COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
26 de agosto de 2012 – 21º domingo durante el año
Evangelio según San Juan 6, 60-69 (ciclo B)
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus
discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede
escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban,
les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando
vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el
que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son
Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En
efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que
no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les
he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y
dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce:
"¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió:
"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.
Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".
LA FE Y LA VIDA SON INSEPARABLES
Queridos hermanos, este Evangelio nos habla sobre la importancia de, en
algún momento de nuestra vida, hacernos aquellas grandes preguntas
porque es muy triste cuando uno vive “porque el aire es gratis”, o cuando
uno vive durando, o cuando uno vive sólo consumiendo, o cuando uno vive
con su espíritu y su corazón puesto en cosas que son caducas, cosas que
son pequeñas, en cosas materiales y que nunca van a llenar el corazón del
hombre.
Por eso es importante levantar la mirada, saber que participamos del
Misterio de Dios siendo también un misterio. Y saber que nosotros vivimos
no reducidos a este hoy y nada más, sino que siempre tenemos una
relación, un vínculo, con sentido de trascendencia. Como decía el querido
Beato Papa Juan Pablo II que el hombre, cuando se abre a Dios, se explica
a sí mismo; cuando uno se abre a la trascendencia empieza a entenderse y
empieza a entender a los demás.
Es el espíritu el que da vida y la carne de nada sirve. Por eso las palabras
que Jesús nos dice “son espíritu y vida”, de allí la importancia de vivir de la
fe. Tenemos que considerar a la fe como un verdadero conocimiento. No
compite con la ciencia. No compite con lo experimental. No compite con las
ciencias auxiliares. Ciertamente la fe es un conocimiento superior; sublime,
es invisible pero es lo más real, lo más presencial y es también lo más
concreto.
La fe no es abstracta porque pareciera que lo abstracto es aquello que no se
toca, aquello no se ve, no. La fe se percibe. La fe incide en nuestros
comportamientos, en nuestras familias, en nuestro modo de obrar: cómo
actuamos, cómo nos comportamos, cómo nos conducimos. La fe y la vida
son inseparables. Cada uno tiene una motivación propia pero nos son
escindibles o divididas o separadas. No. La fe incide en la vida y la vida está
sostenida e iluminada por la fe.
La pregunta que nos tenemos que hacer es: “creemos en serio?”, porque
quizá nuestra adhesión a Cristo y a la Iglesia está a apoyada en tradiciones,
en costumbres, en cosas que uno hace pero que en el fondo no son vitales.
Tenemos que volver a descubrir y renovar nuestra fe.
El Papa nos invita en este Año de la Fe, a vivir en serio nuestra fe, a
renovarnos, a fortalecernos, a una fe que tiene que ser profesada,
celebrada, vivida y rezada. Tenemos que internalizar estas cosas en nuestra
vida. ¿Somos creyentes? Comprometámonos. Tenemos fe, sigamos al
Señor. Somos discípulos, escuchemos bien para responder mejor. Demos
testimonio, superemos la adversidad, superemos lo malo, las “pálidas” que
uno pueda encontrar en el camino: el individualismo, el pecado, aquello que
nos fragmenta, nos destruye, nos relativiza, nos da superficialidad.
“Ustedes también se quieren ir?”, pregunta Jesús a los Apstoles; “a
dnde iremos Seor, si Tú tienes palabra de vida eterna!”, responden ellos.
Escuchemos a Jesús y Dios quiera que podamos responder como Pedro.
Que esta respuesta sea coherente en nuestra vida, en nuestras actitudes y
en nuestros comportamientos.
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén