“están llenos de hipocresía y de iniquidad”.
Mt 23, 27-32:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¡AY DE USTEDES, ESCRIBAS Y FARISEOS HIPÓCRITAS!
Jesús habla con frecuencia en el evangelio de los profetas rechazados, perseguidos,
matados (cf. Mt 13,57; Lc 6,23; 11,50; 13,34). El mismo es considerado como un
profeta y se introduce en muchas ocasiones en la categoría de los profetas, es decir,
entre las personas elegidas y enviadas por Dios para ser sus portavoces y para
sacudir la conciencia turbia de su pueblo. También Jesús participará del destino de
los profetas, también él será rechazado por los suyos y, finalmente, morirá. Frente a
su muerte, habrá quien se lave las manos, quien huya, quien reniegue de él diciendo
que no le conoce; habrá espectadores indiferentes; y los que se consideran
inocentes echan las culpas a los otros. Siglos después, muchos lo lamentarán y
construirán gran cantidad de edificios y monumentos en su honor.
¿Quién mató a Jesús? La Iglesia , desde sus comienzos, anuncia con valor en los
Hechos de los Apóstoles: «Vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo
matasteis» (Hch 2,23). En este «vosotros» no están incluidos sólo los judíos y las
autoridades romanas de aquel tiempo, y tampoco están incluidos sólo nuestros
antepasados, sino todos nosotros. Todos, cada uno a su modo, hemos pecado, y
cada pecado contribuye al sufrimiento de aquel que «llevaba nuestros dolores,
soportaba nuestros sufrimientos. Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por
Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas
las que lo trituraban» (Is 53,4-5).
ORACION
Señor Jesús, te pedimos perdón. También nosotros somos sepulcros blanqueados,
con tanta maldad por dentro que ni siquiera nosotros mismos tenemos plena
conciencia de ella. También nosotros somos responsables del sufrimiento y de la
muerte de muchos hermanos y hermanas nuestros, y creemos poder saldar las
cuentas construyendo tumbas y poniendo fáciles remedios. Como hiciste con los
hipócritas de tu tiempo, dirígenos también a nosotros tu Palabra cortante. Sabes que
tenemos necesidad de estos golpes, de estos shock que nos sacuden del torpor, de
la pereza, de la indiferencia, de la ilusión de estar en nuestro sitio, del cómodo
mantenerse a distancia, del observar sin ser observados, del criticar sin implicamos;
de la conciencia, también irreflexiva, de no tener pecado.
Envía a nosotros tu Espíritu, que «pondrá de manifiesto el error del mundo en
relación con el pecado» (Jn 16,8), para que cada uno pueda confesar con sinceridad
en tu presencia: «Yo te he matado». Todos tenemos necesidad de sentirnos alguna
vez dignos de condena, para poder comprender lo inmenso que es tu amor por
nosotros.