación a la fiesta de la boda tenemos mil
excusas para justificar nuestra pereza. Nos urge también una nueva evangelización y,
sobre todo, un corazón nuevo.
ORACION
Señor, te oramos con las palabras del salmo 51: «Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme; no me arrojes de tu presencia, no retires
de mí tu santo espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, afirma en mí un espíritu
magnánimo» (vv. 12-14).
Te pedimos que vuelvas a enviarnos tu Espíritu, que, así como en la primera creación
hizo pasar el mundo del caos al cosmos ordenado, pueda renovar todavía hoy la faz
de nuestra tierra, marcada por la división, por la guerra y por la explotación. Tu Espíritu
es como fuego que enciende y purifica, como agua que da vida y como el viento que
sopla misteriosamente obrando prodigios. Que tu Espíritu nos haga firmes y
generosos. Sin el sostén de tu Espíritu somos frágiles, permanecemos encerrados,
inseguros, inestables, dispuestos a caer en compromisos. «Entra hasta el fondo del
alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento» (de la secuencia de
Pentecostés). Que tu Espíritu nos haga saborear la alegría de estar salvados y
salvadas, que nos enseñe a estar en tu presencia. Que impulsados por él nos
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atrevamos a llamarte «Padre» y nos atrevamos a hablarte con corazón de hijos. Que
tu Espíritu nos prepare el traje nupcial para que, al final de nuestra peregrinación
terrena, podamos ser recibidos en el banquete de bodas de tu Hijo
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