Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Jn 6, 60-69
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¿A QUIÉN VAMOS A ACUDIR? TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA.
Ante la Eucaristía han de definirse la fe y las actitudes de los hombres. San
Agustín comenta: ‘‘Si no coméis mi carne...’’. Y ¿quién sino la Vida pudiera decir
esto de la Vida misma? Este lenguaje, pues, será muerte, no vida, para quien
juzgue mendaz la Vida, escandalizáronse los discípulos; no todos a la verdad,
sino muchos, diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede
sufrirlas?... ¿Qué les respondió, pues? ¿Os escandaliza esto? Pues, ¿qué será
ver al Hijo del Hombre subir a donde primero estaba? Claro es; si puedo subir
íntegro, no puedo ser consumido.
“Así, pues, nos dio en su Cuerpo y en su Sangre un saludable alimento y, a la
vez, en dos palabras, resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por lo mismo,
quienes lo comen y beban quienes lo beben; tengan hambre y sed; coman la
Vida, beban la Vida. Comer esto es rehacerse; pero en tal modo te rehaces que
no se deshace aquello con que te rehaces. Y beber aquello, ¿qué otra cosa es
sino vivir? Cómete la Vida, bébete la Vida; tú tendrás vida sin mengua de la Vida.
Entonces será esto, el Cuerpo y la Sangre de Cristo será Vida para cada uno
cuando lo que en este sacramento se toma visiblemente, el pan y el vino, que
son signos, se come espiritualmente y espiritualmente se beba lo que significa.
Porque le hemos oído al Señor decir: El Espíritu es el que da vida, la carne no
aprovecha nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Pero hay en vosotros algunos que no creen (Ibid. 64-65). Eran los que decían:
¡Cuán duras palabras son estas!, ¿quién las puede aguantar? (ib. 62). Duras, sí,
para los duros; es decir son increíbles, mas lo son para los incrédulos” (Sermón
131,1).
ORACION
Dame, Señor, tu Espíritu para que yo pueda comprender tus palabras de vida
eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a perder tus realidades, trastornar tu Palabra,
cosificar la eucaristía, construirme una fe a mi medida, tener miedo a tus
preceptos, considerar tu ley como una moral de esclavos. Dame tu Espíritu para
que no me eche atrás, para que no te abandone en los momentos de la prueba,
cuando me parezcas inhumano en tus demandas, cuando el Evangelio, en vez
de una alegre noticia, se me presente como una amenaza para mi propia
realización, cuando la alianza contigo me parezca una cadena opresora. Tú
sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron llegar alguna vez sus lamentos.
Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía por qué tenías tan pocos
amigos, dado el trato que les dabas. Con todo, si me dieras tu Espíritu, no digo
que no me lamentaré, pero seguramente no te abandonaré, porque estaré
arraigado y atado a ti, bien contento de seguirte, aunque quizás con pocos otros.
En efecto, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.