Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Agosto 29
Memoria del Martirio de San Juan Bautista
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Diles que yo te mando. No les tengas miedo * Mi boca
contará tu auxilio * Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de
Juan, el Bautista
Textos para este día:
Jeremías 1, 17-19:
En aquellos días recibí esta palabra del Señor: "Cíñete los lomos, ponte en pie y
diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de
ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla
de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los
sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo
estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.
Salmo 70:
A ti, Señor , me acojo: / no quede yo derrotado para siempre; / tú que eres justo,
líbrame y ponme a salvo, / inclina a mí tu oído y sálvame. R. Sé tu mi roca de
refugio, / el alcázar donde me salve, / porque mi peña y mi alcázar eres tú, / Dios
mío, líbrame de la mano perversa. R. Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza / y
mi confianza, Señor, desde mi juventud. / En el vientre materno ya me apoyaba en
ti, / en el seno tú mje sostenías. R. Mi boca contará tu auxilio, / y todo el día tu
salvación. / Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus
maravillas. R.
Marcos 6,17-29:
En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la
cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías,
mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su
hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de
conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre
honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo
escuchaba con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus
magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró
y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:
"Pídeme lo que quieras, que te lo doy." Y le juró: "Te daré lo que me pidas, aunque
sea la mitad de mi reino." Ella salió a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?" La
madre le contestó: "La cabeza de Juan, el Bautista." Entró ella en seguida, a toda
prisa, se acercó al rey y le pidió: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja
la cabeza de Juan, el Bautista." El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y
los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese
la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se
la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus
discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Homilía
Temas de las lecturas: Diles que yo te mando. No les tengas miedo * Mi boca
contará tu auxilio * Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de
Juan, el Bautista
1. La palabra mártir
1.1 Precioso este día de nuestra liturgia para reflexionar juntos sobre el sentido y la
grandeza del martirio cristiano. Hemos transcrito aquí breves apartes del comienzo
de la obra "10 lecciones sobre el martirio", de Paul Allard, que se halla disponible en
la página de Catholic.net. Lo que sigue es tomado de ahí. El martirio, entendido
según su estricta significación etimológica [testimonio], no se conoció antes del
cristianismo. No hay mártires en la historia de la filosofía: "Nadie -escribe San
Justino- creyó en Sócrates hasta el extremo de dar la vida por su doctrina" (II
Apología 10). Tampoco el paganismo tuvo mártires. Nunca hubo nadie que, con
sufrimientos y muerte voluntariamente aceptados, diera testimonio de la verdad de
las religiones paganas. Los cultos paganos, a lo más, produjeron fanáticos, como
los galos, que se hacían incisiones en los brazos y hasta se mutilaban
lamentablemente en honor de Cibeles. El entusiasmo religioso pudo llevar en
ocasiones al suicidio, como entre aquellos de la India que, buscando ser aplastados
por su ídolo, se arrojaban bajo las ruedas de su carro. Pero éstos y otros arrebatos
religiosos salvajes nada tienen que ver con la afirmación inquebrantable, reflexiva,
razonada de un hecho o de una doctrina.
1.2 El martirio, sin duda, quedó ya esbozado en la antigua Alianza, en figuras
admirables, como las de los tres jóvenes castigados en Babilonia a la hoguera,
Daniel en el foso de los leones, los siete hermanos Macabeos, inmolados con su
madre... Pero el judío se dejaba matar antes que romper su fidelidad a la religión
que era privilegio de su raza, mientras que el cristiano acepta morir para probar la
divinidad de una religión que debe llegar a ser la de todos los hombres y todos los
pueblos.
1.3 Y ése es, precisamente, el significado de la palabra mártir: testigo, que afirma
un testimonio de máxima certeza, dando su propia vida por aquello que afirma. La
palabra misma, con toda la fuerza de su significación, no se halla antes del
cristianismo; tampoco en el Antiguo Testamento. Es preciso llegar a Jesucristo para
encontrar el pensamiento, la voluntad declarada de hacer de los hombres testigos y
como fiadores de una religión.
1.4 "Vosotros -dijo Jesús- seréis testigos (mártires) de estas cosas" (Lc 24,48). Más
aún: "Vosotros seréis mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los últimos
confines de la tierra" (Hch 1,8). Y los Apóstoles aceptan esta misión con todas sus
consecuencias.
1.5 Así San Pedro, para sustituir a Judas, el traidor, declara: "Es necesario que
entre los hombres que nos han acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió
con nosotros... haya uno que con nosotros sea testigo de la resurrección" (Hch
1,22). Y en su primer discurso después de Pentecostés: "Dios ha resucitado a
Jesucristo, y de ello somos testigos todos nosotros" (2,32). Y con Juan, ante el
Sanedrín: "Nosotros somos testigos de estas cosas... y con nosotros el Espíritu
Santo que Dios ha dado a todos aquellos que le obedecen" (5,32.41). Otra vez,
después de azotados, salen del Consejo "felices de haber sido hallados dignos de
padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (5,41). Y al fin de su vida, escribiendo a
las iglesias de Asia, Pedro persiste en el mismo lenguaje: "Yo exhorto a los
ancianos que hay entre vosotros, yo que también soy anciano y testigo de los
padecimientos de Cristo"... (1Pe 5,1).
1.6 Así pues, el significado primero de la palabra mártir es el de testigos oculares
de la vida, de la muerte y de la resurrección de Cristo, encargados de afirmar ante
el mundo estos hechos con su palabra. Desde el primer día este testimonio se dio
en el sufrimiento y, como hemos visto, en la alegría de padecer por Cristo.
Enseguida, después de estas primeras pruebas, vino el sacrificio de la misma vida,
como testimonio supremo de la palabra.
1.7 Ya Jesucristo lo había predicho a los Apóstoles: "Seréis entregados a los
tribunales, y azotados con varas en las sinagogas, y compareceréis ante los
gobernadores y reyes por mi causa, y así seréis mis testigos en medio de ellos" (Mc
13,9; +Mt 10,17-18; Lc 21,12-13).
1.8 Al mismo tiempo, les asegura su asistencia: "Cuando os hagan comparecer ante
los jueces, no os preocupéis de lo que habréis de decir, sino decid lo que en aquel
momento os será dado, porque no sois vosotros los que tenéis que hablar, sino el
Espíritu Santo... El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre al hijo;
los hijos se levantarán contra sus padres y los harán morir; y vosotros seréis
odiados por todos a causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin se
salvará" (Mc 13,11-13; +Mt 10,19-20; Lc 12,11-12; 16-17).
1.9 Cuando los cristianos pudieron comprender por los acontecimientos la fuerza de
estas palabras de su Maestro, se consideró la muerte gloriosa de sus más antiguos
y fieles discípulos como el coronamiento de su testimonio. Desde entonces, muerte
y testimonio quedaron entre sí definitivamente asociados.
1.10 Antes, pues, de finalizar la edad apostólica, la palabra mártir adquiere ya su
significado preciso y claro, y se aplicará a aquel que no solo de palabra, sino
también con su sangre, ha confesado a Jesucristo.
1.11 Pero ya en ese mismo tiempo se extiende también su significado a quienes
podrían decirse testigos de segundo grado, a aquellos "bienaventurados que
creyeron sin haber visto" (Jn 20,29), y que, habiendo creído así, testificaron su fe
con su sangre.
1.12 San Juan, concretamente, a fines del siglo I, emplea la palabra mártir en dos
ocasiones con este sentido. En el mensaje que dirige a la iglesia de Pérgamo,
hablando en el nombre del Señor, menciona a "Antipas, mi fiel testigo, que ha sido
entregado a la muerte entre vosotros, allí donde Satanás habita" (Ap 2,13). Alude a
un cristiano martirizado por los paganos en tiempos de Nerón. Y en otro pasaje,
cuando se alza ante el apóstol vidente el quinto sello del libro misterioso, alcanza a
ver "debajo del altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la
palabra de Dios y del testimonio que habían dado" (6,9).
1.13 Y no será la primera generación cristiana de creyentes la única en dar este
testimonio. La historia de los mártires no había hecho entonces sino comenzar.
2. Relación entre predicación del Evangelio y martirio
2.1 Durante tres siglos esta historia continuará en las regiones sometidas al
Imperio Romano. Más aún, cuando a comienzos del siglo IV un emperador
[Constantino] establezca la paz religiosa, no habrá terminado con eso para el
cristianismo la era sangrienta. Otras regiones, otros pueblos "sentados a la sombra
de la muerte" (Lc 1,79), ofrecerán cada día nuevos campos para el apostolado y el
martirio. Los Anales de la Propagación de la Fe serán continuación natural de las
Actas de los Mártires.
2.2 Pero cuando éstas se cierran, en tiempos de Constantino, el cristianismo ha
conquistado ya pacíficamente toda la cuenca del Mediterráneo gobernada por el
espíritu de Grecia y por las leyes de Roma. Mientras tanto, la sangre de los mártires
no habrá sido derramada ocasionalmente o gota a gota: habrá corrido en torrentes
durante persecuciones numerosas, metódicas, encarnizadas. El edicto de paz fue,
pues, la confesión solemne de la impotencia de la soberanía pagana contra el
cristianismo. La historia de los mártires, del siglo I al IV, forma, por tanto, un todo
completo y suficiente, fecundo en conclusiones, y que será el objeto de nuestro
estudio.
2.3 El martirio siguió naturalmente la ruta del cristianismo. Sólo hubo mártires allí
donde habían llegado los misioneros. Por eso, antes de presentar a los cristianos
que murieron por su fe, es preciso conocer cuáles eran las regiones donde había
cristianos. Una rápida mirada a la historia de la Iglesia primitiva nos muestra
mártires en casi todas las regiones. Parece como si el cristianismo se hubiera
extendido por todo el mundo de repente. Y esta impresión es verdadera, al menos
en parte; pero hay que precisarla más.
2.4 Para conocer bien la historia de los mártires es preciso, pues, señalar primero
las etapas de las misiones. El mismo Señor nos sugiere este método, cuando antes
de anunciar las persecuciones, asegura que "es necesario primero que el Evangelio
sea predicado a todas las naciones" (Mc 13,10). Porque entre predicación y martirio
hay relación de causa y efecto.
Fr. Nelson Medina, O.P.